Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 22 de agosto de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Cultura

Olga Harmony

Tomás Espinosa

A diez años de su muerte se le rinde un sencillo homenaje propiciado por Arturo Arellano, amigo suyo y compañero, investigador en el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU) y promotor de lecturas teatrales en el foro Luces de Bohemia. Ambos fueron mis alumnos en la preparatoria en los ya muy lejanos y revueltos años 60 del pasado siglo. Arturo reunió a algunos amigos de Tomás y al director del grupo Utopía Urbana, quien no lo conoció, pero que por pura admiración a su obra bautizó con su nombre el foro que tiene en la colonia Pantitlán. Así, más que una mesa redonda los presentes hicimos una semblanza -entre celebratoria y acongojada- del escritor a quien admiramos y quisimos.

En los siguientes lunes se daría lectura a algunos textos de Enxemplos dirigidos por Arturo Arellano, y a Bety, bájate de tu nube, dirigida por Aurora Campos, y se escenificará Miren el sol, es gratis por Utopía Urbana, que dirige Roberto Vázquez.

Pienso que es buen momento para volver a hablar de Tomás Espinosa, autor casi desconocido para el mundo literario a pesar de que sus obras dramáticas han sido representadas y publicadas en varios lugares. Sus cuentos, esparcidos por suplementos y revistas, algunos inéditos, merecen el volumen que se propone recopilar Daniel Salazar, su amigo y compañero en la edición del Catálogo de Teatro que empezara Margarita Mendoza López para el Instituto Mexicano del Seguro Social y que ambos continuaron a la muerte de ésta.

Su teatro está a la espera de una escenificación profesional e inteligente que en vida nunca tuvo (Emilio Carballido sostiene que el único montaje digno que ha tenido fue el que hiciera Ricardo Ramírez Carnero de Las nictálopes). Y si, como sostienen el mismo Carballido y otros, su encuentro con el trópico tabasqueño -adonde fue a parar como maestro del Laboratorio de Teatro Campesino- llenó de selva su escritura, yo creo que muchas lianas, exuberancias, claros y tonos umbríos ya habitaban en la barroquísima mente de Tomás desde que era adolescente y que su llegada a Tabasco fue, más que nada, un encuentro con su hábitat natural.

Recuerdo a ese muchachito extraño, tan introvertido que a lo pronto no nos dimos cuenta de su ingenio mordaz, que llegó a mi grupo de teatro en la Preparatoria de La Viga. Desde un principio lo encontré diferente a sus compañeros que en esa buena época eran una fascinante mezcla de rebeldía, agresividad y apetencia por la cultura.

A poco pude darme cuenta de que si Tomás no presentaba esos rasgos -excepto el de la sed de conocimiento- era porque la entrada a la UNAM, que para todos esos muchachos representaba la puerta al futuro, en él era el arribo a una especie de Tierra Prometida. Ya entonces leía desaforadamente todo lo que de literatura caía en sus manos y escribía. Me enseñó unos malísimos textos dramáticos y aceptó mis críticas. Nos hicimos amigos, frecuentaba mi casa; yo le prestaba libros (con el tiempo él me regaló muchos) y al paso del tiempo, ya egresado de la prepa, se convirtió para mí en uno de esos seres imprescindibles de los que ahora me duele haber tenido que prescindir por su injusta y temprana muerte.

Empezó a escribir sus extrañísimos cuentos en los que cualquier detalle observado o cualquier persona de la vida real disparaban su imaginación para transformarlos en material satírico y culterano. También dibujaba, investigaba y leía con avidez casi maniaca, pero sobre todo escribía.

Cuando se encontró con su mentor de siempre, Emilio Carballido, volvió por los derroteros de la dramaturgia ya maduro, ya con instrumentos, muy diferentes sus obras de aquellas de la adolescencia que no conservó. No tuvo mucha suerte, quizá porque su teatro es abigarrado, con grandes dosis de surrealismo, envuelta la realidad en metáforas, como esa de la Llorona en Santísima la Nauyaca (el texto suyo que más me gusta), en el que habla de los muertos del 68, aunque siempre se declarara apolítico. Sus dramas mayores entrañan diferentes grados de dificultad y están a la espera de que los descubran y los deseen llevar a escena algunos de los muchos teatristas talentosos con que contamos.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año