Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 9 de septiembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Mundo

A UN AÑO DEL 11-S

Ambos tienen un concepto diferente del enemigo a vencer

En la alianza antiterrorista, un abismo separa a Rusia de EU

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 8 de septiembre. No obstante ser socios formales en la llamada coalición antiterrorista, un abismo de debilidad separa a Rusia de Estados Unidos.

Esta realidad indisputable explica, desde que se hizo pública la pretendida alianza, el comportamiento del Kremlin. Sin otro credo que el pragmatismo, el gobierno de Vladimir Putin lleva casi un año tratando de sacar algún beneficio de situaciones adversas que sabe ya no está en condiciones de revertir.

Por ello, no dudó en brindar todo el apoyo logístico necesario para bombardear Afganistán, a cambio de que la administración de George W. Bush dejara de cuestionar la actuación del ejército ruso en Chechenia.

Pero pronto se hizo evidente que los flamantes aliados tenían un concepto muy distinto del enemigo a vencer, y que Washington no compartía la pretensión de Moscú de establecer un signo de igualdad entre las reivindicaciones separatistas de los chechenos y el fundamentalismo de Al Qaeda, la red de Osama Bin Laden.

De esta manera el encomiable propósito de aunar esfuerzos para combatir el terrorismo internacional, permitió a Estados Unidos instalar en Kabul el gobierno de transición que quiso y, después, se volvió simple tapadera de la intención de poner bajo su control toda la región de Asia central, muy acorde con los intereses de las grandes petroleras que tienen voz y voto en la toma de decisiones en la Casa Blanca.

Washington, por lo pronto, dispone de una red de aeródromos y bases militares que le aseguran una larga presencia ahí y en la zona adyacente del Caspio, también muy favorecida con abundantes riquezas energéticas.

Cada vez más distanciados de Rusia, los mandatarios de los regímenes autoritarios de Azerbaiyán, Georgia y las cinco repúblicas ex soviéticas de Asia central, como si estuvieran en la nómina de empleados de confianza de Bush, no se sonrojan al cobrar la factura de su servilismo y hasta compiten entre sí a la hora de hacer concesiones a Estados Unidos.

Incapaz de detener el proceso de expansión de la superpotencia única en una zona que hasta hace poco consideraba como de importancia estratégica para su seguridad nacional, Moscú tampoco pudo aprovechar la coyuntura para finalizar la campaña militar en Chechenia, su guerra particular, en la antesala ya del tercer aniversario de sembrar la muerte y destrucción en el Cáucaso.

La coalición antiterrorista que devastó Afganistán sin que hasta la fecha se hayan presentado evidencias que confirmen la ejecución de Bin Laden y el mullah Omar, líder del talibán, uno de los objetivos declarados de la operación, de hecho dejó de existir para Rusia a finales de enero pasado.

Entonces, George W. Bush firmó la respectiva acta de defunción al proclamar, sin consultarlo con nadie, que la siguiente tarea de la cruzada antiterrorista era acabar con el llamado "eje del mal", integrado por Irak, Irán y Corea del Norte, tres países con los cuales Rusia quiere desarrollar amplios proyectos de cooperación.

A pesar de la afrenta, el Kremlin no se da prisa en anunciar la ruptura para mantener, mediante toda suerte de malabares verbales, los beneficios que obtiene al hacer suyas las pautas marcadas por la Casa Blanca en la agenda internacional.

Rusia busca conservar el mito de la coalición antiterrorista, lo que le otorga el respaldo de Estados Unidos para recibir un trato preferencial como miembro de pleno derecho del Grupo de los Ocho, una relación más o menos distendida con la OTAN, mayores puntos de encuentro con la Unión Europea, variados programas de ayuda financiera y muchas otras ventajas.

Ahora, a punto de cumplirse un año del peculiar matrimonio por interés entre Rusia y Estados Unidos, resulta cada vez más difícil guardar las apariencias ante la determinación del gobierno de Bush de lanzar un ataque militar contra Irak.

Apenas se aparta un poco del guión la diplomacia rusa, Estados Unidos arrecia las críticas al Kremlin por sus excesos en Chechenia y, en fecha reciente, hasta se permitió cuestionar severamente que haya violado el espacio aéreo de Georgia para bombardear el desfiladero de Pankisi, un supuesto probable pero aún no demostrado.

Un ataque militar contra Irak no legitimado por la Organización de Naciones Unidas (ONU), advierte Vladimir Putin, pondría en entredicho el futuro de la coalición antiterrorista. Al mismo tiempo, la tajante negativa de Irak a readmitir a los inspectores de la ONU, podría dar a Moscú la coartada de que agotó todas las posibilidades para convencer al régimen de Saddam Hussein de facilitar una solución negociada.

En ese escenario, Rusia no tendría que participar en una operación militar para derrocar a Hussein, algo que afectaría su relación con otros aliados tradicionales suyos, pero tampoco se sentiría obligada a formalizar su salida de la coalición antiterrorista.

Todo indica que acaba de empezar un complejo juego diplomático a varias bandas, con la presión del reloj encima, en el que Rusia quizá tenga que optar, finalmente, por responsabilizar a Hussein de que él mismo provocó el ataque de Estados Unidos en contra de Irak.

El problema es cómo hacer que resulte creíble.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año