Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 11 de septiembre de 2002
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Mundo

A UN AÑO DEL 11-S

Padecen enfermedades respiratorias 358 de los que trabajaron en la zona cero

La solidaridad, no el patrioterismo y las reglas del mercado, lo que salvó a Nueva York

Quienes vivieron la tragedia recuerdan dónde estaban, qué vieron, con quiénes lloraron

Pareciera que las personas están agotadas, y saben que ahora sí forman parte del mundo

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES

Nueva York, 10 de septiembre. A un año de los atentados, a esta ciudad parece que se le fue el aliento; busca respirar, exhalar todo un año de funerales, de lágrimas, de gritos desolados en mil idiomas por las víctimas de "ese día", de nostalgia por un momento surrealista en donde la solidaridad y el heroísmo frente al desastre revelaron brevemente la nobleza de toda la humanidad, momento interrumpido por los que sólo buscan nuevas guerras, más víctimas, como respuesta, y los que insisten en que ya basta de violencia y gritan "no en nuestro nombre".

Esta semana se identificaron los restos de un inmigrante colombiano que trabajaba en el restaurante del piso 107 de una de las torres; ayer se realizó el último acto de conmemoración de uno de los 343 bomberos que murieron hace un año.

No se han hallado a todos; sólo la mitad de los restos de las 2 mil 801 personas que murieron en las Torres Gemelas han sido identificadas un año después (la oficina del médico forense ha tenido que evaluar 19 mil restos humanos).

Los bomberos, símbolo del heroísmo humano de ese día, siguen recordando a sus compañeros caídos. Los que sobreviven no solo tienen tristes memorias.

Este martes se informó que 358 de los que trabajaron en el ground zero (zona ce-ro) en los primeros días del desastre padecen enfermedades respiratorias que los han inhabilitado y no han podido trabajar; se es-pera que el número podría ascender a 500.

Los bomberos, por su parte, odian ser llamados "héroes". Dicen que lo que hicieron es algo que todos están dispuestos a hacer; "esa es la chamba", señalan.

Insisten en que el cuerpo de bomberos es una entidad colectiva, que no hay héroes individuales, que todo se hace en equipo, y que "entrar cuando todos están saliendo, salir sólo después de que salga el último civil, de eso se trata, y eso era lo que estaban haciendo los que perecieron".

Es una hermandad, y muchos hermanos murieron al rescatar a desconocidos.

Esa solidaridad es lo que salvó a esta ciudad esos días, no el patrioterismo, no las reglas del mercado de cada quien sálvese a sí mismo, no el glorioso "individualismo" que tanto se elogia en este sistema, sino todo lo contrario.

Hermanos en la desgracia

Hay que recordar al joven que vio caer las Torres Gemelas por su televisor en Kentucky: dejó su chamba, sacó todos sus ahorros, manejó 18 horas hasta Nueva York -lugar que desconocía- y se integró a las brigadas de voluntarios que salieron de todas partes del país y el mundo.

Contaba que en su brigada de socorristas algunos compañeros no hablaban inglés, pero que todos se entendían. "Nos hicimos hermanos", dijo.

Un año después la gente recuerda dónde estaba, qué vio, qué hizo, con quién lloró. Estos diálogos se dan en chino, árabe, español, griego, etcétera, en los departamentos de lujo del Upper East Side, en los guetos del South Bronx, en la comunidad rusa en Brooklyn, en la comunidad dominicana de la punta norte de Manhattan y en los bistros de Chelsea y Tribeca, en escuelas públicas, iglesias, en el Metro.

En las calles de esta ciudad hay menos banderas estadunidenses de lo que uno se imaginaba para estas fechas, hay menos gritos de guerra y menos expresiones de arrogancia imperial.

Es como si la gente estuviera agotada, pareciera que ya entienden que ahora sí forman parte del mundo, ya no es este país, esta ciudad, ajena a las tragedias cotidianas que tanto se sufren en demasiadas esquinas de este planeta.

