Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 13 de octubre de 2002
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Contra

MAR DE HISTORIAS

El mal de amor

CRISTINA PACHECO

Llevo cuatro años trabajando con la señora Lidia. Ya estoy acostumbrada a sus manías. Mi puntualidad es su obsesión. Si no llego a las cuatro en punto se imagina que la abandoné. Me esfuerzo por evitar las demoras, pero es imposible desde que empezaron los problemas con Ernesto.

El se quedó sin trabajo. Sabe que dependemos de lo que gano como enfermera particular. Sin embargo hace todo lo posible para dificultarme la salida a la casa de doña Lidia. Le explico que la señora me necesita. Me responde que él está en las mismas condiciones y no parece importarme.

Hoy me colmó la paciencia y le grité: "Pues sí, nada más que la señora Lidia me paga y de eso vivimos tú y yo". Hizo un escándalo tan tremendo que las vecinas subieron a ver qué pasaba. No me quedé a oír lo que contestó Ernesto. Era tardísimo y llegué a casa de doña Lidia a las cinco. Cuando abrí la puerta se echó a llorar: "Creí que tú también me habías abandonado". Sin pensarlo le dije: "ƑCómo cree? ƑEstá loca?" Doña Lidia levantó los puños cerrados y, como si yo fuera a atacarla, retrocedió hasta su cuarto. Cerró la puerta con llave.

Jamás había hecho algo semejante. Asustada, le pregunté qué le pasaba. No me respondió, sólo escuché sus gemidos. "Si no me abre tendré que ir por el cerrajero." Siguió llorando.

Temí haber perdido su confianza. Para reconquistarla le conté la discusión con mi esposo.

Abrió la puerta y me dejó entrar. Le pedí que me explicara por qué se había alterado tanto. Me dijo entre lágrimas: "No son locuras. Fueron diez años horribles. Sola en el cuarto, oyéndolo todo. Al principio Felipe llegaba a veces para obligarme a estar con él. Era algo humillante, pero yo cedía con la esperanza de recuperar mi libertad. Tendida junto a él, esperaba el momento en que se levantara y saliéramos los dos juntos del cuarto, pero nunca fue así.

"Era espantoso oír la llave girando en la cerradura y después las órdenes de Felipe a sus hermanas: Elena: no vayas a abrirle la puerta; Carmen, Herminia: cuando le traigan la comida tengan mucho cuidado de que no se les vaya a escapar. En sus condiciones podría sucederle algo malo. Yo gritaba: Juro que no estoy loca, lo juro, déjenme salir. De inmediato se alejaban.

"Herminia se iba primero. No logro entender que lo hiciera a sabiendas de que por su culpa llevaba presa tantos años, viviendo como un animal en el cuarto con la ventana tapada. A veces era tanta mi desesperación que la golpeaba y pedía auxilio. Las personas que me oían se alejaban diciendo: Pobre Lidia: sigue mal de la cabeza. Una vez escuché a la propia Herminia decirle a una vecina que preguntó por mi salud: 'No sé quién sufre más: Lidia o el pobre de Felipe. Otro en su lugar ya la habría mandado al manicomio. El no quiere, dice que Lidia sigue siendo su mujer y, mientras viva, él se hará cargo de ella'.

"Al día siguiente, cuando Herminia fue a llevarme la comida, le reclamé sus mentiras: 'Felipe me tiene encerrada aquí para que no repita lo que tú y yo sabemos: se juntan en la noche sin importarles llevar la misma sangre'. A partir de aquella tarde Herminia no volvió a aparecer en mi cuarto. No la vi más, sólo la escuchaba caminar de prisa para reunirse de madrugada con mi marido en su despacho.

"Allí los descubrí la primera noche. Era septiembre. En el pueblo había feria. Elena y Carmen salieron a divertirse. Herminia se negó a acompañarlas, pues dijo que estaba harta de ver chamucos y danzantes. Como Felipe iba a volver de un viaje a La Quemada me quedé en la casa por si llegaba.

"Herminia se fue a dormir temprano. Quise aprovechar el momento para escribirle a Teresa. Desde mi boda, cuatro años atrás, no tenía contacto con mi mejor amiga. Fui al despacho a buscar papel. Al abrir la puerta vi a Felipe y a Herminia revolcándose en el suelo. Despavorida regresé a mi cuarto. Esperaba que Felipe entrara en cualquier momento, pero no llegó.

