Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 20 de septiembre de 2002
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Editorial
 
UN EMPLEADO INEPTO Y ALTANERO

sol-2Una de las situaciones más desagradables que puede cometer un patrón -ya sea una persona física, una corporación, una institución o un país- es la de encontrarse en presencia de un empleado incapaz y, para colmo, arrogante y altanero. Tal es el caso de la ciudadanía mexicana ante el secretario de Relaciones Exteriores del país, Jorge Castañeda Gutman, un servidor público que más bien se desempeña como empleado del gobierno de Estados Unidos, que se sirve de la dependencia que dirige para desfogar sus fobias y sus filias personales -y no las posturas de Estado a las que debiera honrar-, que ocupa buena parte de su tiempo laboral -pagado con recursos que pertenecen a todos nosotros- en faltar al respeto a los legisladores, en denostar a sus propios subordinados, en confrontarse con los medios y en crearle a México problemas innecesarios en el ámbito internacional.

En un reciente encuentro entre este empleado público con senadores perredistas -y narrado por los segundos, los cuales disponen de mucha más credibilidad que Castañeda Gutman- el responsable de la diplomacia, con sus malos modales característicos, y contrarios al más elemental sentido diplomático, se refirió en términos despectivos e inaceptables al conjunto de los representantes mexicanos ante otras naciones. "Son mis empleados", dijo, olvidando que el Senado de la República debe ratificar los nombramientos de los embajadores, y que éstos, al igual que el propio Castañeda son, en realidad, empleados de la nación.

En el mismo encuentro, ese servidor público anticipó que el voto de México en el Consejo de Seguridad de la ONU ante una eventual agresión militar estadunidense contra Irak, reflejará no los principios y los intereses de México sino la abyección y el pragmatismo extremos del propio canciller. Los argumentos de Castañeda Gutman fueron: "Todos los países se inclinan ante Estados Unidos por una u otra razón, y México no será la excepción", y "sólo tres países han estado contra Estados Unidos, y así les ha ido".

A lo que puede verse, el secretario de Relaciones Exteriores no lee los periódicos -tal vez ni siquiera los estadunidenses- y no se ha enterado de las expresiones gubernamentales chinas, rusas, francesas, alemanas, italianas y de muchas otras naciones que suman más de tres, contra la necedad de George W. Bush de arrasar por segunda vez a Irak; es una paradoja terrible, además, que mientras el canciller mexicano hace gala de su fatalismo servil hacia Washington, en el país vecino 4 mil destacados intelectuales acaban de exigir a la Casa Blanca que se desista de sus planes de agresión, postura que en semanas anteriores han venido sosteniendo, también, políticos -tanto demócratas como republicanos- de primera línea.

Los más recientes desatinos de Castañeda obligan a preguntarse por qué el presidente Vicente Fox, que fue quien contrató a este servidor a todas luces inadecuado para la función, se empeña en pagar costos políticos crecientes en el afán de mantenerlo en el cargo contra viento y marea. ¿Ha de sospecharse que los compromisos de Fox con el canciller son mayores que los que contrajo con una ciudadanía hoy agraviada y avergonzada por los desfiguros del responsable de la diplomacia? ¿Tendrá la receptividad necesaria para percibir la contradicción entre el mandato del cambio y las actitudes patrimonialistas, atrabiliarias y despóticas que está sufriendo nuestro Servicio Exterior? ¿Será capaz de darse cuenta que los numerosos platos rotos por Castañeda Gutman, su -y, desgraciadamente, nuestro empleado-, le serán facturados, tarde o temprano al desempeño presidencial?
 

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