Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 29 de marzo de 2002
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Cultura

REPORTAJE

Se reduce cada vez más la demanda de esas figuras de cartón

La quema de los judas, ceremonia del arte popular en peligro de extinción

ANASELLA ACOSTA NIETO

Diego Rivera hizo la siguiente evocación de los tradicionales judas de cartón, arte popular que está en riesgo de extinción: expresión conjunta de forma, estructura y color de indudable valor, cuya estructura es de una gran pureza; armazón de carrizo y otate que se reviste con material humilde de suma fragilidad, planos de color puestos con valentía y sobriedad extraordinaria, que individualizan, precisan e intensifican la expresión de los volúmenes; lección para los pintores y escultores que ha sido desperdiciada.

Durante siglos, la elaboración y quema de los judas tuvo como destino la celebración del Sábado de Gloria, ceremonia pagana que daba fin a la Cuaresma y era preámbulo del Domingo de Resurrección que cerraba la Semana Santa.

Al crujir de las matracas, el tañer de las campanas y el tronadero de cohetes, las personas se reunían para presenciar, en punto de las 10 de la mañana, a los judas de cartón pendiendo de una soga, para de inmediato ser aniquilados. Cada una de sus extremidades explotaba previo encendido de la mecha conductora por el judero -su fabricante- y finalizaba con la quema de sus cabezas para simbolizar la venganza y la justicia ante el traidor.

Pero los cambios en la agenda eclesiástica que modificaron los horarios, la prohibición de cohetes y la ola tecnológica -radio, televisión, juegos de video y recientemente Internet-, que rodea al ciudadano impidiéndole admirar y poner en práctica su capacidad artesanal tanto en la producción como en el festejo, la ceremonia de la quema de los judas se ha ido diluyendo.

Hoy sólo pequeños núcleos de seguidores fieles o herederos de esta manifestación cultural continúan la elaboración cuidadosa de cada una de estas figuras, valiosas no sólo por su contenido plástico, sino por su carácter de unicidad. La mano del artesano las convierte en piezas únicas, irrepetibles, no clonables. Asimismo, realizan, en un ejercicio de preservación y memoria del origen de los judas, la ceremonia de la quema. Pero cada vez son menos.

En cuanto a la venta, los Judas son poco demandados en las plazas, donde pueden observarse los carromatos de madera, de los que penden las figuras acompañadas de calaveras y muñecas también de cartón.

Leonardo Linares, nieto de don Pedro Linares López -el judero del siglo XX, precursor de los alebrijes y Premio Nacional delinares_felipe_83 Ciencias y Artes en 1990-, considera que la avalancha de tecnología y el consumismo de los vacacionistas que transforman la Semana Santa en temporada de paseo turístico son factores contrarios a la conservación de la tradición de la quema de los judas, en la que culmina la imaginación, la creatividad y el tiempo invertido por los cartoneros, elementos de mayor valía en este arte.

Rubén Padrón, museógrafo de Culturas Populares y quien el domingo pasado fungió como juez en el concurso que organiza cada año ese museo nacional, lamenta que cada vez sean menos los participantes que responden a la convocatoria. Este año -comenta- sólo participaron 17 personas en las categorías profesional y de aficionados.

Esto a pesar de que se trata de una actividad creativa y crítica, que afortunadamente no es costosa, pero que sí requiere de mucha imaginación. A esto se suma la prohibición de la quema de cohetes, que se traduce en una disminución de la demanda de las piezas, expresa Padrón.

Leonardo Linares quien es heredero, con el resto de su familia, del arte de la cartonería impulsado por don Pedro, funge también como tallerista en el Museo de Culturas Populares. Conforme los judas fueron perdiendo fama -explica Linares- los cartoneros enfocaron sus esfuerzos en otras figuras, como los alebrijes, que producen todo el año; las calaveras del Día de Muertos; las piñatas y los nacimientos en diciembre; los cascos romanos en Semana Santa, y 40 días antes de la Cuaresma -en el carnaval- gorros, máscaras y escenas fantásticas.

