Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 19 de marzo de 2002
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Cultura

Teresa del Conde

Daniel Lezama en la OMR

Empecé a ver estudios de Daniel Lezama hace aproximadamente tres años en el taller de Luciano Spano y desde entonces sigo su trayectoria. Desde mi punto de vista la obra más importante realizada por este pintor es La muerte del Tigre de Santa Julia, que se exhibió de manera inicial en el Espacio de Arte Alameda y de allí pasó a integrarse a las colecciones del Museo de Arte Moderno en diciembre de 2000. Uno de sus coleccionistas, el neoyorquino Francesco Pelizzi, ha dicho que Lezama propone ''una nueva ética de la mirada inmoralista'', pero creo que no lo hace al modo del marqués de Sade, sino de una cuasi pornografía en la que el elemento infantil está las más de las veces presente del lado -no propiamente de la reminiscencia- sino del morbo. Tanto es así que a la entrada de la Galería OMR, donde está vigente su más reciente muestra en esta capital, el guardia advierte sobre la responsabilidad del adulto hacia el niño pequeño que lo acompaña, si ese es el caso (como lo fue durante mi visita).

Lo curioso es que Santiago, de 5 años, se adelantó al recorrido mientras yo preguntaba si había catálogo y luego regresó alborozado ''porque había cosas muy divertidas allí'', que él refería al primer cuadro exhibido, La visita, escena de tema edípico, cosa que es lo de menos. Todos los cuadros narran una historia y en esta ocasión los que se exhiben van acompañados de la primera versión (Ƒo se tratará de una versión realizada al terminar el cuadro grande?) en pequeñas dimensiones, generalmente muy cuidada, así como de varios bocetos dibujados que examinan fisonomías, cuerpos, posturas, etcétera.

En su presente muestra hay dos obras fundacionales, en tanto que narran y repiten un mito. Una rinde homenaje a la ciudad de México y se refiere a su fundación allí explicitada. Hay un caballero águila, una muchacha como de 13 años embarazada, la bandera mexicana, un cajón de palo verde, el suelo mojado cual corresponde a la condición lacustre. La muchacha va a dar a luz a la ciudad de México.

Entre las obras exhibidas ésta es la que me pareció la mejor lograda, junto con un nuevo descubrimiento del pulque donde 8 personajes aparecen en la escena. Es un paraje alto, como un mirador, flanqueado por una refresquería o miscelánea en la que se venden refrescos Jarritos. La hilera de magueyes indica la procedencia del líquido blancuzco contenido en unas cubetas que me recordaron, de paso, las bodas de Canaán, Ƒy por que no?, ese milagro podría ocurrir en cualquier vecindad o picnic nupcial de los barrios perdidos. Allí una niña es bautizada con pulque, por lo que el elemento religioso popular queda adherido al ''descubrimiento'', cosa que no sucede en el cuadro del mismo título de José Obregón, que Lezama debe conocer bien aunque se guardó radicalmente de glosarlo.

Esta niña ya en estado de gracia toca en salva sea la parte a su compañerito, que puede ser su hermano, mismo que ha procedido a bajarse los pantalones con expresión aburrida y triste. Como se ve, sí hay aquí una narrativa visual, eso ni duda cabe. Todos ellos son los habitantes del valle de México y tanto este cuadro como el anteriormente mencionado tienen sus antecedentes en otras obras del mismo autor, por ejemplo en El valle de 1998, con la salvedad de que en éste (hay una niña orinando) unas espesas cortinas rojas hablarían de la representación teatral que tiene lugar en el paraje y esas referencias a la re-representación como posible espectáculo están ausentes en la exposición que comento porque el pintor ha cancelado las alusiones al ''laboratorio'' (a su taller) en el que realiza sus cuadros.

Estas referencias estaban todavía presentes en pinturas como Personaje representando a la República, exhibido en la galería Drexel de Monterrey con motivo del décimo aniversario de la misma, en enero de este año. Allí la escena es un interior en el que el afrancesado marco oval, presente en otros cuadros, tiene una función doble: es un espejo y es un cuadro.

Otro comentario casi omnipresente en las narraciones de Lezama es el alcohol. La mujer en paños menores que come pambazo sentada en un pequeño taburete en la planta baja de la OMR, está armada de una botella de tequila y aunque el ámbito en el que se encuentra corresponde a un cuartucho no puede faltar allí la imprescindible caja de la televisión.

Al observar las obras como pinturas o dibujos que es lo que en primer término son, pude percibir que Lezama está pintando rápido y que ciertos perfeccionismos derivados de la pintura del XIX o de otras épocas han cedido paso, en los cuadros grandes, a un efectismo que no les favorece.

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