Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 17 de octubre de 2002
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Política

Sergio Zermeño

Cero tolerancia: Ƒadentro o afuera?

El principal problema para la aplicación del programa Cero tolerancia es que las fronteras entre los de adentro y los de afuera deben estar bien marcadas en varios ámbitos. En primer lugar, en el policiaco: lo que ha permitido que hoy infinidad de neoyorquinos, muchos estadunidenses y hasta extranjeros luzcan orgullosos camisetas, chamarras y gorras con las iniciales NYPD (New York Police Department) fue que al interior del viejo aparato corrupto de policía, a la Serpico, se aplicó la cero tolerancia de tal manera que los ciudadanos tuvieron la percepción, con razón o sin ella, de que la frontera entre el bien y el mal estaba marcada con claridad y que la policía era una cosa y el delito a perseguir se encontraba afuera de ese departamento.

No hay que ser ave de mal agüero, pero por muchas razones los habitantes del Distrito Federal tendemos a pensar que esta primera batalla podría ser muy larga y ardua al interior de nuestras instituciones de procuración de justicia y que al correr el tiempo podríamos perder la noción de quiénes eran los buenos y quiénes los malos (como en las guerrillas colombianas).

Pero supongamos que se libra airosamente. Vendría entonces el problema de saber si ya hay que actuar sobre la sociedad o si aún es preciso librar otra batalla, ésta al interior de las instituciones gubernamentales, limpiando el terreno de inspectores, directores de obras, empleados y abogadillos de los departamentos jurídicos que otorgan permisos para abrir bares y cervecerías o que autorizan permisos de construcción o se hacen de la vista gorda, y de la cartera gorda, ante infinidad de irregularidades pequeñas, medianas e inmensas.

A lo mejor de rebote en esta segunda batalla logramos lo que no se ha podido hasta ahora: achicar la burocracia pública, jibarizarla, aunque, pensándolo bien, lanzaríamos a la calle a un contingente muy amplio que se colocaría en posición de frontera con la delincuencia junto con nutridos grupos de policías expulsados en la primera batalla (para ese momento quizá ya integrados a poderosísimas bandas armadas ligadas al narcotráfico).

Supongamos que a pesar de los malos augurios se llega a una nueva situación de equilibrio virtual y que ahora sí, redimidas las instituciones gubernamentales y policiacas, arranca la batalla en calles, parques, domicilios y campos. En ese momento caeríamos en la cuenta de que al menos 70 por ciento de los ciudadanos (mejor llamémosles pobres) se encuentra fuera de la ley, vendiendo lo que sea, invadiendo la vía pública temerariamente: toreros, franeleros, tianguistas, parabriseros, chachareros, fritangueros de banqueta y de camellón, taxistas sin permiso, conductores sin licencia, paraderos a la mala, bicitaxis sin placas, etcétera, etcétera. Sería imposible echar a otra parte, como en Nueva York, a estos informales, tolerados y delincuentes por la sencilla razón de que allá eran 10 por ciento de la población mientras aquí constituyen 80 por ciento.

Que se actúe entonces, se dirá, sobre quienes los organizan y extorsionan conduciéndolos a invadir los espacios públicos (y privados). Pero caeríamos también en la cuenta de que la mitad -por decir un monto conservador- de esos lidercillos y lidersotes pertenecen a los partidos de masas que han gobernado y que en este momento gobiernan la capital del país y entonces estaríamos ante un escenario bastante irónico en el que el jefe de Gobierno y su policía de Cero tolerancia encarcelan a la mitad de los líderes de su partido, y así, en vez de que toda esta maniobra de seguridad le congracie las simpatías de las clases altas, tendría que meter a la cárcel "primero a los pobres".

Dado que construir cárceles masivas resultaría muy costoso, esos mismos recursos podrían ser mejor aprovechados y así podrían erigirse murallas contra la delincuencia en las colonias del pequeño porcentaje, en disminución, que somos los integrados, aunque vivamos con la angustia de que al perder el empleo tengamos que pasar a vivir afuera y seamos aventados a las laderas putrefactas de la exclusión.

A juzgar por las encuestas, Manuel López Obrador había venido aplicando programas muy atinados, como el de ayuda a ciudadanos de la tercera edad, las becas para estudiantes, el mejoramiento de los centros de salud, la creación de preparatorias públicas gratuitas y de la Universidad de la Ciudad de México, la concertación y hasta la mano dura para reordenar el comercio informal y preservar los espacios ecológicos, etcétera, pero el nuevo look de los segundos pisos y la Cero tolerancia le sienta muy mal. No creo que sea buen camino para seguir ganando votos.

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