Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 24 de mayo de 2002
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Política

Jorge Camil

Las guerras de Bush

Después de una de las más escabrosas elecciones presidenciales de la historia, George W. Bush recibió un regalo inesperado: la oportunidad de abandonar la agenda nacional, un área desconocida y plagada de trampas mortales, para librar la "guerra contra el terrorismo".

Osama Bin Laden se convirtió en una bendición. Por fin, el enemigo común, la oportunidad que la superpotencia había esperado desde la caída de la Unión Soviética para darle sentido de misión a una política exterior que Bill Clinton había inclinado, para preocupación del ala conservadora, hacia el democrático mundo multipolar del G-8. Bin Laden resultó el enemigo perfecto: sin complicaciones, sin matices, sin "lado bueno": un invasor que aglutinó el 11 de septiembre a todas las fuerzas políticas dispersas y en pie de guerra tras la acrimoniosa contienda presidencial dirimida finalmente en el sancta sanctorum de la Suprema Corte.

Afganistán resultó el sitio perfecto para afinar el poderío militar que asombró al mundo en la guerra del golfo Pérsico y que ahora parece desbocado, a ciencia y paciencia de los impávidos aliados europeos y de Naciones Unidas (convertida en el hazmerreír del mundo contemporáneo, como lo demostró Israel recientemente a propósito de la masacre de Jenin). Por un extraño vuelco de la democracia, y merced a la campaña contra el terrorismo, Bush aumentó su popularidad y adquirió fama de estadista de la noche a la mañana, fumigando enemigos indefensos con bombas inteligentes disparadas desde aviones que volaban en la estratosfera. Sin embargo, al cabo de unos cuantos meses los aliados europeos asomaron tímidamente la nariz y las organizaciones de derechos humanos pusieron el grito en el cielo. Así, la fugaz aureola de "líder del mundo occidental" comenzó a descarapelarse cuando la búsqueda de Bin Laden se convirtió en una infructuosa, aburrida y costosa persecución policiaca. El barco comenzaba a hacer agua...

Para salvar la imagen presidencial, pensando siempre en la relección, los magos de las relaciones públicas de Washington diseñaron inmediatamente una salida decorosa. Como el talibán y Al Qaeda estaban en franca retirada decidieron llevar la "guerra contra el terrorismo" a otras latitudes. Así surgió la idea del eje de la maldad, grupo de Estados identificados arbitrariamente por la Casa Blanca como países supuestamente dedicados a financiar y fomentar el terrorismo internacional. Irak, Irán y Corea del Norte fueron señalados por el presidente como países a quienes Estados Unidos podría atacar en cualquier momento como medida preventiva. El país se puso de nuevo en pie de guerra y no faltó algún oportunista que sugiriera añadir a la lista a Fidel Castro, recientemente denunciado por la Casa Blanca como posible productor de armas bacteriológicas al sur de Florida. Pero cuando los analistas estadunidenses comenzaban a especular cómo, cuándo y dónde se podría o se debería atacar a Saddam Hussein se desató el reciente conflicto en Medio Oriente y todo se fue por la borda. Bush, con tendencia natural a la simplificación, vio inicialmente en Ariel Sharon a su alma gemela, otro campeón de la guerra contra el terrorismo (después de todo ambos perseguían árabes musulmanes con el perfil de los invasores del 11 de septiembre). A la postre Bush parece haber entendido que la división entre buenos y malos no tiene lugar en un conflicto con profundas raíces históricas, diplomáticas y religiosas. Arafat no es Osama Bin Laden y Sharon está lejos de ser un campeón de los derechos humanos. Pero ahora la situación se complica: India y Pakistán amenazan de nuevo con una conflagración nuclear, y alguien con muy mala idea pero claras intenciones políticas divulgó en Washington que Bush recibió en agosto del año pasado claras y oportunas advertencias sobre los acontecimientos del 11 de septiembre. Por eso ahora el director de la FBI y el procurador Ashcroft, curándose en salud o con pleno conocimiento de causa, han manifestado esta semana que es inevitable un ataque con terroristas suicidas en territorio estadunidense. Es una lástima que Osama Bin Laden no haya sido capturado en Afganistán: Bush sería un héroe y los estadunidenses tendrían finalmente la oportunidad de evaluar sin amenazas apocalípticas a un presidente que pretenderá relegirse en 2004 sin tener una agenda nacional. Si quisiéramos analizar la situación con el cinismo de la película Wag the dog (en la cual los asesores inventaban guerras imaginarias para salvar la imagen presidencial) tendríamos que concluir que ahora es cuando verdaderamente peligran el régimen y la vida de Saddam Hussein.

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