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Derechos de los homosexuales

Sagrario Berrozpe Asiáin*

 

Las parejas homosexuales sufrimos una discriminación legal respecto a las heterosexuales, pero no dimana de nuestra capacidad reproductora. Reducir la unión de una pareja, el afecto, el compromiso, el proyecto de vida en común y tantas otras cosas que pueda comportar, así como su aportación a la sociedad al hecho de "hacer un esfuerzo reproductor que garantice la continuidad de la especie" me parece cuando menos simplista pero es, además, falaz.
Por una parte, hay multitud de parejas heterosexuales que, voluntariamente o no, no han tenido descendencia y ello no es impedimento para que disfruten de los mismos derechos de los que sí la tienen por el simple hecho de estar casados y que no dimanan del hecho reproductor. Por otra parte, el hecho de ser lesbianas y homosexuales no nos incapacita para ser madres o padres, biológicos o adoptivos, y cuidar y educar a nuestra descendencia y compartir nuestra maternidad o paternidad con nuestra pareja que en este caso será de nuestro mismo sexo. En buena lógica, nuestros hijos e hijas garantizarán "el relevo generacional", "las pensiones" y todo lo demás igual que los de cualquier pareja heterosexual y tendrán que tener, por tanto, la misma protección; amén de los 40 años de cotización con los que habremos contribuido durante nuestra vida laboral.
Con esa misma lógica también nuestra pareja, que con su dedicación y esfuerzo los criará junto a nosotros/as, con idéntico afecto y vínculo familiar con el que lo haría una pareja convencional, tendrá que tener los mismos derechos que aquélla, y aquí no caben argumentaciones de ningún tipo por parte de quien ni vive ni conoce nuestras relaciones y no puede hacer sino apreciaciones subjetivas porque, por mucho que se empeñe, no puede demostrar ni con un mínimo de fundamento que sean menos sólidas, menos intensas, menos enriquecedoras, ni absolutamente nada que no sea fruto de la visceralidad de decir que nuestras relaciones son contra natura.
Hay bastante más, ¿con qué fuerza moral o ética nadie puede atribuirse el derecho de normativizar la vida de los demás? ¿En base a que la heterosexualidad que él practica y que alguien institucionalizó en su día le parece lo mejor y lo único válido y decide que debe imponérselo a los demás como única forma de convivencia en pareja? ¿Qué pasa con esos derechos, que no dimanan de tener hijos, que alguien otorgó a los matrimonios heterosexuales y que aún no sabemos muy bien por qué permanecen vedados al resto de uniones como son la inclusión del cónyuge en la Seguridad Social, los permisos laborales, la pensión de viudedad, la subrogación en los contratos de alquiler, la herencia, la reducción de impuestos y tantos otros?
Es cierto, sí, que lo deseable sería la protección de los derechos individuales de las personas, pero hasta que eso no se lleve a efecto, lo que se protege es un determinado tipo de vínculo afectivo y se crea con ello un profundo agravio para con el resto, porque si bien es verdad que a ningún colectivo se le debe proteger por su mera condición sino por sus circunstancias, eso debería ser aplicable a todos y dejar de proteger al matrimonio heterosexual por el hecho de constituirlo que es lo que en definitiva se está haciendo. Por no hablar de que debe haber una justa compensación entre derechos y deberes y las lesbianas y homosexuales, hasta el momento, tenemos todos los deberes, pero muy pocos derechos.
Estamos sumamente hartos/as de que por ser lesbianas y homosexuales toda nuestra vida pase por nuestra cama; que todas nuestras capacidades y actitudes personales pasen por nuestra sexualidad y que se nos suponga comportamientos y características determinados por dormir con alguien de nuestro mismo sexo, como si el simple hecho de ser heterosexual garantizase que alguien va a ser mejor persona, más inteligente, más equilibrado y no sé cuántas cosas más, mientras que en nuestro caso tenga que ser justo al contrario. Quizá usted no lo sepa, pero somos el señor que le pone la gasolina y le parece tan simpático, la cirujana que le ha operado con notable profesionalidad, el profesor que da clases a sus hijos y le parece tan competente, la camarera con la que confraterniza en el bar, el congresista que lo es gracias a su voto y tanta otra gente que, antes de conocer nuestra opción sexual, le parecemos gente completamente normal y que llevamos una vida como la suya que, seguramente, no consiste sólo en coitar con su mujer, y la nuestra tampoco. No vivimos, en general ni marginados/as ni ridiculizados/as, sino discriminados/as en determinados aspectos. Y créame, hay muy poca gente que, como usted, nos considere enfermos/as, desviados/as y todos los adjetivos con los que nos define.
Vivimos con un grado de satisfacción y felicidad equiparable al de esa mayoría heterosexual a que usted se refiere y disfrutamos de nuestra sexualidad y de nuestra opción tanto, por lo menos, como usted de la suya.
Deje de psicoanalizarnos e intente reflexionar sobre usted mismo y entender que lo de cada quien, por mucho que haya bastante gente que lo practique, incluso una mayoría, no es único ni mejor, sólo diferente, y que las diferencias, sean o no minoritarias, no son disfunciones, si no, el que acabará enfermo será usted, enfermo de intolerancia, de intransigencia y de miedo a una amenaza homosexual que sólo vive en su cabeza, porque convivir en una sociedad plural requiere ser capaz de entender que equiparar derechos no es arrebatárselos a nadie y que las diferentes opciones de esta convivencia suponen que nadie va a imponer nada a nadie sino que seremos capaces de respetarnos unos a otros/as sin encorsetar las vidas ajenas.

(*) Miembro de Batzarre

 

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