Pero este miércoles los políticos y los actos oficiales obligarán de nuevo a todos a ser representados por las voces que dicen representar a todos, y éstas hablarán de orgullo nacional, de patriotismo, de la guerra infinita e indefinida contra todos los que no están "con nosotros".

Un niño con una ametralladora de ju-guete pasea por Washington Square y se detiene para ver las obras de arte de un pintor sentado en la sombra, mientras los cazas sobrevuelan otra vez los cielos de Nueva York las 24 horas, pero nadie se atreve a preguntarles de quién, o de qué, nos están defendiendo.

Un cuarteto mexicano sube al Metro para cantar norteñas -México está cada día más presente en esta ciudad-, y en la pequeña China, Chinatown, las actividades no cesan un segundo: un afroamericanotxs99-135640-pih canta blues, y hay un grupillo de viejos hippies interpretando rolas de Bob Dylan.

La comunidad árabe en la Atlantic Avenue de Brooklyn -se imagina uno- está tensa, como lo ha estado durante este año pasado, ante la resucitación del ambiente patriótico para marcar el 11 de septiembre, estado de ánimo que también se presta para pronunciarse contra todo lo que parezca "no estadunidense".

De nuevo, todo acto público está bañado en los colores de la patria. El campeonato tenístico -el US Open- culminó con lo que el presidente de la Asociación de Tenis de Estados Unidos "soñó": una final all american en honor al 11 de septiembre; o sea que las dos mujeres y los dos hombres en la final fueron estadunidenses.

Pero no hay consenso en este lugar sobre lo que significan esos colores de la bandera, en esta ciudad de todos los colores del mundo. El color de alerta es anaranjado, el penúltimo más grave en el sistema de alerta terrorista en Estados Unidos. Pero Nueva York ha vivido bajo este color du-rante casi un año.

La policía incrementa su presencia en los puentes y túneles, barcos policiales pa-trullan el gran río Hudson y el río Este, y los muelles están abandonados en lo que antes era uno de los grandes puertos del mundo.

Los edificios federales, y algunos de los monumentos -incluso varios rascacielos-, son muy vigilados estos días.

Habrá más vigilancia que nunca en las instalaciones de la Organización de Naciones Unidas, donde se inaugurará la Asamblea General el jueves próximo, y allí se congregarán varios líderes mundiales para escuchar al presidente estadunidense hablar de más guerras para defender a la civilización y la seguridad.

Pero, según las encuestas, los ciudadanos de esta ciudad, como de otras, están más preocupados por sus chambas, por su situación económica, las consecuencias de las maniobras corruptas de grandes empresas en sus vidas personales.

Nadie duda que vive en el país más poderoso de la historia, y que la amenaza de actos salvajes, como el atentado del 11 de septiembre, tiene que ser enfrentada.

ƑPero quién está enfrentado las amenazas del desempleo, de Enron, de la falta de recursos para servicios sociales, para mejores equipos de protección para los heroicos bomberos?

Por el puente Brooklyn avanza una pequeña marcha solemne al atardecer. Sus integrantes -entre ellos familiares de las víctimas de las torres- corean "no en nuestro nombre" al dirigirse al parque Washington Square, en el corazón del Greenwhich Village, en Manhattan, donde, junto con otros, pernoctarán esta noche en una vigilia de protesta.

Cantan por la paz, por recordar ese momento de solidaridad humana que vinculó a Nueva York con toda la humanidad, gritan contra las políticas de represión, se quejan por el papel de los medios de alimentar el clima de guerra y sueñan con, poco a poco, ser mayoría.

Se mueven para constatar que frente a todo esto sí hay voces estadunidenses desde el propio ground zero que se suman a un coro internacional por la paz y la dignidad.

Nadie se acuerda del joven de Kentucky, pero ha de haber cientos, tal vez miles como él. Dentro de tanto recuerdo, de tanta retórica, tal vez -junto con el cuarteto mexicano, el hombre que canta blues, los ex hippies y un niño que tal vez decida dejar su ametralladora por un poco de arte- sea el comienzo de otro futuro en el primer aniversario del 11 de septiembre.

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