Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 16 de febrero de 2002
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Política

Alberto J. Olvera

Partidos en crisis

La sorprendente coincidencia de cambio de presidentes en los tres principales partidos políticos del país permite observar los alcances y las limitaciones de cada uno y comprender las razones por las cuales la ciudadanía está perdiendo la confianza en ellos

LOS TRES PRINCIPALES PARTIDOS políticos de México están inmersos en el proceso de elegir a sus líderes nacionales. La sorprendente coincidencia permite observar los alcances y las limitaciones de cada uno y comprender las razones por las cuales la ciudadanía está perdiendo la confianza en ellos. Particularmente grave es la ausencia casi total de ideas y propuestas y de la repetición incesante de viejos clichés y prácticas.

Las campañas de Roberto Madrazo y de Beatriz Paredes comparten los vicios característicos del Partido Revolucionario Institucional, así como una alarmante falta de propuestas concretas sobre cómo reconstruir un partido que dejó de ser el apéndice político del presidente. Madrazo es el paradigma de los pactos ocultos y del financiamiento ilegal. Si los priístas le otorgan el triunfo será porque ven en él no la ruptura, sino la continuación de las viejas prácticas que en el pasado le otorgaron al Partido Revolucionario Institucional triunfos moral y legalmente cuestionables. Los priístas apuestan a un símbolo caduco en un momento en que la ciudadanía pide una nueva moral pública y el apego a la ley por parte de los actores políticos. Por su parte, Beatriz Paredes no puede reclamarse libre de todo lastre, pues ha sido protagonista principal del partido oficial desde hace 20 años. Su campaña se funda en amarres con los gobernadores que temen a Madrazo. Lejos de crecer y de demostrar capacidad real de liderazgo, Paredes mantiene una campaña de bajo perfil que carece de proyecto político.

El PAN vive otro tipo de crisis. Se trata de un partido atravesado por una contradicción entre un presidente emanado de sus filas, pero que para ganar la Presidencia y para gobernar tuvo y tiene que alejarse relativamente de su doctrina y de sus cuadros, y un grupo de líderes parlamentarios con agenda e intereses propios, que no tienen lealtad al jefe del Ejecutivo del país y poseen más poder que el presidente del partido. El PAN se concibió a sí mismo como un instituto político de cuadros, cimentado en una ideología conservadora, cuya misión era plantear una oposición moral a un gobierno autoritario. No es extraño que, llegado al poder, no disponga ni de los cuadros ni del programa necesarios para gobernar. Sin embargo, sus líderes reales quieren que el gobierno refleje su reducido y anticuado programa, basado en preceptos morales que en la vida pública no pueden tener anclaje institucional y legal.

Los candidatos a la presidencia de Acción Nacional representan los dos polos en los que se debate ese partido. Bravo Mena es el personero de Fernández de Cevallos, autonombrado guía moral y político del partido, quien defiende una visión estrecha de un programa y un partido conservador. En cambio, Medina Plascencia es un político pragmático más cercano a Fox y a la idea de un partido en el poder y del poder, sin embargo, carece de una propuesta de modernización del discurso de la derecha. El PAN vive una crisis de identidad y de dirección que no necesariamente se va a resolver en la elección interna.

El Partido de la Revolución Democrática es un instituto dividido en corrientes que luchan predatoriamente por el poder y que han destruido su capacidad de apelar a una moral política diferente a la del PRI. Es también un partido atravesado por una crisis de identidad. De un lado, la corriente cardenista apuesta a mantenerlo como una especie de PAN de izquierda, es decir, como un partido que asume una crítica moral al poder desde principios e imágenes abstractas fundadas en un obsoleto nacionalismo revolucionario. Esta política impide al PRD participar activamente en la definición de las políticas públicas y de la agenda legislativa, excepto en circunstancias excepcionales, como fue el caso de la reforma fiscal. El PRD ha desperdiciado así la oportunidad histórica de constituirse en partido bisagra en la actual fase de transición de régimen y se ha limitado a continuar su lastimosa política de crítica testimonial a imaginarias conspiraciones de los ogros neoliberales que pululan su imaginario, concediéndole así demasiada inteligencia a oponentes que no la tienen.

La corriente de los aparatchiks (amalios y chuchos) peca, por el contrario, de pragmatismo ilimitado en la medida que carece de programas y propuestas alternativas a partir de las cuales negociar. Esto tampoco ayuda a reorientar las políticas públicas y a definir la agenda legislativa. Esta orfandad programática se observa también en el gobierno de la ciudad de México, que parece funcionar según las intuiciones del día del jefe de Gobierno.

La pobreza conceptual y programática que caracteriza la actual disputa por la dirección de los partidos políticos explica en buena medida la actitud de recelo y alienación de los ciudadanos respecto a la vida partidaria. Los tres principales institutos políticos han secuestrado la vida política y esta monopolización no está rindiendo resultados, y sí en cambio cuesta mucho dinero al erario público. Es tiempo de revertir esta tendencia antes de que la ciudadanía opte por alejarse de la política.

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