José Cueli
Se fue El Calesero
La Plaza México se alzaba silenciosa, pálidos colores de un gris amarillento y un verde violáceo descendían hasta el ruedo vacío, produciendo un sentimiento de pena. El silencio era clavo que partía las cuerdas de la guitarra, ya no respiraba en las manos del Calesa el pulmón de su caja. Ni una nota, ni un grito, ni un olé. Solo la agonía de cantes toreros que estremecían el alma del coso.
El silencio combatía en el cielo los nubarrones. El incendio de sus tardes de triunfo que enrojecía el horizonte desapareció. De trecho en trecho sus faroles afloraban entre las nubes desgarradas, rodeando así de hendidura en hendidura la plaza apagada en medio de la redondez de la cúpula celeste, por la que vagaba su espíritu torero, entre las flotantes nubes movedizas.
Como un espejo mágico en la plaza secreta de profundidades incógnitas serpenteaba el capote de Calesero. El brillo inextinguible de su verónica y la media inmortal, amortiguadas en el cielo muerte. La calma de la noche en el marco que penetra los nervios de placer. El espíritu que fue más allá de la técnica y del oficio, gracias a su personalidad y estilo que hicieron una forma de ser del toreo.
Las luces de la plaza se quedaron apagadas y parecían pupilas dormidas. Sabían de la inquietud que dejó el toreo en la tierra mexicana y española. El ruedo se quedaba en éxtasis. Calló todo y el espíritu vuelto silencio en comunión soltaba el velamen de su lento capotear. ƑCómo torear a esta noche a su sentir en un tono muy negro, solo por torear, en un cielo que refleje su toreo de estilo añejo.
El espíritu del toreo penetraba en los túneles, las escaleras, los tendidos, los burladeros, los toriles y horadaba la penumbra de la plaza y rastreaba la puerta de cuadrillas, espesa como una cueva. Se cobijaba en el viejo reloj, al amparo de las manecillas que determinaban el más allá del bordar de la encajería torera de Alfonso Ramírez El Calesero.