Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 16 de febrero de 2002
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William D. Hartung

No dejen atrás a ningún contratista de defensa

Parecería que ocurrió hace millones de años; sin embargo, si hacen memoria recordarán que durante la campaña presidencial George W. Bush se presentaba como el hombre que "reformaría" el Pentágono, dispuesto a recortar los programas innecesarios de armamento de la guerra fría para dar lugar a sistemas móviles más ligeros y rápidos. Es cierto que entonces Bush mencionó la palabra "misiles de defensa" cada vez que pudo y que habló desdeñosamente de acuerdos como el Tratado de Misiles Antibalísticos. Pero cuando se le preguntaba cuánto pensaba realmente destinar al presupuesto militar, el candidato republicano se comprometió a incrementar el gasto militar en apenas 50 mil millones de dólares en un plazo de 10 años, esto es, en cerca de 5 mil millones anuales. Por el contrario, su contendiente demócrata, Al Gore, prometió duplicar ese mismo monto, o sea, 100 mil millones de dólares para la defensa repartidos en una década. De hecho, cuando Gore enfrentó a su adversario en este tema durante uno de los debates, Bush afirmó que "si ésta es una competencia para ver quién puede gastar más dinero, voy a perder".

Esto implicaba que las reformas que Bush proponía -incluyendo la promesa de "superar toda una generación" de sistemas de armamentos para favorecer nuevos diseños de defensa más compatibles con las realidades estratégicas del mundo de la posguerra fría- darían espacio en el presupuesto a su ambicioso plan de defensa contra misiles y armas convencionales de la nueva generación, sin que al hacerlo se destapara el presupuesto militar.

La imagen de "reformador" de Bush terminó cuando su administración presentó ante el Capitolio la propuesta de aumentar el presupuesto militar en 396 mil millones. Como Paul Krugman, del New York Times, resalta en su columna del 5 de febrero, "el presupuesto militar parece que tiene poco que ver con la amenaza real... A nosotros, que no somos expertos en defensa, nos desconcierta el hecho de que un ataque cometido por maniacos armados con navajas justifique gastar 15 mil millones en piezas de artillería de 70 toneladas o desarrollar tres diferentes aviones de combate (los cuales, por cierto, antes del 11 de septiembre eran vistos excesivos e innecesarios por funcionarios del gobierno). Ningún político que desee la relección se atrevería a decirlo, pero el nuevo lema de la administración es "no dejen atrás a ningún contratista de defensa".

Una revisión rápida del Programa de Adquisición y Costos por Sistema de Armamento del Pentágono indica que para 2003 más de un tercio de los 68 mil millones de dólares del presupuesto militar para el año se destinará a los sistemas que prevalecieron durante los tiempos de la guerra fría, que evidentemente tienen poco o nada que ver con la guerra contra el terrorismo. De hecho, durante la campaña presidencial y en los primeros meses del se-cretario de Defensa, Ronald Rumsfeld, se habían anunciado grandes reducciones o cancelaciones de muchos de esos sistemas de armamento.

Algunos ejemplos de las reliquias de la guerra fría junto con sus principales contratistas que recibirán una buena partida del presupuesto para 2003 son el helicóptero Comanche RAH-66, del ejército; (Boeing y la Sikorsky Aircraft División of United Technologies, 941 millones de dólares); Raptor F-22, de la fuerza aérea (Lokheed Martin, Boeing, y el Pratt and Whitney División of United Technologies, 5.2 mil millones); Destroyer DDG-51 (Bath Iron Works and the Ingalls Shipbuilding División of Northrop Grmman, 2.7 mil millones); submarino de ataque tipo Virginia (Electric Boat Division of General Dynamics, 2.5 mil millones); submarino de misiles balísticos Trident II (Lockheed Martin Misiles and Space, 626 millones).

En total, estos sistemas son candidatos a recibir una partida de 21.2 mil millones de dólares en el presupuesto del año próximo, a pesar de que en el pasado tanto consejeros de Bush como proponentes de la reforma militar los han criticado por considerarlos muy pesados (es el caso del Crusader), redundantes (los tres nuevos programas de aviones cazabombarderos) o, bien, fuera de lugar en un contexto mundial en el que el adversario no es un gigante armado hasta los dientes como lo era la Unión Soviética, sino un poder regional o una red de terror, cuya intención, ya no se diga capacidad, no es competir con Estados Unidos con navíos y aviones. En contraste, en el marco del presupuesto militar previsto para 2003 el aumento en el gasto de municiones y de precisión, como el Boeing Joint Direct Attack Munition (JDAM) y el crucero de misiles Raytheon Tomahawk, que se utilizaron ampliamente en la guerra en Afganistán, será solamente de 3.2 mil millones de dólares.

Además del financiamiento que se hará de las reliquias de la guerra fría, como las que se mencionaron, se van a destinar 9 mil millones a la defensa de misiles balísticos, no obstante la opinión dentro del propio gobierno estadunidense de los expertos en proliferación de misiles, quienes coinciden en que es poco probable que un Estado hostil o un grupo terrorista lance un arma de destrucción masiva contra Estados Unidos con un misil. Así, tenemos que más de 44 por ciento de los fondos destinados al armamento contenidos en el presupuesto militar del gobierno Bush no tiene nada que ver con la guerra mundial contra el terrorismo.

Más allá de si el nuevo presupuesto fi-nancia sistemas obsoletos, surge otra interrogante fundamental: ¿el uso de la fuerza militar resolverá el problema de la violencia terrorista? Matar a los talibanes y destruir algunos operativos de Al Qaeda en Afganistán sirve de poco para desarticular el financiamiento y las capacidades de largo plazo de una red que aparentemente cuenta con células repartidas en cerca de 60 naciones. Los esfuerzos de congelar su financiamiento, ir a la caza de sus miembros y detener la transferencia de tecnología armamentista de punta, que permite a redes como Al Qaeda constituirse en seria amenaza, requerirá cooperar con otros países, muchos de los cuales han sido prácticamente marginados de la postura unilateral que ha adoptado la administración Bush desde el comienzo de la guerra. De la supuesta existencia de un "eje del mal" al que se refirió durante su primer informe de gobierno, afirmación que resultó incómoda incluso para las elites políticas y corporatistas que asistieron al Foro Económico Mundial de Nueva York, hasta la indiferencia del Pentágono con relación a las críticas que se le han hecho por la muerte de civiles afganos a causa de los bombardeos aéreos y el tratamiento inhumano de los prisioneros de Guantánamo, Bush y su equipo están creando un océano entre ellos y sus aliados clave en la "coalición" antiterrorista. La falta de voluntad de aumentar el gasto para la diplomacia (básicamente el presupuesto principal del Departamento de Estado) o la ayuda económica externa subraya a qué punto este gobierno considera la guerra contra el terrorismo como una empresa básicamente militar, en la que Estados Unidos realiza redadas ad hoc a su mando para ir detrás del enemigo del momento. Esta actitud de hacer las co-sas por su lado es tan peligrosa como el edificio militar que se quiere justificar en nombre de la guerra contra el terrorismo.
 
 

World Policy Institute

Traducción: Marta Tawil

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