Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 31 de agosto de 2002
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Política
GUERRA SUCIA EN EL MAGISTERIO

Jonguitud y Gordillo, en la línea dura

Vanguardia Revolucionaria tenía "licencia para matar"

ARTURO CANO /I

Desde su alto sillón, el profesor y licenciado Carlos Jonguitud Barrios hacía un gesto de enfado cuando miraba hacia la cámara de una agencia de noticias internacional. La pregunta era inevitable: ¿qué respondía él, líder vitalicio de Vanguardia Revolucionaria del SNTE, a las acusaciones de la participación de su grupo en los asesinatos de maestros? El profesor y licenciado no dejaba su mohín: "efectivamente, en Chiapas hubo un lamentable accidente y en el valle de México hubo otro. Pero esos dos casos son esporádicos. Claro, posiblemente en una cantina muera un maestro o un campesino, pero por dificultades o riñas personales que no tienen nada que ver con la organización".

Era enero de 1989 y faltaban tres meses -Jonguitud cayó en abril de ese año- para que el imperio del profesor potosino se derrumbara. Su pupila chiapaneca Elba Esther Gordillo hacía, como antes, el papel de "amiga" de la disidencia. Ocho años atrás, en la víspera del asesinato de Misael Núñez Acosta, la profesora Gordillo había reunido a varios dirigentes de la disidencia -líderes de la sección 36, su sección, y su paisano Ricardo Aguilar Gordillo, entre otros- para lanzar la advertencia: "Cuídense, la línea viene dura".

¿Un aviso? Los expertos en conspiraciones, tan abundantes en estos días, tendrán la respuesta. En las líneas siguientes sólo se encontrarán testimonios de lo que fue, en términos llanos, la licencia para matar de Vanguardia Revolucionaria y sus aliados. ¿Una cantina?, ¿riñas personales?, ¿línea dura? Vanguardia Revolucionaria (VR) en acción, nada más.

La guerra por las escuelas I

El alfarero Félix Agama, de 37 años y miembro de la sociedad de padres de familia, subió a la azotea de la sacristía y desde ahí miró caer a los primeros heridos de bala -serían siete en total- y a los chavos banda de la colonia, los Tin Mars, arrojar piedras a los pistoleros de VR del SNTE. Unos dijeron que Félix trató de ondear una bandera blanca, otros que dejó la protección de un tinaco para arrojar una piedra. El caso es que Fulgencio García Fasio, casateniente y apasionado de la cacería, también lo vio y le pegó dos tiros. Dos padres de familia subieron a la azotea y bajaron a Félix. Desesperadas, las madres de familia zarandearon a los policías que desde el inicio del enfrentamiento miraban a prudente distancia ("tenemos órdenes de no intervenir", decían) y los obligaron a llevar a Félix al hospital.

La violencia en la escuela primaria de San Martín Mexicapan, en la periferia de la capital de Oaxaca, aquel 23 de marzo de 1986 fue resultado de una estrategia trazada por los jefes nacionales de VR, quienes ordenaron a sus huestes tomar escuelas en ausencia de los maestros democráticos, quienes se hallaban de plantón en la capital del país. Aquel año los vanguardistas asaltaron 50 escuelas en diversas partes del estado.

Los maestros y los padres de familia hicieron numerosas gestiones para que el edificio les fuera devuelto. Hablaron con el gobernador interino, Jesús Martínez Alvarez, quien les pidió dejar la escuela a los vanguardistas: "Yo les hago otra", les dijo, según el relato que casi dos años después hacía Israel Ochoa, presidente de la sociedad de padres de familia. Los democráticos no aceptaron la propuesta e instalaron su propia "escuela" a un costado de la agencia municipal.

El secretario de Gobierno, Antonio Scherenberg Santos, explicó por qué no podía ordenar el desalojo: "Es lo que quiere esa gente. Están armados y con el pretexto de que los reprimimos se van a ir a armar células por todo el estado". Era la estrategia de Vanguardia, "una plegaria del magisterio nacional" según rezaba su himno.

El 23 de marzo, 500 personas se reunieron afuera de la escuela. A los primeros gritos e insultos de ambos bandos siguió la acción de los vanguardistas y sus aliados, los caciquillos locales, que hicieron estallar una cadena de cohetones en el enrejado. Se inició una batalla desigual. Los charros con bombas Molotov y armas de fuego, y los maestros democráticos con piedras del arroyo cercano, que lanzaban parapetados en árboles y jardineras.