"Al amanecer lo oí acercarse. Al verlo me dio tanta rabia que le reclamé su asqueroso comportamiento y lo amenacé con decírselo a todo el mundo. Felipe agitó la cabeza: 'Nena: Ƒde qué hablas? Estoy llegando de viaje y mira cómo me recibes'. Le dije que era un mentiroso, que lo había visto con su hermana. Siguió mirándome como si no entendiera. Su farsa me resultó insoportable y corrí a la calle gritando. Las personas se arremolinaron. Carmen y Elena fueron a preguntarme qué pasaba. Felipe me tomó por los hombros y me condujo a la casa, mientras les decía a los curiosos: 'Disculpen: la pobrecita otra vez se ha puesto mal. Me resistí a seguir caminando: Déjame, yo no tengo nada. Tú y tu hermana son los enfermos'. Al fin me venció.

"A la mitad del corredor estaba Herminia. Perdí el control y me le eché encima. Se desplomó. Aturdidas, Carmen y Elena pedían explicaciones. Felipe gritó: 'ƑNo se dan cuenta de que Lidia está mal?' Me arrastró hacia la bodega, me hizo entrar de un empellón y cerró la puerta por fuera. Le dije que eso no iba a impedirme decir lo que había visto. Lo repetí todo. Mis gritos se confundían con los de Herminia, negando y maldiciéndome también.

"Felipe les ordenó a Carmen y a Elena que se llevaran a Herminia a su cuarto. Luego se alejó. Me puse a golpear las paredes de la bodega hasta que me venció el cansancio. Cerré los ojos y anhelé que nada de lo que recordaba hubiera sucedido. No sé cuánto tiempo pasó hasta que al fin se abrió la puerta. Entró Felipe en compañía del doctor Ponce.

"Le rogué al médico que me sacara de allí. Me habló como si fuera una niña: 'Calmada, calmadita. Vamos a platicar como los buenos amigos que somos. Me dice tu marido que estás teniendo ciertas alucinaciones. ƑDesde cuándo las padeces?' Contesté: 'No son alucinaciones. Préguntele a Herminia. Ella sabe que todo es verdad'. El doctor me sonrió: 'ƑQué cosa?' Señalé a Felipe: 'Lo que hace con él. Anoche los vi en el despacho. Estaban desnudos'.

"Felipe suspiró: 'ƑComprende por qué estoy tan preocupado?' El doctor Ponce procuró tranquilizarlo: 'Hay que conservar la calma. Puede tratarse de una alteración pasajera. Lo importante ahora es investigar qué le sucede a la cabecita de Lidia. ƑPodría dejarnos a solas?' Antes de salir mi esposo me dijo: 'Mi amor: cuéntale al doctor lo de tus dolores de cabeza y tus pesadillas'.

"Estuve hablando con el doctor Ponce mucho tiempo. Le describí lo que había visto y mi terrible decepción. No pareció asombrarse. Comprendí que Felipe le había hecho el mismo relato, sólo que atribuyéndolo a mi imaginación alterada. Sentí pánico y me aferré al doctor: 'Tiene que creerme: no estoy loca, no estoy inventando nada. Pregúntele a Herminia, ella sabe'. El médico me miró condescendiente: 'Está bien. Haremos venir a esa muchacha'.

"Cuando Herminia apareció en la bodega, vencí mi repugnancia y le imploré que dijera toda la verdad. 'El doctor Ponce guardará el secreto y yo no volveré a decir nada. Sólo me iré.' Herminia apartó el cabello de mi frente, me limpió las lágrimas y se volvió al doctor: 'Desde hace tiempo Lidia está mal. No quise que mis hermanas Elena y Carmen lo supieran. Todavía son muy jovencitas'. El asombro me enmudeció. Herminia siguió hablando: 'Estaba decidida a guardar el secreto, pero hoy en la mañana, cuando Lidia me acusó de algo tan indecente, comprendí que su estado es peligroso y puede hacerse daño. Eso sería terrible porque para nosotras, más que una cuñada, es como una hermana. Ojalá que aún pueda entenderlo. Sentirse tan querida la ayudará a superar su enfermedad'.

"Esa noche dormí en la bodega. Por la mañana me llevaron a la recámara donde permanecí sola diez años. A nadie le sorprendía mi aislamiento porque para todos yo estaba loca. ƑSabes quién me rescató? Teresa. Después de tantos años sin tener noticias mías, decidió ir a buscarme. Se lo conté todo sólo una vez. Luego las dos decidimos olvidarlo. Me trajo a esta casa. Antes de morir, me la heredó. ƑPrometes nunca volver a decirme que estoy loca?"

 

 

 

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