Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 16 de febrero de 2002
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En Atenco, del hogar al activismo

Se resisten las mujeres de ese municipio a ser campesinas sin tierras ni raíces

MARIA RIVERA ENVIADA

San Salvador Atenco, Mex. Las mujeres de Atenco no quieren ser campesinas sin tierra ni raíces. Tienen memoria, cuentan con una historia ?de sí mismas, de su familia y de su gente. Lo que retratan no es una comunidad en retirada, ni un mundo agrícola en extinción, sino un pueblo unido con un solo fin: sobrevivir.

"Ahorita ya no tenemos miedo -resume con orgullo Raquel, una de las participantes del movimiento de resistencia a la construcción del nuevo aeropuerto capitalino en Texcoco-, las lágrimas que derramamos el día en que se supo del decreto expropiatorio (22 de octubre de 2001) se convirtieron en coraje. A nosotros el gobierno nunca nos ha dado nada; nadie de ellos ha venido para ver cómo estaba el pueblo, todo lo hemos hecho con nuestros medios. Por eso no tienen cara para decir que son dueños de esto. No les vamos a dejar la tierra aunque nos maten."

La apacible vida que llevaban estas ejidatarias ha dado paso a la movilización de tiempo completo. Saben que cualquier momento puede ser la víspera de su final. En cuanto truena un cohete ?el medio de comunicación que enlaza a los pueblos amenazados? corren a la plaza a ver qué sucede. Lejos han quedado las inseguridades de la primera manifestación, en la que llanto y consignas se entremezclaban sin atinar qué iba primero. Hoy, en su mirada y sus palabras se traslucen nuevas certidumbres. La desolación inicial no dio paso a la resignación ni al abandono, sino a la profunda convicción de que el poder no tiene la última palabra.

Macrina Castro y Raquel -esta última no quiere dar su verdadero nombre porque a la gente del movimiento, dice, la tienen "bien checada"- cocinan para la guardia del día. Mientras prepara los sopes del almuerzo, Macrina explica que ahí todo el trabajo es voluntario. La cantidad de comida se calcula de acuerdo con las actividades. "Si vamos a marchar hay que hacer más para que el cuerpo resista, porque tampoco se trata de andar luchando sin comer".

Su esposo es ejidatario y gracias a la parcela dieron educación a sus cinco hijos. Dos de los muchachos ya están encaminados, dice con orgullo: uno está en el tecnológico y el otro en la Universidad Nacional Autónoma de México.

"Yo sólo estudié hasta la secundaria, pero aquí en el pueblo hay muchos profesionistas. Pregunte de dónde salieron sus estudios: ¡del campo! Los que tienen vacas venden leche, crema, queso, requesón; los que no, maíz, y de ahí salen las hojas y los tamales para vender. Así va sacando uno su dinerito para pagar las inscripciones. Yo veo a los del Distrito Federal que tienen que comprar todo, ¡y a qué precio! Pero eso no pasa aquí, todo nos lo da la tierra. En tiempo de secas hay romeritos, nopales, quintoniles, verdolagas o xoconoxtle, y cuando llueve se da lo que uno siembra."

Votó por Fox, reconoce la ejidataria de 43 años, por eso al principio no podía dar crédito a los rumores de la expropiación. "Pensaba: ¿cómo nos va a quitar todo si esto es nuestra vida? No, decía yo, ¿cómo nos va a hacer eso el Presidente? Por eso cuando vino el decreto me dio mucho sentimiento y mucho coraje. Pensé en qué va a ser de mis hijos, siempre creí que cuando se casaran podríamos darles un pedacito de tierra para que salieran adelante, pero ahora, ¿qué les vamos a dejar?"

Atisbos de una transformación más profunda, que abarca el ámbito doméstico, empiezan a ser percibidos por su familia. "No hay que conformarnos con la idea de que el gobierno tiene la última palabra y no se puede luchar contra ellos. Nos dicen que somos mujeres malas, agresivas, sólo porque nos defendemos. Incluso, mis hijos, al principio, se quejaban de mi cambio. Decían: 'mamá, ya no te conocemos, hasta tu vocabulario cambiaste'. Es cierto, porque ahora cuando veo algo injusto lo digo. No soporto que nos pisoteen, que nos traten con la punta del pie; no puedo volver a ser la mujer tranquila de antes".

Raquel ofrece una versión similar a la de su compañera de lucha. A sus 45 años, nunca había tenido necesidad de andar en marchas o movilizaciones. "Vivíamos pobres, pero tranquilos. Hasta que nos tocaron el amor propio, que es el bienestar de nuestros hijos, porque lo que nos están quitando es su porvenir. Yo siempre me había dedicado a mi familia, pero ahora estoy dedicada de tiempo completo al movimiento.

"A veces estoy dándoles de comer a mis cuatro hijos cuando truena un cuete, ¡y córrele para ver qué pasa! He ido a todas las marchas, y el principio sí fue muy duro, gritábamos y llorábamos porque no estábamos acostumbradas a eso. Queríamos que alguien nos escuchara, que nos viera, que supiera quiénes éramos realmente. Luego nos mandaron sus granaderos y sus perros y ya no hallábamos qué hacer. Con la voluntad de todos nosotros y la fe en Dios saldremos adelante. También a mí mis hijos me dicen que de todo salto, porque lo que teníamos de tranquilas ahora lo tenemos de corajudas".

Adela Romero tiene 34 años y es madre de una niña de tres. En julio de 2000 entró a trabajar a Star Horse, una maquiladora coreana cercana al pueblo, para ofrecer a su hija una mejor vida de la que podía darle como campesina, sin embargo, fue despedida año y medio más tarde.

