Tlaxiaco: despojo e impunidad
Zozobra en dos comunidades mixtecas ante el riesgo de
otra invasión; indiferencia oficial
MATILDE PEREZ U. /I ENVIADA
Tlaxiaco, Oax., septiembre. Con sigilo caminan
entre los matorrales y pastizales de la serranía y de los morrales
sacan binoculares para observar sus sembradíos y bosques. Es la
única forma de poder acceder a la tierra de la que fueron expulsados
con armas de fuego. Son los mixtecos de San Pedro Yosotato y Santa Catarina
Yosonotú, que con murmullos explican al grupo de observadores de
organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, abogados, académicos
y reporteros sobre grupos armados que podrían agredirlos en cualquier
momento. Tragándose el miedo, la impotencia y el coraje narran cómo
fueron despojados de sus tierras, su más valiosa propiedad.
La convivencia pacífica y hasta los enlaces matrimoniales
que mantuvieron los habitantes de las comunidades de San Pedro Yosotato
y Santa Catarina Yosonotú, municipio de Tlaxiaco, con sus vecinos
de San Sebastián Nopalera, Zimatlán de Lázaro Cárdenas
y Santa Lucía Monteverde, municipio con este último nombre,
terminó cuando el actual diputado del PRD y ex dirigente estatal
de la Unión Campesina Democrática, Salomón Jara Cruz,
fomentó la invasión y el despojo del territorio ejidal y
comunal.
Al
menos 332 comunidades mixtecas oaxaqueñas, distribuidas en 130 de
los 156 municipios que integran esa región indígena, viven
en constante zozobra e inestabilidad por los añejos conflictos agrarios,
algunos de ellos exacerbados -como en los casos de San Pedro Yosotato y
Santa Catarina Yosonotú- por la intervención de dirigentes
o mandos medios de partidos políticos, la indiferencia del gobierno
del estado e incluso por la actuación parcial de las autoridades
agrarias.
Allí, en esas comunidades enclavadas entre las
escarpadas montañas de las sierras Madre del Sur y Madre de Oaxaca,
se respira el temor a ser venadeados en las brechas y caminos de
terracería. En hombres y mujeres está latente la ira por
el despojo de sus parcelas, donde sembraban maíz, frijol, algunas
hortalizas y café, de sus fuentes de agua, de una fracción
de los bosques de los que extraían la leña para uso doméstico,
así como por la destrucción de sus viviendas.
Esas familias, que logran sobrevivir gracias a los dólares
que les envían del extranjero -datos oficiales indican que más
de la mitad de la población mixteca ha emigrado principalmente a
Estados Unidos- exigen justicia a los gobiernos federal y estatal, y los
responsabilizan de las posibles confrontaciones que podrían surgir
si no respetan las leyes y se apegan a los convenios que han firmado algunos
poblados.
Casi 98 mil hectáreas, del millón y medio
del territorio mixteco, forman parte de los 167 expedientes de conflictos
agrarios no resueltos en la región desde hace 40 años; en
años recientes la disputa por la tierra se ha agudizado debido al
acaparamiento de las áreas más rentables y de los escasos
recursos naturales -agua y bosques- mediante mecanismos velados, expresan
investigadores.
"¿Qué va a pasar después de tanto
pisoteo? ¿Por qué los gobiernos federal y estatal no han
hecho valer la ley?", preguntan los ancianos, viudas, esposas, ejidatarios
y comuneros de San Pedro Yosotato (que tiene mil 357 hectáreas de
bienes comunales) al grupo que invitaron a su poblado.
El pleito por la tierra de la ex hacienda de Jicaltepec,
entre San Pedro Yosotato y San Sebastián Nopalera, nació
junto con el siglo XX; desde entonces los incendios de bosques, huertas
y sembradíos, robos de ganado y agresiones armadas marcaron los
altibajos de la convivencia entre sus habitantes.
