Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 9 de septiembre de 2002
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Política

León Bendesky

Debate abierto

Es difícil identificarse con el país al que hizo referencia el presidente Vicente Fox en su segundo Informe. Si en ese acto se debe informar sobre el estado que guarda la nación, entonces no fue fidedigno, no se reconocía en él lo que es hoy el país. Además, la anual repetición de cómo se ejercen los gastos del gobierno en obras y programas deja siempre ocultas las cuestiones políticas que los anteceden y no se ponen frente a la población. Del modo como se nos informa cada año, este acto es ya inútil. Esto se advirtió en los discursos previos de los representantes de los partidos, en el texto presidencial, en la respuesta de la diputada Beatriz Paredes y en la manera en que se cubre el acto por parte de la radio y la televisión con el concurso de Gobernación. Todo tiene ya un aire anacrónico e insufriblemente cortesano. El nuevo gobierno no ha cambiado un adarme el ritual del Informe y la forma en este caso también es fondo. Lo único que sobresalió en una larga tarde fue la convocatoria a las fuerzas políticas para hacer lo que les corresponde, o sea, política, de una manera que si no logra hacer más feliz a la sociedad, cuando menos le sea de utilidad.

La nación requiere ya otro tipo de reflexión, desde el poder y desde los distintos grupos de la sociedad. Y, en verdad, contenido no le puede faltar al debate sobre lo que ocurre en México. Ya sugerí que la política debería dar un giro de 180 grados en su concepción acerca del proceso de desarrollo y poner por delante lo que el Estado debe hacer y luego embonar el funcionamiento de los mercados, dándoles el campo de acción que se requiere. Pero ya puestos en el campo de la geometría, parece que el gobierno del cambio ha dado un innecesario giro de 360 grados, para seguir haciendo lo que sus tres antecesores.

Desde la década de 1940 se debatía abiertamente sobre los obstáculos que México empezaba a enfrentar para sostener su capacidad de crecimiento económico y de cohesión social. Los términos de esos debates no resultan ajenos a las condiciones actuales, y señalo sólo algunos como muestra. En 1944 Gonzalo Robles advertía sobre las repercusiones de las políticas que aplicaba el gobierno, y señalaba: "El neoliberalismo oportunista y desarticulado hoy en boga no ofrece garantías para la prueba final". En 1947 Daniel Cosío Villegas provocó un importante debate con su texto titulado La crisis de México, en el que advertía sobre el agotamiento de los principios de la Revolución y las crecientes restricciones que existían para el desarrollo productivo y el mejoramiento social, junto con el desgaste del sistema político y la lacra de la corrupción. Cuestionaba la legitimidad democrática del sistema político que no pasaba por la prueba de la alternancia con otros partidos. Cosío proponía incluso, aunque con muchas dudas, si no era el momento de dejar el gobierno a la derecha, pues de todos modos la dirección que llevaba el gobierno la estaba convirtiendo en su hija legítima y en muy poco tiempo las diferencias de los respectivos programas de la izquierda de la Revolución y de la derecha de Acción Nacional serían irreconocibles. Quince años después, el sentido de la discusión seguía siendo muy similar y Raymond Vernon, en su influyente libro Dilema del desarrollo económico de México, planteaba que el necesario cambio en el modelo económico del país se enfrentaba a una fuerte restricción política asociada con los beneficios que creaba el ejercicio del poder para los grandes empresarios y la propia clase política. La posposición de esas reformas en el campo de las inversiones, del comercio exterior, de los impuestos y de la distribución del ingreso son elementos que explican en parte el advenimiento de la larga crisis que vive México desde 1982.

Robles, Cosío y Vernon se adelantaron en sus visiones sobre los límites del modelo económico y de control político mexicano. Sólo hasta 2000 el PRI perdió las elecciones frente al PAN, pero para entonces el programa social y económico que se había impuesto desde mediados de la década de 1980 ya no se diferenciaba del que proponía la derecha, y ésta parece en verdad haber sido su heredera. Ni Fox ni el PAN pueden hacer otra cosa porque esa es su visión de la sociedad y de la gestión de los asuntos económicos, esa es su concepción de lo que corresponde al terreno de lo público y de lo privado, e incluso encontraron ya cimentadas las bases de su concepción conservadora en prácticamente todos los asuntos sociales, incluyendo los estrictamente individuales. Fox puede ser, así, visto como un continuador natural del modelo que de manera más acabada previó Carlos Salinas. Ese modelo se está sosteniendo esencialmente en su parte financiera, y no es casual que las áreas en las que se aprecia mayor control y hasta más capacidad de acción sean el Banco de México y la Secretaría de Hacienda, que están manejados por los mismos equipos de hace ya 20 años, con sus naturales retoños. Pero en el resto del gobierno es ostensible la dificultad para continuar con el proyecto que se ha heredado, tal como se nota en la política social concebida de manera amplia, en la agrícola, la de obras públicas, la de investigación y del medio ambiente.

Surgen algunas preguntas entre muchas otras: ƑEs aún el salinismo un medio para sacar al país de su marasmo? ƑNecesitaba la transición política mexicana de Fox y del PAN? ƑTiene la izquierda la capacidad de ofrecer una alternativa viable al país?

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