Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 7 de enero de 2002
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Política
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Armando Labra M.

Política o economía, dulce amanecer

Basta con quitarnos el dogma cegador sintetizado en la frase favorita de los fundamentalistas neoliberales: "no hay de otra"

Dicen los sabios que todo optimista es en realidad un pesimista mal informado. Será por eso que escuchamos sin cesar no sólo que fuimos bien el año pasado sino que iremos mejor en el que apenas comienza.

Habiendo sido 2001 uno de los primeros años de sexenio más desafortunados, después de varios sexenios completos de mediocre desempeño económico, podríamos optimistamente pensar que ya tocamos fondo y que nos corresponde ahora contemplar un dulce amanecer económico que siente bases para recuperar los 20 años perdidos, comience a haber justicia y aterricemos de lleno en la democracia, en ese orden.

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Otros también sabios dicen que no existe situación tan, pero tan mala que no pueda empeorar aún más. 2001 fue uno de esos años que nadie quiere recordar. Vea usted: cayeron la producción, el ingreso por habitante, las exportaciones, las inversiones extranjeras, la inversión bruta fija, el consumo del gobierno y de todos los mexicanos, el crédito bancario, las tasas de interés a los ahorradores, los precios del petróleo y se mantuvo a niveles espectacularmente altos la reserva del Banco de México. Los mexicanos pobres empobrecieron más y muchos que no lo eran, lo son ya de tiempo completo.

Es probable que en 2002 mejore apenas gradualmente la economía de EU y eso nos ayude un poco, pero si somos sensatos, no debemos poner ni todos ni los mejores huevos en esa canasta. Con la experiencia de 20 años de dogma neoliberal a cuestas y resultados sostenidamente infructuosos, podemos sentarnos a trazar mejores vías para solucionar nuestro más grave y doloroso rasgo, la desigualdad, que por todos lados brota. Sobran evidencias. Cómo medirlas es ocioso pero lo sí debe ocuparnos es salir del marasmo.

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A los del dinero y a los del norte les preocupa sobre todo la gobernabilidad y en particular, la capacidad del gobierno para lograr sus propósitos, cualesquiera que éstos sean. Por eso es tan importante que el gobierno modere volumen e imprudencia de su voz. Muchos presidentes dejaron que la voz del gobierno la asumieran los responsables específicos de cada área. Si fallaban los corrían y ya. Ese sería otro buen punto de arranque para poner a tono al gabinetazo y contentos a los inversionistas, y quizás habría mejor forma de inducirlos a producir en vez de especular.

Revisar la política económica es obligado. Y no para rasgarse las vestiduras cual globalifóbicos iracundos, pero sí para dejar de ser globalifílicos abyectos y evitar caer en algo peor aún, en la triste condición de globalidílicos ingenuos. Basta con quitarnos el dogma cegador sintetizado en la frase favorita de los fundamentalistas neoliberales, "no hay de otra". Siempre ha habido, hay y habrá de otras. La economía es política. La esencia de la política es la búsqueda y aprovechamiento de las mejores opciones viables.

Es verdad que cuando la economía se monta sobre la política ésta pierde su versatilidad. Si ponemos la carreta detrás del caballo y ubicamos a la política por encima y delante de la economía, habremos dado un paso firme, lógico e inteligente para superar ese equívoco que tanto nos ha costado. Instrumentar cualquier política económica alternativa es un reto menor porque es precisamente eso: instrumental. Hasta los mismísimos tecnócratas podrían operar cualquier otra política económica si se les ordena hacerlo. Es la decisión política lo que cuenta.

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¿Qué ganaríamos con ello? En primer lugar, ampliar el espectro de objetivos e instrumentos económicos para adicionar a los existentes, tan pocos y costosos: controlar la inflación y la paridad cambiaria al precio que sea. Podemos adicionar objetivos que no se contraponen y que ameritan igual prioridad, como el empleo productivo, el fortalecimiento del poder adquisitivo y la inversión en capital humano, porque así se eleva el nivel de vida de la mayoría. Sólo por eso.

A tal propósito central debe servir una auténtica nueva hacienda pública distributiva, basada no en aumentar sino en cobrar impuestos evadidos, eludidos o inexistentes sólo en México, administrar mejor la deuda pública y replantear el destino del gasto público. Cómo hacerlo es cuestión técnica. Es la decisión política la que antecede y hace posible estas tareas.

Si los mexicanos ya estábamos hartos de más de lo mismo y ahora nos alarma el riesgo de caer en más de lo peor, hoy nos debe animar la posibilidad de servirnos de lo útil, desechar lo podrido y enriquecer el horizonte de lo posible. ¿Por qué no? Claro que se puede. ¿Qué más tenemos que perder? ¤

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