Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 11 de septiembre de 2002
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Mundo

Adolfo Gilly

Estados Unidos se va a la guerra

Osama Bin Laden y la organización terrorista Al Qaeda están a punto de alcanzar su verdadero objetivo: una guerra entre Estados Unidos y los pueblos árabes. El asesinato colectivo de miles de víctimas inocentes en las Torres Gemelas, hace hoy un año, habrá dado así su más trágico fruto.

Los actos terroristas, como es bien sabido, nunca se proponen derribar por sí mismos un poder o destruir un Estado, sino desencadenar un proceso de enfrentamientos en el cual ese poder o ese Estado queden atrapados. Los grupos terroristas nunca se dedican a organizar movimientos sociales o políticos. Quieren sustituirlos mediante la "acción directa" que "sacuda y despierte" a las "masas oprimidas": la bomba, la pistola, el descarrilamiento, el magnicidio, la venganza ejemplar contra un objeto de odio. Quieren ser "la chispa que incendia la pradera", según el lema del periódico Iskra -herencia indudable de los populistas rusos- que los bolcheviques publicaban clandestinamente bajo el zarismo.

Los viejos terroristas anarquistas de principios del siglo XX, imbuidos de una ética de la persona humana, evitaban por sistema causar víctimas inocentes: a alguno de ellos le llegó a estallar la bomba entre las manos porque en el momento decisivo esperó, al atravesarse una persona incauta frente al objetivo escogido. Los nuevos terroristas de principios del siglo XXI no hacen ya tales distinciones: matan a discreción, pues no quieren intimidar a los poderosos, hoy muy bien protegidos, sino a sus súbditos y sus gobernados. El terrorismo siempre lleva consigo un germen de venganza, pero la de hoy es una diferente calidad de la venganza, una especie de germen genéticamente modificado.

Por razones de ética y de principios, los socialistas de las más diversas tendencias nos hemos opuesto desde siempre al terrorismo, que pretende sustituir la organización y la actividad de los oprimidos por la acción clandestina de grupos de justicieros iluminados. Esta actividad, invariablemente, desencadena una feroz represión de los poderes agredidos, que se vuelca ante todo sobre las organizaciones públicas y los ciudadanos indefensos, mientras los terroristas se vuelven invisibles e inasibles. De esto, Osama Bin Laden y el castigo sufrido por el pueblo afgano son el último y más notorio ejemplo.

Si Estados Unidos ataca e invade a Irak, Al Qaeda y Bin Laden habrán conseguido empantanar a su enemigo en una guerra interminable contra los pueblos árabes: cuánto costará a estos pueblos esa guerra, no es preocupación de los iluminados de Al Qaeda, ni de esos otros iluminados que operan hoy desde la Casa Blanca y el Pentágono. Éstos se preparan para destruir a Bagdad con la misma impiedad con que aquéllos destruyeron las Torres Gemelas. El otro interesado en que Estados Unidos se meta en esa guerra es Ariel Sharon, el terrorista gemelo de Osama Bin Laden desde el bando opuesto.

El embajador de la Unión Europea en Cercano Oriente, Miguel Angel Moratinos, español, tiene una idea más precisa de las cosas. Declaró a El País: "Si hay ataque a Irak, la calle árabe sufrirá una explosión total, sin precedentes".

El problema es que, como señala incluso un editorial de Le Monde de París, el gobierno de Estados Unidos parece haberse metido, con sus declaraciones recientes, en un callejón sin salida: si ataca a Irak entra en un conflicto sin final visible; si no lo hace, pierde la cara y concede una victoria implícita al dictador Saddam Hussein. En este tipo de encerronas se dejan atrapar los iluminados, los extremistas y los incompetentes.

El cuarteto del Apocalipsis que hoy gobierna en Washington -Richard Cheney, George W. Bush, Donald Rumsfeld y Condoleezza Rice, por aparente orden de importancia- ha hecho a esta altura suficientes amenazas como para no poder retroceder. Casi lo mismo sucede a Tony Blair, pero éste encuentra en su país una resistencia bastante mayor que el cuarteto en el suyo. Blair ve a esta guerra como la continuación de la saga de atrocidades coloniales del Imperio Británico en los últimos siglos y como un nuevo episodio de su disputa con Francia por las zonas de influencia en el Cercano Oriente. Para su desgracia, lo que muchos otros vemos (con cierta satisfacción) es al viejo y glorioso Imperio hoy reducido al papel de obediente perro de guardia de su poderoso vástago del otro lado del océano.

El gobierno de Alemania, por la voz de Schroeder, declara su oposición a la guerra preventiva que prepara Bush: sin la sanción de las Naciones Unidas no hay guerra legítima, dice. Entre otras cosas, está cuidando sus votos para las próximas elecciones. El presidente francés Jacques Chirac es más terminante: la guerra preventiva del gobierno de Estados Unidos "es una doctrina extraordinariamente peligrosa, que podría tener consecuencias trágicas", declaró en entrevista reproducida por El País.[...] "En cuanto una nación afirme su derecho a adoptar acciones preventivas, otros países harán lo mismo". En el caso de las pruebas contra Irak, "no afirmo que no existan, pero yo no he visto ninguna". "Asumir una acción militar debe ser responsabilidad de la comunidad internacional, mediante una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU". Este, como cuestión previa, debe plantear la exigencia de inspección: "Si se cumple, se acabó. El Consejo de Seguridad o la comunidad internacional nunca han querido cambiar el régimen de Irak, porque hay numerosos países donde uno desearía ver otro régimen". Si no se cumplen estos requisitos previos, concluyó, "se podría decir sencillamente que Cheney va a combatir su guerra solo".

