Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 17 de octubre de 2002
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Mundo

Angel Guerra Cabrera

Un rayo de esperanza

El visto bueno dado por el Congreso de Estados Unidos a George W. Bush para iniciar cuando le plazca la agresión a Irak está lejos de expresar una tendencia irreversible de opinión pública. Incluso no representa el criterio de influyentes integrantes del Legislativo, principalmente demócratas, que hasta poco antes de la votación se oponían a la resolución propuesta por la Casa Blanca y optaron por endosarla, temerosos de ser acusados de antipatriotas y perder votos en las próximas elecciones de noviembre al enfrentarse a un Bush todavía montado en la ola de popularidad otorgada por los atentados terroristas del 11 de septiembre.

Es común que los legisladores de la superpotencia se ocupen prioritariamente de servir a las corporaciones que financian sus campañas electorales y gratifican sus bolsillos y que en general definan sus posturas a partir del cálculo convenenciero. Pero eso no significa que siempre puedan desentenderse de la opinión de sus electores ni que entre ellos no existan algunos que basan sus posiciones políticas en auténticas convicciones.

El senador Robert Byrd, que había recibido 50 mil correos electrónicos y 20 mil llamadas en apoyo a su postura contra la nueva aventura bélica, acusó a Bush en el debate senatorial de violar la Constitución y sus valores, al proponerle tácitamente al Congreso renunciar a la facultad de declarar la guerra. Esos valores, dijo, "no incluyen usar nuestra posición para abusar de otras naciones". No es irrelevante que 133 representantes y 23 senadores votaran contra la propuesta de la Casa Blanca pese al clima sin precedentes de histeria patriotera, xenofobia, desinformación y linchamiento mediático de los discrepantes fomentado por la pandilla de Bush con la colaboración desvergonzada de los grandes medios de comunicación. Pero más allá de los números fríos vale la pena detenerse en quienes se opusieron a la guerra. Por ejemplo, en la Cámara de Representantes lo hicieron 32 de 37 afroestadunidenses, 15 de 19 latinos y 35 de 59 mujeres, que evidencian un rechazo al belicismo de los dos grupos minoritarios más importantes representados en el Congreso y de una mayoría de legisladoras. Al mismo tiempo, es significativo que la mayoría de los legisladores disidentes procedan de las grandes ciudades de las costas del Atlántico y el Pacífico o de los centros urbanos del Medio Oeste, es decir, las zonas más densamente pobladas del país.

La opinión de los estadunidenses experimenta una evolución dinámica desde que comenzó la frenética campaña pública de Bush a favor de agredir a Irak, una acción que nada tiene que ver con ajustar cuentas a los autores del 11 de septiembre sino con petróleo y, sobre todo, con peregrinos designios de hegemonía mundial desde hace años acariciados por los halcones que hoy mandan en Washington. El súbito cambio de discurso, de una guerra contra el "terrorismo" en los últimos meses de 2001 a una contra el eje del mal, y en particular contra Irak en lo que va de 2002, generó dudas desde el principio en la opinión pública, que posteriormente se han ido transformando en preocupación y rechazo. Así lo reflejan las últimas encuestas, en las que una delgada mayoría de consultados todavía apoya una acción para remover a Saddam Hussein por la fuerza, pero al afinarse las preguntas prefiere una solución dentro de la ONU y en la que Washington cuente con sus aliados. Entre los estadunidenses, a pesar de no haber tenido apenas oportunidad de conocer los argumentos contrarios al belicismo de Bush, ha logrado abrirse paso en escasos meses una corriente por la paz cuyo crecimiento es evidente en las últimas semanas cuando ha logrado tocar cada vez más conciencias de ciudadanos comunes. Aparte del manifiesto No en nuestro nombre -cuyos firmantes aumentan diariamente- y de las marchas de miles de personas en decenas de ciudades, son cientos las actividades que se realizan contra los planes bélicos de Bush en universidades, pueblos pequeños del hartland, sindicatos y templos, y muchas más se anuncian para las semanas venideras. Ya han condenado la guerra las iglesias Evangélica, Luterana, Episcopal, Presbiteriana, Metodista Unida, Unida de Cristo y la Conferencia de Obispos Católicos.

Veteranos de la lucha contra la guerra en Vietnam hablan con optimismo de la temprana reacción de una nueva generación de pacifistas. Un rayo de esperanza, porque su concurso será indispensable para detener el paso hacia el abismo a que nos empujan Bush y comparsa.

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