Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 25 de febrero de 2002
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Política

León Bendesky

Mitos

En México se sigue sosteniendo el mito del crecimiento económico. Para tener un efecto real en las condiciones de la producción, es decir, eso que hace mucho tiempo los economistas llamaban de modo más preciso, la generación de riqueza, y sobre el bienestar de la gente, el crecimiento debe ser sostenido en un plazo largo. Producir más ha de ser un proceso duradero y tener, igualmente, algún vínculo con una mejor distribución del ingreso que se genera. Pero aquí no se cumplen estas condiciones durante un periodo que se extiende por dos décadas. El incremento promedio anual del producto es muy bajo en función del crecimiento de la población, del monto de trabajadores que entran cada año al mercado laboral y de las carencias y necesidades que padece la mayor parte de la población. El circuito vicioso del lento crecimiento no se ha roto como tendencia, aunque durante el periodo reciente la economía pudo crecer, después de la crisis de 1995 y jalada por la expansión estadunidense.

De ahí surge un segundo mito, que es igualmente dañino. Tiene que ver con el argumento de que la abrupta caída de la actividad económica en 2001 sólo es consecuencia de la fuerte desaceleración registrada en Estados Unidos. De modo que hace falta esperar a la recuperación para volver a tener altas tasas de incremento del producto, pues internamente las condiciones son esencialmente favorables para el crecimiento. Esto es muy discutible y lleva al tercer mito, que sostiene que la forma y el contenido del crecimiento es irrelevante, siempre y cuando el producto generado sea mayor un año que al anterior.

Esta trinidad de mitos envuelve la definición y la aplicación de la política económica desde hace muchos años y se ha convertido en un espacio hermético en el que no hay lugar para disentir, para argumentar, debatir y, peor aún, para sospechar que no se alcanzan los objetivos declarados.

El valor del producto se redujo en torno a menos 1.5 por ciento en cada uno de los dos últimos trimestres del año pasado. Eso se considera técnicamente recesión y más aún si se toman los datos sin los efectos estacionales de la producción y que la extende-rían varios meses más. Ello debe servir para reorientar el pensamiento con respecto a la gestión de la economía. Si tal pensamiento está restringido a aguardar que pase algo afuera es otro problema y lleva del mito a la esperanza. En 2001 el producto se incrementó a una tasa de menos 0.3 por ciento, bastante por debajo de lo que se estimó originalmente y de las varias revisiones que se hicieron. La proyección de los indicadores de coyuntura indica que persiste el crecimiento negativo o muy bajo de la producción. A fin de año la tasa de desempleo abierto fue 2.6 por ciento y en enero de este año subió 2.9 por ciento, aunque se sabe que este indicador es muy limitado por la forma en que se obtiene y por las características sociales del empleo en el país. En todo caso, los datos del IMSS indican que se perdieron en 2001 más de 370 empleos en sector formal y una expansión estimada del producto en torno a uno por ciento este año no permitirá recuperarlos y mucho menos ir reduciendo el desempleo acumulado, del que nunca se habla y que sólo desde 1994 rebasa 5 millones de personas.

El sector que más ha reducido su crecimiento es el de la industria manufacturera con menos 3.9 por ciento en 2001 y sobre todo el ramo de los productos metálicos, maquinaria y equipo, que es el más altamente exportador. Aquí aparece el asunto del contenido exportador del crecimiento actual de la economía. Banxico reporta que en 2000, cuando el producto creció 6.6 por ciento, las importaciones totales tuvieron un valor de 174 mil millones de dólares. De ellas, los bienes intermedios, que se usan para producir otros bienes, representaron tres cuartas partes, o sea, 133 mil millones, pero 72 por ciento se asociaron con la exportación que, sin contar el petróleo, alcanzó un total de 150 mil millones de dólares. En estas circunstancias se hace claro que hay mucho espacio para alentar la demanda interna reorientando los estímulos a la producción y, también, para articular a los productores en las cadenas exportadoras mediante una nueva forma de sustitución de importaciones en el marco de una economía abierta.

Si abandonamos el mito del crecimiento en sus tres expresiones será más fácil plantearse modos alternativos de administrar esta economía sin tantos conflictos políticos de poca trascendencia y con menos demagogia de todas las partes involucradas. Cuanto antes mejor.

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