Félix Agama cayó a las cinco y veinte de la tarde. Hacia las siete de la noche, una piedra atinó en la cabeza de su asesino, Fulgencio García. A los pistoleros se les agotaba el parque, así que usaron sus últimos cartuchos para proteger su huida. Los padres derribaron la reja y se lanzaron contra los que no tuvieron tiempo de escapar. Hasta entonces llegó la policía y detuvo a personas de ambos bandos. Minutos después se supo que Félix Agama había muerto al llegar al hospital.

Al profesor Ahuizotl Hidalgo Sosa Jiménez también le dieron un tiro. Casi dos años después charló con este reportero, mientras pelaba pollos en el local de la sección 22, en el centro de Oaxaca: "Ya había caído Félix. Yo estaba en la plazuela, arrojando piedras contra los pistoleros, cuando vi a Fulgencio García con su rifle. Vi que disparó y no sentí nada; buscaba la forma de acercarme más a la reja. Vi que me seguía nuevamente con el rifle y otra vez no sentí nada. Eso me dio confianza. Me acerqué más. A la tercera vez sentí un impacto en el estómago. Me recogieron unos compañeros".

Ahuizotl Hidalgo estuvo un mes en el hospital, en calidad de detenido. Cuando salió del nosocomio, comenzó a ser amenazado telefónicamente por Fulgencio García. "Te va a cargar la chingada a ti y a tu familia". Luego, el asesino comenzó a rondar su casa y a seguirlo. Poco después, cuando Fulgencio García fue aprehendido, comenzaron las presiones sobre los detenidos.

Fulgencio García salió libre ocho meses más tarde.

"Este pueblo pierde a su mejor hombre"

Celso Wenceslao López Díaz obtuvo el título de maestro de primaria en la escuela normal de Navojoa, Sonora, en febrero de 1980. Regresó a su natal Nicolás Ruiz, en Chiapas, a trabajar en la primaria de su comunidad. "Era a él -decían los campesinos del lugar- a quien recurríamos para que nos orientara porque aquí ha habido sangre por la disputa de las tierras. Nos las quieren quitar para dárselas a gente de Venustiano Carranza, con la promesa de apoyos y créditos..."

Celso se incorporó a la lucha de la CNTE y en los primeros meses de 1987 estuvo en el plantón frente al palacio de gobierno en Tuxtla Gutiérrez. Eran momentos duros para los maestros paristas, pues les habían retenido sus cheques durante tres quincenas.

El 30 de marzo de aquel año Celso se encontraba con varios de sus compañeros cuando vieron aproximarse a un grupo de vanguardistas que, con sus cheques en mano, se burlaban de ellos. La indignación pudo más. Fueron tras ellos para reclamarles la burla. Cuando Celso y sus compañeros los alcanzaron fueron recibidos a golpes y balazos. Ahí quedó Celso. Otro profesor, René Madariaga, resultó herido. El reconoció al vanguardista Jaime Bermúdez Solórzano, alias El Tragabalas, como el asesino de Celso. René fue arrastrado hasta la casa del ex secretario general de la sección 7, Romeo García Laflor. Uno de los vanguardistas decía mientras lo golpeaba: "no hay que pelonearlo (raparlo), sino matarlo como quiere José Luis (Andrade Ibarra, ex secretario general del SNTE) que se haga con estos cabrones".

Cuatro días después del crimen, una foto de La Jornada mostraba a Carlos Jonguitud hablando al oído de su tocayo, de apellidos Salinas de Gortari, en un acto en el cual se daba un paso más en materia de descentralización educativa.

El homenaje a Celso Wenceslao en el zócalo de Tuxtla Gutiérrez fue multitudinario y después una caravana partió con el cuerpo hacia Nicolás Ruiz, el lugar de origen de Celso, donde esperaba María Teresa, la viuda que se quedó con dos pequeños hijos.

En el camino dominó un grito: "¡Celso murió, Vanguardia lo mató!"

Frente a su tumba, su padre, Melquiades Victorino López, dijo: "Este pueblo pierde a su mejor hombre, pero me apacigua saber que murió en buena ley, defendiendo su derecho a la dignidad".

Más tarde, el entonces secretario general del SNTE, Antonio Jaimes Aguilar, declararía que la muerte de Celso fue responsabilidad de los maestros democráticos: "Fue un accidente entre ellos mismos".

Si un maestro o un campesino mueren en una cantina, diría el profesor y licenciado, "no tiene nada que ver con la organización".

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