Tos ataques, dicen los ancianos, fueron esporádicos,
pero luego de que por dos resoluciones presidenciales -una en abril de
1931 y otra de octubre de 1949- se les dotó de 499 hectáreas
bajo el régimen ejidal, seis de ellas de riego, los altercados fueron
más frecuentes; sin embargo persistieron los lazos de amistad y
enlaces familiares.
Pero los disgustos no cesaron, por lo que en octubre de
1995, San Pedro Yosotato pidió al Tribunal Unitario Agrario (TUA),
con sede en Huajuapan de León, la ubicación exacta de la
línea de colindancia con San Sebastián Nopalera, y en abril
de 1997 esa instancia agraria dictaminó que este último poblado
debería respetar las mojoneras establecidas entre ambos ejidos,
las cuales serían ratificadas por técnicos del TUA.
La ruptura fue definitiva cuando en febrero de 1998 habitantes
de San Sebastián Nopalera y su anexo Zimatlán de Lázaro
Cárdenas, incitados por Salomón Jara Cruz, se posesionaron
violentamente de 50 hectáreas, y hasta replegaron la acción
jurídica agraria.
En septiembre de 1999, el magistrado del TUA, Gilberto
Suárez Herrera, ordenó a la brigada agraria que suspendiera
la ratificación de las mojoneras por la "imposibilidad material
y jurídica (...) hasta que se den las condiciones propicias para
llevarla a cabo".
Meses después, en noviembre de 2000, una treintena
de familias de San Pedro Yosotato sufrieron otro agravio. Las mujeres,
entre sollozos que tratan de acallar con sus rebozos, y los hombres con
voz entrecortada, narran esa última invasión, la más
violenta para ellos.
Del 9 al 12 de noviembre de ese año, fueron sitiados
por gente armada de San Sebastián Nopalera y su anexo Zimatlán
de Lázaro Cárdenas, protegidos "política y jurídicamente"
por el actual diputado perredista Salomón Jara Cruz. "Nos ba-learon
día y noche, no respetaron a niños ni a mujeres, quemaron
huertas, mataron vacas, chivos, a todos nuestros animales, destruyeron
el canal de riego, derrumbaron las casas.
Los policías de la Judicial del estado vieron cómo
nos disparaban y no intervinieron; hasta que llegó el Ejército
se terminó la balacera y nos dejaron salir. Hirieron a mi esposo
Fabián (López Díaz)", dice Angela López Castro,
quien sostiene en brazos a su hijo de tres años; su esposo emigró
a Estados Unidos en busca de trabajo.
"¡Que nos devuelvan lo nuestro! Esas tierras no
son robadas", demanda Manuela Castro Santiago, y a su voz se une la de
Elena Castro López, conocedora de los derechos que para la mujer
indígena establece la Constitución local, quien pide al gobernador
José Murat que no se "quede en la sombra, como lo hicieron los judiciales
en noviembre de 2000, esperando que la sangre se seque en la tierra".
El gobernador "es una persona inteligente -dicen los integrantes
del consejo de ancianos- pero algo le pasa porque no presta atención
a nuestro problema, parece que quiere que nos matemos entre campesinos".
Y no dejan de recordar que los políticos hacen
muchas promesas durante las campañas político-electorales,
pero "cuando llegan al palacio (de gobierno) ni nos miran".
Tampoco olvidan que días después de la agresión
y expulsión de sus tierras, el secretario general de Gobierno y
el subsecretario de Desarrollo Político de Oaxaca les propusieron
un "acuerdo negociado" con San Sebastián Nopalera y su anexo Zimatlán
de Lázaro Cárdenas, pero tenían que "ceder más
tierra" y por tanto no iban a desalojar a los invasores.
El agravio sigue, 65 familias están sin la tierra
del valle -la más productiva de esa zona delimitada por los cerros
El Catrín y Las Trancas- que les fue entregada y ratificada legalmente.
Y entre los llantos contenidos y los murmullos surge la
advertencia: "si los gobiernos (federal y estatal) nos siguen engañando
y no nos atienden, a ver a dónde vamos a buscar justicia, pero lo
haremos".