Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 4 de febrero de 2002
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Mundo

Sin la prensa no se habría conocido la tragedia afgana

"Liberen a Daniel Pearl"

Robert Fisk

Daniel Pearl no debería ser un rehén. La fotografía divulgada por sus secuestradores, en la cual aparece esposado y bajo la amenaza de ejecución, me conmovió profundamente, ya que él y su joven esposa francesa fueron los últimos occidentales que vi en Islamabad antes de regresar a Beirut, en diciembre pasado. Venía de ser atacado por una muchedumbre de afganos y había llegado, todavía golpeado y cubierto de sangre, a la casa de huéspedes de la calle Chinar, hogar de muchos periodistas en los últimos meses.

Daniel y Mariane eran el retrato de la felicidad, un gran alivio para mí luego de las duras jornadas vividas. Inmediatamente me condujeron a su pequeña habitación para servirme café y ofrecerme su lista de contactos telefónicos, ya que había perdido mi agenda durante el ataque. Daniel insistió en que usara su línea internacional para localizar a algunos periodistas amigos en Qatar. ƑPensaban ir a Afganistán?, les pregunté. Sacudieron la cabeza, negativamente. Mariane dijo que estaba embarazada. Había algo en aquella pequeña habitación, cálido y acogedor, que la convertía en una casa en pequeño. A menudo me he cruzado con este fenómeno, al encontrarme con dos personas que, a ojos vistas, están profundamente enamoradas.

Daniel fue secuestrado en la ciudad paquistaní de Karachi mientras realizaba un trabajo sobre grupos islámicos, y se dirigía a encontrarse con dos contactos en un restaurante. Insistieron en trasladarlo a otro lugar, y esa fue la última vez que se le vio, hasta que días más tarde se divulgaron aquellas grotescas fotografías y la amenaza de sus captores de que lo matarían, a menos que los prisioneros paquistaníes del campo X-Ray -instalado en la base naval estadunidense de Guantánamo- fueran repatriados y el otrora embajador talibán en Islamabad fuera liberado.

No soy el primero en destacar que los secuestradores -que dicen ser miembros del hasta entonces desconocido Movimiento Nacional para la Restauración de la Soberanía Paquistaní y que utilizan una cuenta de correo electrónico denominada [email protected] no parecen pertenecer a un grupo islámico ordinario. "Venerado" y "respetado" es lo más cercano a la religión que han sonado sus mensajes. Pero en vista de que Daniel trataba de ponerse en contacto con organizaciones islámicas, existe la posibilidad de que sea gente que toma en serio su religión, aun cuando su promesa de ofrecer a la familia del periodista una comida luego de su ejecución, ya que "no podemos olvidar la gentileza estadunidense de brindar un regalo de muerte a cientos y miles de musulmanes y luego lanzarles paquetes de comida a sus familiares", contiene una nota de macabro humor.

A mediados de la década de los ochenta, los periodistas eran blanco de los secuestros en Beirut. La Jihad Islámica y las amenazas de muerte eran moneda corriente. Recuerdo haber pasado una hora buscando el cuerpo de mi amigo Terry Anderson en un vertedero de basura, historia que felizmente tuve oportunidad de contársela personalmente, luego de su liberación tras siete años de cautiverio.

Pude encontrarme con algunos de esos secuestradores, hombres duros, inflexibles y de implacabe determinación. Pero cometieron un serio error político. Una vez que los extranjeros comenzaron a ser secuestrados, casi todos los periodistas occidentales también comenzaron a abandonar Beirut. Aunque The Independent continuó operando -alguna vez tuve la extraña distinción de ser superado cinco a uno en Beirut por mis colegas secuestrados-, la tragedia libanesa desapareció de las noticias. Nadie leía o escuchaba sobre la grandes batallas que se libraban entre Hezbollah y el ejército de ocupación israelí en el sur del país -con excepción, por supuesto, de Israel mismo-; el terrible sufrimiento en los campos palestinos bajo sitio de la milicia libanesa era una historia en gran parte no contada.

El Hezbollah, rodeado por estos grupos de secuestradores como satélites, reconoce ahora que aquella toma de rehenes fue una gran equivocación, un autogol del peor tipo, mas allá del inhumano encierro de inocentes y la amenaza sobre sus vidas.

Si Israel no pudo persuadir a Estados Unidos de colocar a Hezbollah en su lista de "terroristas", los secuestros lo hicieron posible. El argumento de que la resistencia nacional no debe ser confundida con "terrorismo" nunca fue escuchado, porque los periodistas que pudieron haberlo consignado estaban encerrados o habían huido.

Los secuestradores de Daniel cometen ahora el mismo error. Dieron a los periodistas estadunidenses hasta la medianoche del domingo para abandonar Pakistán. Esta es la mejor manera de asegurar que el sufrimiento de decenas de miles de refugiados afganos, o el caótico Afganistán sin ley que ha emergido tras la victoria estadunidense, la crisis en Cachemira y la situación de los millones de paquistaníes pobres no sean contados, y todo por una serie de demandas que nunca serán satisfechas por Estados Unidos.

Se me ocurre ahora pensar en el tratamiento a los prisioneros en la base de Guantámano, ultrajante e ilegal, un escándalo para un país que dice ser una democracia. Escribí ya antes que a estos hombres se les trata como se hizo con los rehenes de Beirut, y además con la amenaza de muerte dictada por cortes ilegales. Y, dado el peligroso e infantil discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado por el presidente Bush la semana pasada, no me sorprende que el gobierno de Estados Unidos no haya visto nada malo en la divulgación de las vergonzosas fotografías de los prisioneros maniatados, vendados y drogados.

Pero mucha de la reacción internacional ante este escándalo sólo fue provocada luego que los periodistas hablaron sobre las condiciones en que estaban estos prisioneros, y que editoriales y columnas de opinión explicaron que este tratamiento equivalía a una forma de venganza. Sin los reporteros no habríamos tenido el devastador testimonio sobre los miles de inocentes afganos muertos por las excursiones de los B-52 estadunidensess, ni sobre el asesinato de prisoneros talibanes por los aliados de la Alianza del Norte.

No sé si Osama Bin Laden está vivo, pero sospecho que sí. Si así fuera, sabe lo que sucede. Lo conozco y me conoce. Y si él tiene la posibilidad de hacerlo, y lee este artículo -como pienso que lo haría si estuviese vivo, ya que mis trabajos son a menudo reproducidos en árabe y pashtún- quisiera que haga lo posible por asegurar la liberación de Daniel.

Osama Bin Laden tiene muchos admiradores en Karachi -de hecho, una vez pasó media hora hablándome con orgullo sobre el apoyo con que cuenta en esa ciudad paquistaní- y su palabra, de cualquier manera en que sea transmitida, sería tomada en cuenta si los secuestradores de Daniel son gente que cree en el Corán.

Esta no es una petición especial. Los inocentes deben ser protegidos, cualquiera sea su edad o trabajo. Pero he pasado demasiados años de mi vida en Beirut, temiendo a los autos con vidrios polarizados, a los hombres barbudos armados, a las prisiones en los sótanos. Hoy, mientras escribo, viendo al mar en una Beirut ahora segura, me estremezco al pensar por lo que Daniel está pasando.

Dicho simplemente, debemos continuar con nuestro trabajo de descubrir la verdad sobre la guerra estadunidense en Afganistán, y a Daniel se le debe permitir regresar a casa con su esposa y el hijo que ambos esperan.

© Copyright: The Independent

Traducción: Alejandra Dupuy

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