En otros términos, Francia y Alemania, los dos Estados que juntos son el centro de gravedad económico, político, geopolítico e histórico de la Unión Europea, no quieren la guerra de Cheney, Bush y Rumsfeld. Los dos otros miembros del Consejo de Seguridad con derecho de veto, Rusia y China, tampoco comparten el entusiasmo bélico de Washington: sus silencios y reticencias son evidencia de que ven los peligros de esta guerra en tierras árabes.

En cuanto al belicismo de los gobiernos de Italia y España, no agrega mucho peso: en esta coyuntura, Berlusconi y Aznar actúan como figuras escapadas de la Comedia del Arte napolitana, Polichinela el uno, Pierrot el otro. No parecen tener, en este tema, demasiado apoyo en sus propios países. Opuesta es la actitud de los gobiernos de los países árabes, que pese a las diferencias que los separan y la dependencia de varios de ellos hacia Estados Unidos, se han declarado unánime y explícitamente contra cualquier ataque sobre Irak.

La conmemoración entera del 11 de septiembre está diseñada en Estados Unidos para preparar los ánimos de la población para una guerra inminente. Televisión, noticieros, periódicos, revistas: la guerra contra el terrorismo y el ataque contra Irak son el tema repetitivo, obsesivo, de todas las horas. La discusión en las filas del establishment sobre el momento, las condiciones previas y la forma en que será lanzado el ataque es pública y, por momentos, enconada. Pero no versa sobre si hay que hacer la guerra o no, sino sobre cómo, cuándo y bajo qué condiciones: la guerra misma se da por segura. George Shultz, ex secretario de Estado, escribe que hay que lanzar el ataque de inmediato para derrocar a Saddam Hu-ssein, ocupar Irak y establecer un régimen democrático. James Baker, otro ex secretario de Estado, dice que primero hay que tener el voto del Consejo de Seguridad y un apoyo seguro del pueblo de Estados Unidos, sabiendo que la acción, esta vez, puede no ser corta como en Afganistán. En todo caso será más costosa en vidas estadounidenses, dice, porque tal vez habrá que combatir en las ciudades y después ocupar el territorio con las propias tropas.

Bush y su grupo esperan una guerra corta y un derrumbe rápido del régimen de Saddam Hussein ante una ofensiva relámpago del poder militar abrumador de Estados Unidos. Es posible. Pero aún en tal caso, dicen los otros, después sería imprescindible emplazar el ejército estadounidense en el lugar y afrontar las consecuencias de una larga ocupación, cualquiera sea el nuevo régimen que pudiera establecerse.

El presidente Bush y su cuarteto han tomado ya su decisión: irán a la guerra contra Irak, con la aprobación del Consejo de Seguridad o sin ella. Cuentan, además, con que a la hora de la hora los grandes países miembros del Consejo de Seguridad que hoy no comparten la posición de Washington, se alinearán y darán la autorización, aunque lo hagan a regañadientes. Puede darse por seguro que si llega a ser así, algunos de esos gobiernos apenas darán una contribución simbólica, mientras contemplan cómo la gran potencia estadounidense va quedando atrapada en un nuevo pantano, trágico para los países árabes, para Estados Unidos y para todos. El presidente Bush lleva a la guerra a un país, Estados Unidos, a cuya población su propio gobierno está sumiendo en la inseguridad y el pánico ante hipotéticos ataques en su territorio de un supuesto enemigo ubicuo y sin rostro: el terrorismo.

El gobierno de México quiso ser miembro del Consejo de Seguridad. Lo logró. Ahora no se justifica su silencio frente a una amenaza de guerra inminente que involucrará en primera fila al territorio mexicano, a sus recursos y a su porvenir. El pueblo de México tiene derecho a una explicación y una posición explícita de sus gobernantes. El actual curso los coloca a la rastra de los impulsos bélicos de Washington.

En cuanto inicie esta guerra el petróleo, las fuentes de energía y el territorio de México se convertirán en recursos estratégicos para los jefes de la Casa Blanca y del Pentágono. ƑQué dice el gobierno del presidente Vicente Fox? ƑQué posición tomará su representante en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? ƑMantendrá su presente alineamiento incondicional con la política de Washington? Ahora, y no después, es urgente poner esta cuestión en la discusión pública.

Si en el Consejo de Seguridad de la ONU el representante del presidente Vicente Fox alza su mano en apoyo de la guerra contra Irak, por más represivo que sea el régimen iraquí, el hecho será que México se habrá alineado, por primera vez en su historia, con una invasión imperial contra un país dependiente y oprimido. De este acto sin nombre, presidente y representante deberán rendir cuentas a su pueblo y al futuro.

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