Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 6 de marzo de 2002
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Política

Arnoldo Kraus

Acerca del olvido

El olvido como ejercicio presupone varios supuestos que, aunque contradictorios, no son necesariamente excluyentes: tolerancia, perdón, resignación, aceptación, "creer", y sobre todo, y a pesar de todo, la posibilidad de restauración a partir de la idea de que siempre se puede empezar de nuevo. Acallar la memoria en busca de la paz "a cualquier precio", puede ser resultado de la mezcla de los factores previos o de la influencia de algún tipo de ideas -desde las religiosas hasta las "personales"- en las cuales el (auto)convencimiento es cimental. El olvido también puede implicar que el poder y sus brazos pesen u obliguen más que la razón, y que sus instrumentos y mecanismos de coerción sobrepasen el dolor de las llagas abiertas por esas mismas fuerzas.

El mundo contemporáneo está plagado de esas circunstancias, donde los deseos de quienes quieren vindicar la memoria como gesto humano topan con aquellos que buscan sepultarla para aquietar el pasado. Entre unos y otros no hay posibilidad de encuentro. Entre los deseos y motivaciones de ambas historias, el abismo es infranqueable. Se trata de hablar usando el lenguaje de la justicia con interlocutores carentes de ética para quienes el diálogo es secundario. Los casos de Pinochet, del Cavallo mexicano, de Milosevich o de los desaparecidos son algunos ejemplos. México es figura preeminente en las listas en las que el desdén por la memoria colectiva se privilegia: Aguas Blancas, Acteal y la falta de justicia por los asesinatos del 68 son parte de nuestra contribución. ƑDebe una sociedad, para garantizar su funcionamiento, exaltar la memoria o construir el olvido?

El olvido como bastión del poder es un negocio "redondo": la sepultura libera y exonera a los asesinos. La culpa no existe. La historia no cuenta. Salvaguardar las razones de Estado es motivo suficiente para amortajar la memoria. Decir o no decir es lo mismo. La lectura de los libros de enseñanza para las primarias o secundarias que edita el gobierno mexicano es clara muestra de ese negocio, del peso de la desmemoria. No hay capítulos dedicados a los zapatistas, a las masacres de El Bosque o de Aguas Blancas o al fenómeno histórico que ha sepultado a millares de migrantes mexicanos en los desiertos de Estados Unidos. Parecería que esos sucesos ni existieron ni son parte del presente ni merecen ser estudiados. Y parecería también que "dejar en paz" la memoria de la historia mexicana, así como fomentar la no opinión de los jóvenes son una de las metas. Bien harían Reyes Tamez y su equipo en repasar esos episodios y decidir si la historia en México debe seguir adaptándose al olvido y a la mentira, o a dedicar algunas líneas que reproduzcan la verdad.

Paul Ricoeur ha dicho que "la memoria es el vínculo fundamental con el pasado, al igual que la esperanza es el gozne que nos une al futuro". Es decir, el pasado sólo existe si el ejercicio de la memoria le imprime valor al pasado. Y el pasado, a la vez, sólo adquiere importancia si la memoria lo vindica, "lo posibilita". La memoria funge, entonces, como puente para que individuo y colectividad "se expresen" y den valor al presente -que a la postre es el espacio donde la memoria debe ejercerse.

Los represores de la memoria, como son la mayoría de los nauseabundos gobiernos latinoamericanos, actúan en sentido contrario: borrar las huellas de sus actos facilita el olvido. Valor similar adquieren los vínculos entre esperanza y futuro: sin la primera, el valor del tiempo venidero es incierto. La lección argentina demuestra, en este temprano siglo xxi, que la tolerancia tiene límites y que el sufrimiento colectivo no siempre puede aguardar. En México, la lista de pendientes es muy larga y a éstos se añaden "nuevas cuentas" que se acumulan: los famosos quince minutos para resolver las demandas de los zapatistas, el caso Digna Ochoa, la falta de sentencias a no pocos funcionarios de la administración pasada, etcétera.

En nuestro país los reclamos no se han argentinizado porque la capacidad para protestar es menor, seguramente reflejo de nuestra ancestral desnutrición. Desnutrición proteica, educativa y política que ha impedido que las masas tomen las aceras y vacíen los supermercados. El olvido y la desnutrición están profundamente vinculados y sus interdependencias son evidentes.

La memoria colectiva no conviene al poder. La memoria colectiva cuestiona las redes políticas y puede evidenciar los subterfugios de la corrupción y la negritud de la impunidad. Por eso, tanto en México como en muchas naciones latinoamericanas se pretende contar la no historia y fomentar el olvido.

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