Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 13 de febrero de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política

Arnoldo Kraus

Homosexualidad y religión

He leído algunas interpretaciones bíblicas que afirman que la imagen de Dios cambió a través del tiempo. Difícil comprobarlo -cada vez Dios se apersona menos en la Tierra-, pero lógico conjeturarlo: en la Tierra, su casa, todo ha mutado: las relaciones entre los seres humanos, los vínculos entre éstos y la ecología, la sobrepoblación, las guerras santas en nombre de Dios, las luchas fratricidas, los niños de la calle, los asesinatos en masa, el ascenso de nuevos credos, así como un sinnúmero de situaciones más dan cuenta de que ni el ser humano de Oparin ni el ser humano de Dios es el de antes. Por eso, habida cuenta de que es partícipe de la inmensa mayoría de las acciones que rigen el (mal)caminar de nuestra especie, es lícito pensar que la figura del ser supremo -judío, católico o musulmán- debe haberse modificado.

La declaración reciente del sacerdote José Mantero -"ser gay no es un pecado ni un desorden moral, sino que es también un don de Dios, de la misma manera que ser heterosexual o lesbiana. Dios te crea así y te quiere así"- sacudió lo suficientemente a la jerarquía católica como para retirar de su puesto al ahora ex vicario de Valverde del Camino (Huelva, España).

Acorde con las leyes religiosas, el castigo contra Mantero es justificado porque, además de su confesada homosexualidad, declaró haber vulnerado el deber de castidad que prometió en su ordenamiento. Sin embargo, según otras leyes y otras lógicas, que podríamos agrupar bajo el rubro "tolerancia y tiempo", el castigo impuesto parece infundado.

Se me ocurren nueve propuestas para argumentar contra la sentencia. La primera es que todo religioso debe ser sincero. La segunda es que la homosexualidad no es una enfermedad ni una desviación ajena a lo humano. La tercera es que si cualquier persona, sea tuberculoso, político, gay o, en el futuro, "un ser humano clonado", considera que tiene dones -y lo demuestra- para ser cura, rabino o lo-que-sea y es aprobado por comités ad hoc, no se le debería excomulgar una vez expresada parte de su personalidad. La cuarta es hacer una encuesta entre los miembros de la Iglesia para saber cuántos consideran que la homosexualidad es una enfermedad y cuántos no. La quinta es que algunas religiosas han denunciado haber sido víctimas de violencia sexual en el seno de la Iglesia. La sexta es que existen casos de sida entre sacerdotes, cuyo contagio no fue vía transfusión sanguínea.

La séptima, y ésta sería un ejercicio muy sano, consistiría en conocer la opinión de los fieles de Valverde del Camino acerca de Mantero y las enseñanzas, apoyos o consolaciones que ha brindado. La octava es que en todos los ámbitos de la vida social el desempeño de los y las homosexuales es idéntico al de los heterosexuales. La novena sería apelar, cuando se habla de homosexualidad y modernidad, o de homosexualidad y raciocinio, al "valor del tiempo", al "valor de la tolerancia", al "valor de la ciencia" y al "valor de la historia". La suma y las lecciones de esos valores confrontan saberes. Mientras por un lado se sabe que la homosexualidad no es una enfermedad, por el otro se han y se siguen enterrando ideas, razones e incluso personas en nombre de las religiones.

La apertura del sacerdote no debería leerse como una "confesión" o un suceso siniestro, sino como un acto profundamente religioso en el cual el peso de la verdad sobrepasa al de las leyes. Considerarlo "enfermo" o portador de un "desorden moral" contraviene los mínimos principios éticos y religiosos en los que no debería haber nada más humano que lo humano -Ƒo qué son los y las homosexuales?

La visión dualista propuesta por Platón, que sostiene que el ser humano está conformado por dos elementos opuestos, el cuerpo y el alma, y que ha sido heredada por la tradición cristiana, merece en estos tiempos otra lectura.

Platón aseveraba que el cuerpo y sus pulsiones no sólo eran responsables de muchos males como las guerras y la violencia, sino que, además, debido a la impureza del cuerpo no era posible conocer la verdad. El alma, en cambio, era considerada esencia y rectora moral. Si esa noción fuese actual y justa, o si realmente la homosexualidad atentara contra el orden divino, las nueve "sugerencias" que enumeré lí-neas atrás serían equivocadas.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año