Pero como judero de gusto y sangre, Linares lamenta que sean los extranjeros quienes admiren más su producción que los propios mexicanos; recuerda que esta es una actividad que vincula la cerámica y cestería de los indígenas con una tradición cristiana y que con el paso del tiempo se convirtió en una cultura mestiza que adoptó nuevas concepciones, entre ellas, la crítica social.

Leonardo Linares es autor de un judas-Osama Bin Laden que ganó el concurso del domingo pasado, y que compitió contra un Schulenburg que agobiaba al indio Juan Diego, un ratón que encarnaba a la corrupción y se alistaba a comer un queso con la forma del territorio mexicano, y un cuervo que apresaba con sus garras a una de las Torres Gemelas con la leyenda ''Cría cuervos y te sacarán los ojos''.

Los judas son fabricados con un esqueleto de carrizo, extremidades bien definidas, cartones húmedos de engrudo a manera de epidermis, pigmentos de tierras y anilinas que le otorgan un colorido típico y un sistema nervioso a base de cohetes y mechas que recorren todo el cuerpo -explica Guillermo Contreras en un antiguo folleto de la Dirección General de Culturas Populares.

Marco Buenrostro, estudioso de la cultura popular, destaca que la técnica de la cartonería tiene una doble vertiente, en que la amaxayácatl -máscara de papel de origen náhuatl- y el carrizo, planta nativa de México, se fusionan con la tradición europea de la cartonería, para dar lugar a estas figuras que se convirtieron en elemento indispensable de los festejos del Sábado de Gloria, día en que el mal recibía un castigo y la bondad tomaba ventaja con la posterior resurrección de la víctima.

Las versiones respecto de la génesis de la quema de los judas son variables. Una relata que en la España medieval se tenía aprecio por los juegos pirotécnicos, que llegaron a la península a través de la cultura árabe a raíz de la conquista que abarcó del año 711 a 1492 dC. Los moros convirtieron a los españoles en aficionados a la pirotecnia, que fue incorporada a las tradiciones hispanas.

Algunos historiadores ubican como antecedente el festejo de las Fallas de Valencia, con San José carpintero de protagonista. Parte de la ceremonia consistía en construir monigotes con los sobrantes de madera de las carpinterías, que luego eran quemados.

Los frailes franciscanos llegan a México en el siglo XVI y en su afán de adoctrinamiento de los indígenas, además del teatro, la música y las fiestas, implantan los ninots o monigotes de las Fallas de Valencia -festejo cercano a la Semana Santa- como figura del apóstol traidor.

Otra versión cuenta que la quema de los judas no es más que una parodia de las ejecuciones del Santo Oficio durante la época de la Santa Inquisición.

En ambos casos derivaron en herramienta de evangelización y motivo de fiesta popular al encarnar a Judas Iscariote, apóstol encargado de la tesorería del séquito de Jesús, que vendió a su maestro por 30 denarios, desilusionado del que creía un guerrillero que se levantaría contra el injusto régimen romano, y lo entregó a los judíos con un beso en la mejilla. Dominado por los remordimientos, Judas se ahorca.

Desde entonces, completa la historia Dante Alighieri en la Divina Comedia, Judas Iscariote fue condenado en lo más hondo del infierno y es quien sufre la mayor pena; su cabeza está en la boca de Lucifer y agita fuera de ella las piernas.

La quema de los judas se suma a las tradiciones evangélicas de la temporada, como el paseo de Santa Anita en el Viernes de Dolores y los altares en honor de esta virgen, cuyo ornamento característico es el trigo germinado en la oscuridad, pero su existencia quizá ya nada tiene que ver con la naturaleza de su origen.

