Alberto J. Olvera
Pemex, la corrupción y la izquierda
a denuncia mediática de actos de corrupción
en Pemex ha dado lugar a un debate en el que los más viejos atavismos
de la izquierda y del PRI han salido a relucir. Es escandaloso que los
priístas se rasguen las vestiduras ante la denuncia cuando todos
sabemos que las empresas del Estado fueron botín permanente del
otrora partido oficial. El cinismo priísta es, sin embargo, comprensible,
puesto que siempre lo practicaron. Pero que la izquierda repita los mismos
argumentos de hace 50 años se ha convertido en un penoso espectáculo
que demuestra la carencia de ideas y de programa.
Los líderes principales del PRD han dicho que los
ataques del gobierno a Pemex y al sindicato tienen el avieso fin de abrir
las puertas a la privatización de la empresa. Postulan que hay que
defender Pemex porque es nuestro, dejando en un lugar secundario, si es
que alguna mención recibe, el imperdonable hecho de las transferencias
ilegales que se han documentado. La izquierda nacionalista mexicana ha
evitado siempre, no sólo ahora, reconocer en todas sus consecuencias
la terrible corrupción que caracterizó siempre a las empresas
públicas, bajo la hipótesis indefendible de que hacerlo debilitaba
a la nación frente al extranjero.
Pues bien, es preciso decir que esto fue y es un grave
error político. Por lo menos desde 1946 el petróleo no fue
nuestro, sino la propiedad privada de la camarilla tecnocrática
y sindical que se apoderó poco a poco de la empresa. La derrota
del sindicalismo independiente en la industria en 1946 anuló el
contrapeso relativo que significaba el sindicato frente al Estado. Desde
entonces la moral del sindicato, la ética del trabajo y los controles
administrativos menguaron hasta convertirse en su contrario: corrupción
generalizada, improductividad absoluta, exceso absurdo de personal, saqueo
de las reservas nacionales en francos actos de subordinación a Estados
Unidos.
El petróleo no ha sido nuestro. Fue patrimonio
privado del régimen autoritario y sus beneficiarios principales
fueron el sindicato en particular, epitomizado por la figura de La Quina,
los empresarios privados nacionales y extranjeros que recibieron inmensos
subsidios vía precios y quienes manejaron directamente la empresa
junto a sus contratistas aliados. López Portillo, el muy "nacionalista"
presidente puso la industria petrolera nacional al servicio de los intereses
estratégicos de Estados Unidos, llegando al extremo de jugar el
papel de esquirol de la OPEP.
Pemex ha sido una brutal carga para el pueblo mexicano,
quien ha tenido que pagar desde hace muchos años los impuestos ocultos
en el altísimo precio de la gasolina, los costos incalculables de
la contaminación ambiental, a veces criminal, que ha producido la
empresa y en el desperdicio irrecuperable de millones y millones de pies
cúbicos de gas. Este tipo de empresa paraestatal es indefendible.
Lo que necesitamos hoy es una empresa que en efecto defienda
el interés colectivo de los mexicanos. Para ello hay que acabar
con la terrible lacra que representa el sindicalismo corrupto de la empresa
y la densa red de intereses creados que dominan su aparato administrativo
y técnico. No es justificable que el pueblo mexicano siga pagando
los absurdos excesos de los dirigentes sindicales y las pérdidas
millonarias causadas por la ineficacia operativa y la irresponsabilidad
dominante en buena parte del aparato. Esta es la herencia del PRI, y no
algo que haya producido el actual gobierno.
Afortunadamente siempre han existido dentro del sindicato
y de la empresa grupos de trabajadores y técnicos que han denunciado
los terribles vicios antes mencionados. Es necesario apoyarse en esos sectores
minoritarios para reconstruir la empresa desde la base y sobre nuevos principios
de absoluta transparencia en la gestión, corrección de los
enormes vicios contenidos en el contrato colectivo de trabajo y compromiso
con la eficacia técnica y productiva, recuperando la moral perdida
hace tanto tiempo.
Mientras la izquierda no entienda ni admita que esta es
la realidad, no sólo de Pemex, sino de la inmensa mayoría
de las empresas paraestatales, se limitará a sí misma en
su capacidad de transformar el país y no podrá trascender
sus prejuicios y sus limitaciones conceptuales y políticas, que
la sitúan en el campo conservador. Hoy es de izquierda pedir transparencia,
reconocer y combatir la corrupción y exigir que se castigue a quienes
han usufructuado en provecho propio el patrimonio nacional. Es de izquierda
reconocer que los contratos colectivos de esas empresas contienen vicios
inadmisibles y que los sindicatos respectivos viven de esos privilegios.
Es de izquierda exigir que la industria petrolera se vuelva lo que no ha
sido en los últimos 50 años: la columna vertebral de un verdadero
desarrollo nacional sustentable que, por supuesto, se dará y sólo
puede darse en el contexto de la globalización. Ť