Las parejas homosexuales
sufrimos una discriminación legal respecto a las heterosexuales,
pero no dimana de nuestra capacidad reproductora. Reducir la unión
de una pareja, el afecto, el compromiso, el proyecto de vida en común
y tantas otras cosas que pueda comportar, así como su aportación
a la sociedad al hecho de "hacer un esfuerzo reproductor que garantice
la continuidad de la especie" me parece cuando menos simplista
pero es, además, falaz.
Por una parte, hay multitud de parejas heterosexuales que, voluntariamente
o no, no han tenido descendencia y ello no es impedimento para que disfruten
de los mismos derechos de los que sí la tienen por el simple
hecho de estar casados y que no dimanan del hecho reproductor. Por otra
parte, el hecho de ser lesbianas y homosexuales no nos incapacita para
ser madres o padres, biológicos o adoptivos, y cuidar y educar
a nuestra descendencia y compartir nuestra maternidad o paternidad con
nuestra pareja que en este caso será de nuestro mismo sexo. En
buena lógica, nuestros hijos e hijas garantizarán "el
relevo generacional", "las pensiones" y todo lo demás
igual que los de cualquier pareja heterosexual y tendrán que
tener, por tanto, la misma protección; amén de los 40
años de cotización con los que habremos contribuido durante
nuestra vida laboral.
Con esa misma lógica también nuestra pareja, que con su
dedicación y esfuerzo los criará junto a nosotros/as,
con idéntico afecto y vínculo familiar con el que lo haría
una pareja convencional, tendrá que tener los mismos derechos
que aquélla, y aquí no caben argumentaciones de ningún
tipo por parte de quien ni vive ni conoce nuestras relaciones y no puede
hacer sino apreciaciones subjetivas porque, por mucho que se empeñe,
no puede demostrar ni con un mínimo de fundamento que sean menos
sólidas, menos intensas, menos enriquecedoras, ni absolutamente
nada que no sea fruto de la visceralidad de decir que nuestras relaciones
son contra natura.
Hay bastante más, ¿con qué fuerza moral o ética
nadie puede atribuirse el derecho de normativizar la vida de los demás?
¿En base a que la heterosexualidad que él practica y que
alguien institucionalizó en su día le parece lo mejor
y lo único válido y decide que debe imponérselo
a los demás como única forma de convivencia en pareja?
¿Qué pasa con esos derechos, que no dimanan de tener hijos,
que alguien otorgó a los matrimonios heterosexuales y que aún
no sabemos muy bien por qué permanecen vedados al resto de uniones
como son la inclusión del cónyuge en la Seguridad Social,
los permisos laborales, la pensión de viudedad, la subrogación
en los contratos de alquiler, la herencia, la reducción de impuestos
y tantos otros?
Es cierto, sí, que lo deseable sería la protección
de los derechos individuales de las personas, pero hasta que eso no
se lleve a efecto, lo que se protege es un determinado tipo de vínculo
afectivo y se crea con ello un profundo agravio para con el resto, porque
si bien es verdad que a ningún colectivo se le debe proteger
por su mera condición sino por sus circunstancias, eso debería
ser aplicable a todos y dejar de proteger al matrimonio heterosexual
por el hecho de constituirlo que es lo que en definitiva se está
haciendo. Por no hablar de que debe haber una justa compensación
entre derechos y deberes y las lesbianas y homosexuales, hasta el momento,
tenemos todos los deberes, pero muy pocos derechos.
Estamos sumamente hartos/as de que por ser lesbianas y homosexuales
toda nuestra vida pase por nuestra cama; que todas nuestras capacidades
y actitudes personales pasen por nuestra sexualidad y que se nos suponga
comportamientos y características determinados por dormir con
alguien de nuestro mismo sexo, como si el simple hecho de ser heterosexual
garantizase que alguien va a ser mejor persona, más inteligente,
más equilibrado y no sé cuántas cosas más,
mientras que en nuestro caso tenga que ser justo al contrario. Quizá
usted no lo sepa, pero somos el señor que le pone la gasolina
y le parece tan simpático, la cirujana que le ha operado con
notable profesionalidad, el profesor que da clases a sus hijos y le
parece tan competente, la camarera con la que confraterniza en el bar,
el congresista que lo es gracias a su voto y tanta otra gente que, antes
de conocer nuestra opción sexual, le parecemos gente completamente
normal y que llevamos una vida como la suya que, seguramente, no consiste
sólo en coitar con su mujer, y la nuestra tampoco. No vivimos,
en general ni marginados/as ni ridiculizados/as, sino discriminados/as
en determinados aspectos. Y créame, hay muy poca gente que, como
usted, nos considere enfermos/as, desviados/as y todos los adjetivos
con los que nos define.
Vivimos con un grado de satisfacción y felicidad equiparable
al de esa mayoría heterosexual a que usted se refiere y disfrutamos
de nuestra sexualidad y de nuestra opción tanto, por lo menos,
como usted de la suya.
Deje de psicoanalizarnos e intente reflexionar sobre usted mismo y entender
que lo de cada quien, por mucho que haya bastante gente que lo practique,
incluso una mayoría, no es único ni mejor, sólo
diferente, y que las diferencias, sean o no minoritarias, no son disfunciones,
si no, el que acabará enfermo será usted, enfermo de intolerancia,
de intransigencia y de miedo a una amenaza homosexual que sólo
vive en su cabeza, porque convivir en una sociedad plural requiere ser
capaz de entender que equiparar derechos no es arrebatárselos
a nadie y que las diferentes opciones de esta convivencia suponen que
nadie va a imponer nada a nadie sino que seremos capaces de respetarnos
unos a otros/as sin encorsetar las vidas ajenas.
(*) Miembro de Batzarre