Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 24 de febrero de 2002
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Política

Néstor de Buen

Razón de Estado...militar

El general Ricardo Clemente Vega García, secretario de la Defensa Nacional, se echó una frase medio comprometida al decir que en 1968 el Ejército "cumplió lo que se les ordenó como razón de Estado".

Don Nicolás Maquiavelo se habrá dado una vueltecita en su tumba, en justo festejo porque su vieja teoría siga tan campante y actual. El problema es que quienes la invocan, ahora parece que no saben exactamente lo que significa. Y si lo saben, mucho peor.

La razón de Estado, magistralmente tratada en una conferencia en la Universidad de Alcalá de Henares (que fue Complutense, hasta que la Central de Madrid le robó el nombre), dictada nada menos que por Jesús Reyes Heroles, es la justificación, más allá de la ley, por no decir que en contra de la ley, de una conducta que pretende salvar al Estado.

Sin la menor duda, en 1968 la razón de Estado fue el motivo del crimen en Tlatelolco, porque la decisión del Presidente o del Estado Mayor Presidencial, como lo han señalado en un libro magistral Julio Scherer y Carlos Monsiváis, de reprimir a los estudiantes sin reserva alguna, pero con una enorme dosis de falsificación de los hechos, no fue otra cosa que la defensa a ultranza del poder, rompiendo con ello todas las garantías constitucionales y, en especial, la establecida en el artículo noveno, el cual consagra el derecho de reunión. Dice el segundo párrafo: "No se considerará ilegal y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta por algún acto a una autoridad, si no se profieren injurias contra ésta ni se hiciere uso de violencias o amenazas para intimidarla o resolver en el sentido que se desee". De haber habido injurias, que posiblemente las hubo y más que justificadas, la respuesta no podría ser el crimen absoluto del 2 de octubre.

Los estudiantes que se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas expresaban su inconformidad con la violencia de Estado, el cual había reprimido un conflicto entre estudiantes en la Ciudadela, lo que provocó la exigencia de destitución del jefe de la policía. Pero se protestaba, sobre todo, contra la actitud agresiva del poder, incapaz del diálogo y dueño de una absoluta soberbia.

La maquinación indecente del Estado Mayor Presidencial trató de justificar el crimen de Tlatelolco presentándolo como una respuesta a la agresión de los estudiantes en contra del Ejército, cuando la realidad fue que a partir del famoso estallido de la bengala los hombres de guante blanco, oficiales mal disfrazados del Estado Mayor, dispararon a mansalva matando e hiriendo a soldados y estudiantes.

Aquel acto, que mancha la historia de México, fue realmente una expresión de la razón de Estado. No se justifica en modo alguno, y menos por la supuesta "obediencia debida", que trata de salvar la responsabilidad de quienes ejecutan órdenes absolutamente ilícitas y, como fue el caso, criminales.

Los antecedentes del uso de ese invento maquiavélico, que se encuentran en El Príncipe, son más que frecuentes en nuestro mundo. Sin ir más lejos, en el sufrido Derecho del trabajo, en función de la razón de Estado, se requisan las empresas de comunicación en huelga, se "expropian" los bienes propios, šbella redundancia! (la famosa intervención administrativa en la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, o como se llamara entonces, que era y es propiedad del Estado, hoy con otro nombre), se declara la quiebra de empresas estatales que legalmente no pueden quebrar, para despedir ilícitamente a los trabajadores (Aeroméxico, como seguramente recordarán), o se toleran los ilegales paros técnicos, copia vil de una solución seguida en la Volkswagen de Alemania, que la Ley Federal del Trabajo no autoriza. La suspensión temporal de las relaciones laborales, prevista en la LFT, exige la aprobación de una junta de conciliación y arbitraje, y no basta un simple acuerdo entre empresa y sindicato.

Mala referencia a la razón de Estado del secretario de la Defensa. Me parece que disfruta la misma capacidad de equivocarse que acaba de hacer valer el emperador del bien, el señor Bush, en su reciente viaje a Japón. No puedo entender que el general Vega García haya dicho lo que dijo, sabiendo el alcance de lo que decía.

Parece mal de nuestro tiempo. Tan es así, que nada menos que Felipe Calderón ya ha manifestado su absoluta inconformidad por las declaraciones que estima imprudentes del presidente Vicente Fox, quien, afirma, está mal asesorado. A lo mejor habrá que mandar a nuestros políticos en el poder a estudiar a la escuela. O, por lo menos, a que les den unas clases particulares, pero otros asesores.

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