Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 24 de febrero de 2002
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Política

Rolando Cordera Campos

ƑDel desconcierto al desgobierno?

Las diferencias políticas se vuelven grietas con las horas, y mientras los empresarios mantienen su enojo con la gestión económica, ahora le toca el turno al PAN parlamentario, encabezado por Felipe Calderón, quien tampoco esconde desconcierto y malestar ante los titubeos fiscales de Hacienda y del Presidente.

"Torpeza y desapego", consignó la prensa; "desaseo", oyeron los radioescuchas. Tales fueron los términos usados por el panista para referirse al discurso del presidente Fox en Guadalajara, sobre las enmiendas fiscales. "Mentiras", prefirió llamarlas el senador Sodi, del PRD, y Manuel Bartlett optó por la sorna: "Ahora va a enmendar sus propios errores cargándoselos al Congreso", dijo ante las cámaras el senador priísta. No hay gobierno, dirán algunos, pero lo que ciertamente está ausente es el concierto.

Que el partido ganador de las elecciones no acabe de acomodarse en el gobierno es grave, más aún si no acabamos de conocer a quienes en los hechos se encargan de llevar las riendas del Estado. Pero más grave es saber que, mientras el jefe del Ejecutivo se dedica a jugar al pool con López Obrador, los miembros del Ejército Mexicano expresan a su disciplinado modo un malestar que poco tiene que ver con el que vocean los hombres de la empresa o los políticos.

La obediencia debida es condición obligada de todo régimen civil y democrático, pero eso no excusa a nadie, militar o no, de la comisión de faltas graves en el cumplimiento del deber. Y esto es lo que está en el fondo, en el caso de la resolución de la Suprema Corte sobre 1968. La obediencia, pero también la orden. Con todo, para gobernar bien, es indispensable tratar con el debido cuidado político a quienes por mandato de la Constitución deben la obediencia mayor de usar la violencia legítimamente concentrada en el Estado, y es esto lo que no se hace ni en el gobierno ni en la prensa, ni en los cenáculos donde se saborea por adelantado no se sabe qué victoria sobre el mal. Y es por eso, en buena parte, que las cosas de la República están y saben mal.

La intención del gobierno del presidente Fox, de seguir por la ruta de las reformas estructurales inconclusas sin contar antes con las alianzas necesarias, puede mostrarse tan destructiva como los empeños añejos por pasar a la historia a la última hora. Así como aquellas hazañas se trocaron pronto en despropósitos mayúsculos, que descompusieron las convenciones centrales del régimen presidencialista hoy en decadencia, la insistencia del equipo presidencial en gobernar a golpe de spots puede llevarnos a un desorden formidable, donde nadie sepa ni de qué se trata ni a dónde se va. El que el Congreso de la Unión se haya incorporado a esta "guerra florida" de mensajes electrónicos no hace más que agravar la situación.

En una perspectiva como la que se ha abierto, sería demasiado pedir que las nuevas o las remozadas instituciones para gobernar la democracia adolescente de los mexicanos, como el IFE o la Suprema Corte de Justicia, se encargaran de poner orden y construir consensos que no pueden ni deben realizar ni juristas ni funcionarios de Estado, como los ministros o los consejeros. Aunque no les falten a algunos las ansias de novillero, que siempre cunden en situaciones como ésta, es claro que el impetuoso y poco domesticado cuerpo político nacional no los asimilaría y que ellos tampoco podrían con la sobrecarga implícita en un aquelarre como el descrito.

El gobierno sabe que la comunicación de masas importa como nunca antes, pero todavía tiene que aprender que los medios no son la ciudadanía, sino sólo parte del sistema de comunicación social indispensable para que la política de masas funcione. Sólo así los trabajadores de la información, reporteros y opinadores, junto con los olvidados de siempre, los empresarios del giro, aprenderán a su vez que ellos no son, por dedicarse a este ramo vital para la política moderna, "los representantes de la sociedad".

Para no entrar en un tobogán de desgobierno, el gobierno y los mecanismos de intermediación social (entre ellos los organizaciones no gubernamentales, sus antecesores, pero siempre vivos "individuos no gubernamentales", y sus nuevas creaturas, los organismos gubernamentales no gubernamentales) tienen que asumir el fin de una transición que nos trajo adonde estamos: a un sistema político deficiente y grosero, pero plural y competitivo; a un gobierno "dividido" donde no hay mayorías predeterminadas ni fáciles de hacer, pero legítimo gracias al voto y no a Dios o la Revolución, y a partir de aquí reconocer que esta transición a la democracia no nos dejó una democracia eficaz ni productiva. En fin, asumir que hoy tenemos más libertad que democracia, y que lo que falta es inventar y afianzar un orden que pueda solventar el calificativo de democrático.

Con reformas y sin ellas, lo primero sigue estando en la política. Y es ahí donde todo ha empezado a fallar, antes de haberse estrenado bien a bien. Del pasmo al susto.

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