Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 16 de febrero de 2002
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Cultura

Juan Arturo Brennan

Händel y Christie

París. Durante los últimos días de enero y los primeros de este mes, el histórico y vetusto Teatro del Châtelet en la capital francesa ofreció varias representaciones de la ópera Rodelinda, de Georg Friedrich Händel, bajo la impecable dirección musical de William Christie. Famoso ante todo como fundador y director del ensamble Les Arts Florissants, Christie tiene una bien ganada reputación como uno de los más grandes estudiosos e intérpretes de la música antigua, y su trabajo en esta Rodelinda no hizo sino confirmar ese estatus.

Para estas representaciones de Rodelinda la expectación estaba concentrada en la actuación del notable contratenor alemán Andreas Scholl en el papel de Bertarido. Las expectativas generadas por la presencia de Scholl fueron justificadas con creces a través de una ejecución vocal impecable, complementada con un sólido trabajo teatral. Scholl es poseedor de una voz con un color y un cuerpo excepcionales entre los contratenores de hoy, y en su interpretación de Bertarido (rol concebido originalmente por Händel para el famoso castrato Senesino) demostró, además, que la suya es una voz con una admirable homogeneidad de timbre a lo largo de todo su registro, incluyendo las riesgosas regiones graves que el compositor explora con frecuencia en esta partitura.

El resto del reparto estuvo cabalmente a la altura de Scholl, de manera especial la intérprete del rol titular, la soprano Anna Caterina Antonacci, de soberbia presencia escénica y una voz poderosa, flexible y cristalina. El tierno y desolador dueto de despedida con el que concluye el segundo acto de Rodelinda se convirtió, en las voces y gestos de Antonacci y Scholl, en un momento operístico sublime, un trozo inolvidable de teatro musical.

Y a propósito de teatro, mención aparte merece la soberbia puesta en escena de Jean-Marie Villégier. Extrapolada más a partir de las condiciones reales que prevalecían en Inglaterra cuando se estrenó Rodelinda en 1725, que a partir de los parámetros narrativos del libreto de Antonio Salvi y Nicola Haym, la puesta en escena sitúa inteligentemente la acción en un contexto que alude al Hollywood de los años veinte. Este contexto es reforzado por un diseño escenográfico de Nicolas De Lajartre y Pascale Cazalés, obsesiva y abrumadoramente monocromático, en el que hasta la sangre es negra. Así, los pomposos patricios clásicos dan paso a las vampiresas, los engominados y los bigotones, mientras que las añejas huestes itálicas son sustituidas por muy directas e inquietantes alusiones a un estado policiaco, militarizado y totalitario.

Todo ello permite a Jean-Marie Villégier proponer algunos certeros toques de humor que si bien no le quitan a esta Rodelinda su carácter de ópera seria, sí la aligeran de los peores lastres de la ópera-mármol. La sólida presencia vocal y teatral de Kurt Streit como el villano Grimoaldo y de Umberto Chiummo como su secuaz Garibaldo fue fundamental para el buen desarrollo teatral de esta singular Rodelinda. Al mando de la intuitiva y dúctil mano de William Christie, la Orquesta de la Era de la Ilustración hizo una versión impecable de la música de Händel, en cuya orquestación destaca el rico color de cuatro oboes, utilizados sabiamente por el compositor.

Al interior de este colectivo de músicos de alto calibre, destacó con brillo especial la presencia de Elizabeth Kenny, quien realizó un deslumbrante trabajo de continuo en la tiorba. Sin duda, fue la sabiduría de William Christie la que estuvo detrás de otro detalle especial de esta versión de Rodelinda: el hecho de que cada uno de los cantantes aplicó parámetros distintos de ornamentación vocal, según la dinámica propia de su personaje e incluso según el carácter de cada aria. En suma, esta Rodelinda (producida originalmente en 1998 en el Festival de Glyndebourne) resultó una experiencia operística suprema.

Después de haber visto y oído destacadas interpretaciones de Rodelinda y Dido y Eneas en París, me pregunto no sin cierta mala leche retórica: Ƒcuándo y con cuántos siglos de retraso llegará la ópera barroca a nuestros escenarios? Me consta de buenas fuentes que ahí están las partituras, los proyectos, los planes y los intérpretes dispuestos a aplicar su experiencia especializada para intentarlo. Pero con tanto oído sordo que anda suelto por ahí donde se toman las decisiones al respecto...

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