Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 31 de marzo de 2002
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Economía

Andrés Aubry / II

El PPP (la pesada memoria del gigante dormido)

Antes de que se descubriera el potencial hidroeléctrico de las cuencas del Grijalva y del Usumacinta, y luego con el hallazgo de petróleo en Reforma (y sucesivamente en Oxchuc, Chamula, Trinitaria, Pico de Oro, Ocosingo-Altamirano), Chiapas no era sino terra incógnita. De repente, cambió su imagen, y los bancos inventaron su nueva label para atraer la inversión, formulándose el sueño del gigante dormido, que no fue sino canto de sirenas puesto que el dinero quedó arriba y los pobres, más abajo que antes.

Apenas entraba la década de los 70 cuando se iniciaban las grandes mutaciones que habían de transformar a Chiapas sin que se saliera de pobre. Las dependencias empezaron a delirar, gastando mucho papel y recursos en planes y "estudios de gran visión": la primera fue la Presidencia de la República con Cetenal (que se convertirá en INEGI sin atinar mejor) ya en agosto de 1974, y la segunda la CFE, en marzo de 1979.

En el papel todo era posible: 19 presas faraónicas más se proyectaron (agregándose a la de Malpaso y a aquéllas en construcción en La Angostura, Chicoasén y Peñitas), toda en la cuenca del Usumacinta, es decir, en la Lacandona; ecoturismo; ricos cultivos irrigados en los valles centrales, las cañadas y la llanura del Golfo: renovación de bosques de coníferas y de la selva alta perennifolia; fábricas de triplay, muebles, ebanistería, de papel, extracción de hule, gomas, chicles y resinas; siembras de frutales, y ganadería para carne y leche mediante cultivos forrajeros. Los chiapanecos, sin saberlo, estaban pisando un paraíso tan promisorio que la abundancia estaba a la vista.

Con tantos recursos, Chiapas dejaba de ser una pesadilla, pero quedaba un problema que resolver: los chiapanecos, por ser un estorbo. La sirena de entonces era doña Gertrudis de Blom, quien, después de invitar a los campesinos sin tierra a poblar la selva por sus promesas agrícolas -susceptibles de liberarlos de conflictos inútiles con los amos de las fincas-, inventó de repente otra canción: "Muera el hacha, viva el árbol, la selva no sirve para maíz". Dócil, la escuchó el gobernador Manuel Velasco Suárez, quien tomó medidas drásticas: los lacandones que destrozaban la selva serían concentrados en las casi reservaciones de Najá, Metzabok y Lacanjá Chansayab, y los indeseables migrantes tzeltales y choles, en Nueva Palestina y Corosal, adornados éstos de sus nuevos nombres, aquéllos de los gobernantes estatal y federal en turno (hoy desbautizados).

El resultado fue tragicómico: la UNESCO, temiendo para Yaxchilán una catástrofe que reditará aquí lo de Asuán en el Alto Nilo, vetó el proyecto de presas con aguas internacionales; en La Angostura se canceló sin justificación oficial el programa de riego, empobreciendo la economía de los valles centrales; el ecoturismo, 30 años después está todavía y afortunadamente en pañales; los planes de los expertos del CIES (ahora Ecosur) fueron desviados por oficiales que se desgastaron con programas de terrazas de cultivo en La Chontalpa que no tiene relieve, de chinampas en las faldas de las Cañadas, en la importación de naranjos para agroindustria en los florecientes naranjales de Palestina; la selva, hoy, está más deforestada que nunca; las fábricas nunca asomaron, pero sí los aserraderos para esquilmar lo que queda de selva, tan agotada que la empresa Cofalasa tuvo que cerrar sus puertas en 1988; el ganado extensivo acabó con el bosque, floreció hasta superar en cabezas el número de habitantes, quienes seguían creciendo con desnutrición sin comer carne ni beber leche; las concentraciones artificiales de población aparecen ahora irrisorias puesto que las cañadas tienen mil parajes más. Con sus presas faraónicas, 40 por ciento de los pueblos de Chiapas no tenía electricidad en 1990; siendo un emporio energético por su electricidad y su petróleo, Chiapas no tiene ni pizca de industria y hasta ciudades como Venustiano Carranza, los pueblos del Mexcalapa y de la zona norte tienen una luz tan débil que ni televisión ni video funcionan en las horas pico de la noche.

Sin embargo, el Plan Puebla Panamá redita el viejo cuento del gigante dormido. La única diferencia es que hace énfasis preferencial en las nuevas riquezas ecológicas sin explotar: las acuíferas, forestales, bióticas y genéticas. En la nueva geopolítica mundial, el valor estratégico de Chiapas viene a ser otro, porque se presiente que los nuevos conflictos, agotados ahora los recursos petrolíferos, se darán para hacerse de agua dulce, bosques y diversidad vegetal, cuando el negocio de moda para las trasnacionales, mexicanas o de otros rumbos, son: el transporte del agua (pese a los riesgos de evaporación de 30 por ciento ya experimentado en el istmo y las Chimalapas), el monopolio de la certificación de semillas, los bancos de germoplasma y los cultivos transgénicos. Por lo tanto, después del saqueo del oro negro de los años 70, aquél del oro verde en la década de 2000.

En Montes Azules y en los Chimalapas se quiere reditar la expulsión de poblaciones, o su concentración en tres aldeas estratégicas (demográficamente hablando), pero sin inquietar a los agentes "científicos" ajenos que implementan en el terreno la rehabilitación del corredor biológico. Los globalizadores del PPP, al confiscar los recursos de la selva para mejor conservarlos desglobalizan el proceso planetario descrito en un artículo anterior.

Quienes promueven el PPP, como si no hubiera los acuerdos de San Andrés y el Convenio 169 de la OIT, desconocen los derechos territoriales o de hábitat de los pueblos originarios, prohiben a sus dueños históricos el control, uso y disfrute colectivo de los recursos naturales, y prefieren una teleprogramación desde el Banco Mundial o los finos expertos del Proyecto Paseo Pantera, a la autogestión comunitaria. La riqueza fabulosa del corredor biológico, como la del petróleo, no será para los chiapanecos, por lo menos hasta que los globalófilos la agoten del todo.

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