José Cueli
En el aire se quedaba
Terminada la temporada de corridas de "toros" en la Plaza México, toca resaltar los aspectos que se quedaron en los márgenes de la memoria del que este escribe. En especial la faena del torero sevillano Morante de la Puebla, que fue otra cosa. Siendo así que cada uno de los pases naturales de su faena era otra faena, al aislarse del resto de los pases y revelar en el "aposteriori", nuevos y propios "deletreos" que se siguen reproduciendo en sí mismos, bajo formas diversas, hasta un punto increíble que permite admirar al efecto del todo, para descomponer las letras y enlazarlas luego y disfrutar los pases que compusieron la faena y se quedaron.
Morante de la Puebla, actitud sensitiva previa, vertical, las zapatillas clavadas en la arena, citaba de frente al pitón contrario, con el brazo y la muñeca pegados al cuerpo y enganchaba al torillo y se lo traía toreado de afuera adentro y de adentro a afuera para rematarlo debajo de la cadera... y así embrujar a los "cabales" reunidos... y la faena tuviera otro sabor, otro aroma, otro sentido, algo distinto. Ese "pellizco", que no es técnica, ni valor, ni oficio, pero, que los engloba, al tener ese espíritu, esa hondura -profundidad vital- ese "age" que no se adquiere, se trae de naciencia. Y es que Morante considera externo el modo, la estética (Ponce) y en cambio esencial el objeto de fondo de su toreo, que es imborrable y es que al sevillano le sobra "tronío".