"Soy madre soltera ?comenta?, y como necesitaba guardería y servicios médicos para mi hija, pensé que en una empresa extranjera conseguiría mejores condiciones de trabajo; pero no fue así. Tuve que batallar mucho para que inscribieran en el Seguro Social a la niña, y nos obligaban a hacer jornadas de 10 horas de trabajo, con un descanso de 30 minutos para comer. En verano la fábrica es un infierno; hace muchísimo calor porque los techos son de lámina, pero ni así nos querían dejar tomar agua, para que después no fuéramos al baño; se trataba de que no le quitáramos tiempo a la costura".

Varios accidentes laborales a los que no se les dio atención hicieron que algunos de los trabajadores trataran de formar un sindicato, pero ya existía uno: patronal, por lo que los obreros disidentes fueron despedidos. Adela decidió aguantar. Con el tiempo les exigieron que firmaran unos contratos donde al final se les pedía su renuncia, de manera que podían ser despedidas en cualquier momento sin ninguna indemnización. Quienes se negaron a aceptar esas condiciones fueron encerradas, recuerda, y presionadas por policías internos. "Con aquel miedo, pues claro que firmas lo que te pongan enfrente. Sin embargo, la empresa negaba todas esas situaciones. Hasta que un día me dijeron que ya no les servía como empleada y me despidieron".

Interpuso una demanda laboral, que aún no tiene resolución. Ahora trabaja, al igual que buena parte de las mujeres del pueblo, en talleres familiares que entregan mercancías a las tiendas de Chiconcuac, donde no hay posibilidad de prestaciones. En su tiempo libre trabaja la parcela que les heredó su padre. De ahí comen ella, su hija y los otros siete miembros de su familia.

"De la hectárea de terreno ?indica? sacamos 50 costales de maíz, que nos alcanza para todo el año. También sembramos tomate, calabaza, frijol... lo que se pueda. Yo no me imagino la vida sin mi terreno, no quiero que mi hija se críe en la ciudad. Yo viví allá y era como estar encerrada; deseo dejarle, por lo menos, la libertad que yo he tenido. Por eso estoy en la resistencia".

Una de las voces jóvenes del movimiento es la de Lidia Morales, de 21 años. Pese a que cada día viaja más de cuatro horas, entre ida y regreso, para estudiar la carrera de sociología en la UNAM, donde cursa el tercer semestre, se considera afortunada de tener esa oportunidad. Al igual que sus ocho hermanos, nació en San Salvador Atenco, aunque sus padres vinieron de fuera. De su papá, nativo de la sierra norte de Puebla, aprendió el valor de la tierra. Le enseñó a sembrar árboles y flores y a verlos crecer. Por eso entiende lo que defienden sus compañeros de lucha.

"Mi papá tuvo que salir de su comunidad, y al llegar aquí fue rechazado porque nadie lo conocía ?relata?, es lo que nos va a pasar ahora si nos vamos a otros lugares, no vamos a ser bien recibidos. Esta población tiene su forma de pensar, sus tradiciones y su historia, no puede ser que de un momento a otro nos digan váyanse de aquí, ya no verán las calles que cada día caminan, ni van a poder conservar sus costumbres".

Doña Sofía Rivas anda por los 79 años, y en sus recuerdos permanecen vívidas las épocas de esplendor de Atenco. Cocinera al fin, recuerda, por ejemplo, cuando el agua del lago de Texcoco llegaba hasta el campo y en una volanta, tirada por un caballo, iba a recoger los pescados que quedaban varados. "Había cuiles, unos pescados muy sabrosos, como la sierra, pero redonditos, ranas, ajolotes, acociles, de todos se hacían en tamales y quedaban muy sabrosos. Luego estaban los patos silvestres, las tórtolas y los pichones. Cuando los hombres salían al campo regresaban con conejos y uno los ponía a cocer con xoconoxtle, cebollas de rabo, cilantro y epazote, y viera ¡qué buenos quedaban!"

La laguna se fue secando porque el agua que venía del monte la atajaron, recuerda. Frunce el seño, saca sus cuentas y dice que hace como 30 años empezó el tiempo de secas. Ahora, comenta con un murmullo, ya no da razón del campo. Mujer emprendedora, se puso a vender recaudo y hasta logró comprar una caseta donde comerciaba de todo. A la muerte de su esposo ?hace 11 años? puso una pequeña fondita donde se comen los mejores sopes del pueblo.

Sus hijos trabajan la parcela que le dejó su marido, de ahí se ayudan todos, comenta. "Los primeros días nada me consolaba, no dejaba de pensar que los padres llevan las yerbitas del campo a sus hijos, elotes, lo que sea, pero ya no habiendo nada, ¿qué va a pasar? Yo ya viví, ya vi de todo, pero qué será de los nuevos, los que apenas están empezando. No sé leer, pero estoy informada, le pido a la gente que me diga cómo van las cosas. Duelen las palabras que dicen.

"Desgraciadamente yo no puedo acompañar a los que van a las marchas a México, no puedo caminar, pero siempre le pido a la Virgen que los acompañe. Ojalá y el Señor haga el milagro de que no nos expropien, que nos dejen nuestros terrenos tal como estamos". Si no, mire..., dice señalando el machete, símbolo del movimiento de resistencia, que cuelga frente a la fonda Doña Chofi. Ni duda cabe, las mujeres de Atenco ya no son las mismas, ahora son de armas tomar, cuando de defender lo suyo se trata.
 
 

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