Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 2 de febrero de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política
Alberto J. Olvera

Pemex, la corrupción y la izquierda

a denuncia mediática de actos de corrupción en Pemex ha dado lugar a un debate en el que los más viejos atavismos de la izquierda y del PRI han salido a relucir. Es escandaloso que los priístas se rasguen las vestiduras ante la denuncia cuando todos sabemos que las empresas del Estado fueron botín permanente del otrora partido oficial. El cinismo priísta es, sin embargo, comprensible, puesto que siempre lo practicaron. Pero que la izquierda repita los mismos argumentos de hace 50 años se ha convertido en un penoso espectáculo que demuestra la carencia de ideas y de programa.

Los líderes principales del PRD han dicho que los ataques del gobierno a Pemex y al sindicato tienen el avieso fin de abrir las puertas a la privatización de la empresa. Postulan que hay que defender Pemex porque es nuestro, dejando en un lugar secundario, si es que alguna mención recibe, el imperdonable hecho de las transferencias ilegales que se han documentado. La izquierda nacionalista mexicana ha evitado siempre, no sólo ahora, reconocer en todas sus consecuencias la terrible corrupción que caracterizó siempre a las empresas públicas, bajo la hipótesis indefendible de que hacerlo debilitaba a la nación frente al extranjero.

Pues bien, es preciso decir que esto fue y es un grave error político. Por lo menos desde 1946 el petróleo no fue nuestro, sino la propiedad privada de la camarilla tecnocrática y sindical que se apoderó poco a poco de la empresa. La derrota del sindicalismo independiente en la industria en 1946 anuló el contrapeso relativo que significaba el sindicato frente al Estado. Desde entonces la moral del sindicato, la ética del trabajo y los controles administrativos menguaron hasta convertirse en su contrario: corrupción generalizada, improductividad absoluta, exceso absurdo de personal, saqueo de las reservas nacionales en francos actos de subordinación a Estados Unidos.

El petróleo no ha sido nuestro. Fue patrimonio privado del régimen autoritario y sus beneficiarios principales fueron el sindicato en particular, epitomizado por la figura de La Quina, los empresarios privados nacionales y extranjeros que recibieron inmensos subsidios vía precios y quienes manejaron directamente la empresa junto a sus contratistas aliados. López Portillo, el muy "nacionalista" presidente puso la industria petrolera nacional al servicio de los intereses estratégicos de Estados Unidos, llegando al extremo de jugar el papel de esquirol de la OPEP.

Pemex ha sido una brutal carga para el pueblo mexicano, quien ha tenido que pagar desde hace muchos años los impuestos ocultos en el altísimo precio de la gasolina, los costos incalculables de la contaminación ambiental, a veces criminal, que ha producido la empresa y en el desperdicio irrecuperable de millones y millones de pies cúbicos de gas. Este tipo de empresa paraestatal es indefendible.

Lo que necesitamos hoy es una empresa que en efecto defienda el interés colectivo de los mexicanos. Para ello hay que acabar con la terrible lacra que representa el sindicalismo corrupto de la empresa y la densa red de intereses creados que dominan su aparato administrativo y técnico. No es justificable que el pueblo mexicano siga pagando los absurdos excesos de los dirigentes sindicales y las pérdidas millonarias causadas por la ineficacia operativa y la irresponsabilidad dominante en buena parte del aparato. Esta es la herencia del PRI, y no algo que haya producido el actual gobierno.

Afortunadamente siempre han existido dentro del sindicato y de la empresa grupos de trabajadores y técnicos que han denunciado los terribles vicios antes mencionados. Es necesario apoyarse en esos sectores minoritarios para reconstruir la empresa desde la base y sobre nuevos principios de absoluta transparencia en la gestión, corrección de los enormes vicios contenidos en el contrato colectivo de trabajo y compromiso con la eficacia técnica y productiva, recuperando la moral perdida hace tanto tiempo.

Mientras la izquierda no entienda ni admita que esta es la realidad, no sólo de Pemex, sino de la inmensa mayoría de las empresas paraestatales, se limitará a sí misma en su capacidad de transformar el país y no podrá trascender sus prejuicios y sus limitaciones conceptuales y políticas, que la sitúan en el campo conservador. Hoy es de izquierda pedir transparencia, reconocer y combatir la corrupción y exigir que se castigue a quienes han usufructuado en provecho propio el patrimonio nacional. Es de izquierda reconocer que los contratos colectivos de esas empresas contienen vicios inadmisibles y que los sindicatos respectivos viven de esos privilegios. Es de izquierda exigir que la industria petrolera se vuelva lo que no ha sido en los últimos 50 años: la columna vertebral de un verdadero desarrollo nacional sustentable que, por supuesto, se dará y sólo puede darse en el contexto de la globalización. Ť

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año