De acuerdo con Marco Buenrostro, aunque la quema de los judas llegó con la evangelización, el pueblo mexicano le dio un carácter propio que quizá ''ya nada tenga que ver con la religión", si no con los sentimientos populares, como forma de encontrar alrededor de esta expresión unidad e identidad.

Sonia Iglesias comenta en la publicación Los judas de Diego Rivera, que hace tiempo que estas figuras abandonaron su función adoctrinadora para convertirse en ''muñecos contestatarios de las arbitrariedades de la oligarquía hispana al igual que los títeres".

Buenrostro califica de ''una crítica positiva" la quema de los judas; ''juego festivo de expresión colectiva", comparable con la escritura de consignas en los muros o la elaboración de calaveras. El judero, precisa, en tanto tenga la capacidad de expresar, de comunicar un sentimiento popular puede convocar a las personas a la quema de los judas y ésta derivar en arte e identidad del pueblo.

Situados en el siglo XIX, los testimonios de esta celebración recogidos por escritores ilustres y populares, como Genaro Estrada (1887-1937), escritor y diplomático; Frances Erskin Inglis, mejor conocida como la marquesa Calderón de la Barca (1804-1882), y don Guillermo Prieto (1818-1892), ubican la quema de los judas en las calles de Tacuba, patrocinada por comerciantes, eminentemente pulqueros, carniceros y zapateros.

Felipe Linares, hijo de don Pedro Linares Jiménez, recuerda que los comerciantes colgaban regalos en los judas: longaniza, zapatos y vales que se intercambiaban por pulque y que eran codiciados por las personas una vez que el protagonista estallaba y la explosión disparaba los tesoros.

Matracas, repique de campanas, música tradicional de banda, papel de china y coplas (''A'i viene el diablo panzón con sus 25 hermanos y dice que se va a llevar a todos los mexicanos''), conjugados con la algarabía de la gente, conformaban el festín en el que la maldad y la injusticia eran aniquiladas.

Los judas de cartón que fueron ungidos como instrumento de evangelización en sus inicios; motivo de fiesta popular que abarca la simbiosis entre la celebración pagano-indígena y católico-española posteriormente y desde hace un siglo, al menos, pretexto de crítica social contra los abusos de hacendados, políticos, gendarmes y todo personaje desagradable o traidor al bien común, tienen una historia ligada a los temores de los gobernantes que han impuesto la prohibición de la celebración, más que como medida de seguridad, como castigo contra la crítica popular.

El 17 de marzo de 1853, durante la dictadura de Antonio López de Santa Anna, Miguel María Azcárate, gobernador del Distrito Federal, decretó que ''con el fin de evitar los abusos que suelen cometerse el Sábado de Gloria, no se tirarán cohetes, ni se dispararán armas de fuego de ninguna clase, ni se quemarán ni venderán los muñecos que vulgarmente se llaman judas, siempre que tengan algún vestido y distintivo con que se ridiculice a alguna clase de la sociedad o a alguna persona determinada". El alcalde impuso multas de uno a 10 pesos o de cinco a 50 días de grillete.

Asimismo, durante el gobierno imperialista de Maximiliano (1865), entre la gente del pueblo -mordaz y burlesca- corrió el rumor del que el Sábado de Gloria harían una ''quema general de imperialistas". Por lo que el prefecto político del valle de México resolvió que no se quemaran cohetes de ninguna clase en la capital, y la prohibición de la venta de efigies conocidas con el nombre de judas. Impuso una sanción de 25 pesos de multa. Tras esta decisión el diario liberal La Orquesta se mofaba: ''El señor prefecto concede indulto al apóstol Judas".

En 1915, cuando México se encuentra ocupado por las fuerzas de la Convención al mando del general Roque González, tampoco hubo quema.

Desde entonces y de manera paulatina, los cartoneros han visto mermada la demanda de su producción, que hoy alejada de la ceremonia simbólica que vuelca rencor y odio social ante los abusos de poder, se ha convertido en mero objeto de ornato poco admirado por el mexicano.

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