Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 18 de marzo de 2002
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Política

León Bendesky

Barcelona vs. Monterrey

Esta nota no trata de un partido de futbol entre los equipos que representan a esas dos ciudades. Tampoco se refiere a ciertos rasgos que según se dice marcan a los oriundos de esos lugares, como ser industriosos y tacaños. En ambas ciudades se dan prácticamente de modo consecutivo dos reuniones que tienen que ver con un mismo asunto, el de los modos de ordenar el capitalismo global. Pero en uno y otro caso esa semejanza se acompaña de marcadas diferencias. La de allá está situada en el proceso de integración de la Unión Europea (UE) y en el que prevalecen divergencias entre los gobiernos nacionales y posturas contestatarias de un amplio grupo de la sociedad. La de aquí se plantea como una cuestión entre naciones ricas y pobres, en la que se parte de un consenso al que arribaron los gobiernos envueltos en una visión del desarrollo que no sale de los parámetros más convencionales que mantienen los organismos económicos internacionales y de la visión que impera desde Washington.

En Barcelona, los 15 representantes de los gobiernos que forman la UE enfocaron su atención en los aspectos que pueden ampliar su competitividad en el mercado mundial, y en los asuntos políticos que afectan su seguridad. Ello ha significado la recomposición de las posturas de los líderes ahí reunidos en un entorno en el que es difícil ubicar las usuales distinciones de la geometría ideológica. El laborista Blair está tan a la derecha como Aznar y Berlusconi, mientras Schroeder y Jospin en lo que va quedando de la izquierda. Este es ya en sí mismo un hecho interesante de la misma globalización.

Para los gobiernos europeos la recomposición económica pasó en la reunión de Barcelona por el terreno de la integración financiera, el mercado energético, los transportes, el gasto para investigación y la reforma laboral. La liberalización en todos estos rubros se planteó como indispensable para poner a tono a la Europa unificada con las exigencias de la competencia y de la acumulación de capital. Lo que se puso de manifiesto fue la conflictiva relación entre esas exigencias y la percepción social de sus repercusiones que se expresó en la demanda por "otra globalización", sobre la cual, sin duda, habrá que articular mejor un discurso propio.

Las manifestaciones multitudinarias en las calles señalan las divergencias cada vez más grandes que hay en las visiones prevalecientes. En todo caso llama la atención el activo proceso político que ocurre en Europa, con gobiernos que se mueven de modo rápido y organizaciones sindicales y sociales que parecen ir aumentando su capacidad de respuesta. Una cosa lleva a la otra y el espacio del debate puede ensancharse después de muchos años de lo que se ha llamado el pensamiento único.

No parece ocurrir lo mismo en el caso de los asuntos planteados en la reunión de Monterrey y convendría pensar más en lo que significa.

La ONU convocó a esta conferencia y de manera poco común se preparó un documento de consenso elaborado previamente, lo que predetermina el sentido de las discusiones y hace que los compromisos queden presentados de modo muy laxo. El discurso de los gobiernos de los países de economías avanzadas es ya conocido: más inversión directa, más liberalización de los mercados y mejor administración interna como mecanismos para alentar el desarrollo y, en el caso de las naciones más pobres, ayuda directa, cuyos montos son aún inalcanzables. Un puente entre Barcelona y Monterrey fue el acuerdo de los europeos de aumentar los montos de la ayuda que en promedio para la UE están en 0.39 por ciento del producto, aún muy por debajo del 0.7 por ciento propuesto por Naciones Unidas.

Los gobiernos del resto de los países, los que se conocen como economías en desarrollo, mantienen una postura notoriamente pasiva. No hay ninguna idea nueva ni interesante y se acepta de manera literal la visión que se propone desde el otro lado. No se ha hecho explícito, por ejemplo, el significado de la crisis social argentina que a pesar del contenido político interno es también parte del modo de funcionamiento de la economía global.

Tampoco parece que se reproducirá en la reunión regiomontana la capacidad de manifestación social que se vio en Barcelona, y éste es otro hecho que valdría la pena advertir en cuanto a las formas de la organización que hoy existen. El alcance diplomático de la reunión de Monterrey no será necesariamente equiparable a una nueva concepción del desarrollo.

La notoriedad que se quiere dar al diálogo que se abre entre las dos partes del mundo sobre el problema del desarrollo puede estar excedida desde muchos puntos de vista, y la visión que anda en el ambiente de que las confrontaciones entre países ricos y pobres han terminado es sin duda exagerada.

Sólo como punto de referencia para equilibrar la balanza frente al nuevo entusiasmo desarrollista de muchos, recordemos la postura de los atenienses frente a sus enemigos según lo consigna Tucídides: "Como ustedes saben tan bien como nosotros cuando estas cuestiones son debatidas por gente práctica, el estándar de la justicia depende de la igualdad del poder para imponerse y que en todo caso el fuerte hace lo que tiene el poder de hacer y el débil acepta lo que debe aceptar".

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