Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 10 de enero de 2002
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Jorge Anaya

ƑCarne de mitin?

No es necesario ser muy listo (con los panistas nunca lo es) para entender a quién iban dirigidas las palabras del director del Instituto Nacional de "Adultos en Plenitud", Pedro Borda Hartmann, de que durante 2002 la dependencia a su cargo buscará "concientizar a políticos y gobernadores" para que los ancianos dejen de ser "usados" en mítines (La Jornada, Carolina Gómez, 2/01/2002, página 16.)

Por mera casualidad, el día que se emitió esa declaración el diario favorito de muchos blanquiazules publicaba una encuesta en la que los defeños ponían como el logro más importante del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador precisamente su política de apoyo a las personas de la tercera edad. Una ojeada a las preguntas de tal sondeo permite ver hasta dónde se pretendía inducir otras respuestas, tanto en el renglón de logros como en el de fracasos, pero ni así se pudo tapar el sol con un dedo: es evidente el enorme respaldo popular -no sólo de los ancianos- a este aspecto de la administración capitalina, por más que existan críticas justificadas en otros renglones.

Sin cuestionar las acciones del Inaplen -muchas de las cuales no son sino continuación de las emprendidas cuando tenía el sencillo nombre de Instituto Nacional de la Senectud-, es un hecho que los apoyos institucionales capitalinos a los ancianos se dirigen al meollo del problema número uno de ese sector (y de muchos otros, cabría agregar): la crítica falta de medios de subsistencia. Claro que es agradable gozar de los descuentos en farmacias, tiendas, espectáculos públicos, autobuses y demás que ofrece la institución federal -en el Distrito Federal, por cierto, varios de esos servicios se les dan gratis-, pero todo eso carece de sentido si antes no se cuenta con lo básico para sobrevivir.

En la misma edición de La Jornada, justo en la página de enfrente (17), otra nota, firmada por Karina Avilés, pone las cosas en dramática perspectiva: los delitos cometidos contra personas mayores de 60 años, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización, crecieron 5.5 por ciento de 1999 a 2000, en tanto que 0.4 por ciento de esa población ha participado en algún tipo de ilícito, fenómeno este último que se ha suscitado en los años más recientes, según expresa el especialista René Jiménez Ornelas, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, consultado por la reportera.

De un lado, los crímenes contra ancianos -en particular el robo y el asalto, que representan 51.3 por ciento de los casos- permiten apreciar hasta qué punto los valores tradicionales de respeto a los mayores han sucumbido ante la injusticia social, que convierte al hombre en lobo del hombre y se ensaña con los más débiles. Del otro, el desesperado recurso a la delincuencia -las mujeres cuidando secuestrados, los hombres robando o asaltando a su vez- hace ver cuánto se atenúa la línea de la conciencia cuando se tiene hambre y se vive en total abandono. Y que no nos vengan con que allí hay criminalidad nata o bajos instintos, porque las investigaciones de los especialistas de la UNAM revelan que la mayoría de esas personas no se dedicaron a la delincuencia en sus años productivos. O sea, diría el Consejo Nacional de la Publicidad, nacieron -y vivieron la mayor parte de su tiempo- como "buenos mexicanos".

Por supuesto, ante esta situación el anuncio del GDF de que este año dará apoyos por 636 pesos al mes a 250 mil adultos mayores (La Jornada, Laura Gómez, 3/01/2002, página 32) es recibido con entusiasmo por los directamente servidos -"beneficiados" es un término falso y demagógico; el gobierno está para servir- y por muchos capitalinos que no hemos perdido la conciencia social y que a final de cuentas somos quienes suscribimos la nota con nuestros impuestos (y quienes votamos para que las cosas viraran en esa dirección).

Y si los políticos del otro cambio, el que no se ve, hablan de populismo, con su pan se lo coman. Mucho mejor que nuestros ancianos sean "carne de mitin" -para usar la despectiva expresión del titular del Inaplen- que carne de presidio o de panteón.

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