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 Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 8 de noviembre de 2002 |
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VER
A BECK en el Aca World Sound Festival nos llevó a muchos
como pretexto principal a Acapulco. Desgraciadamente, el Pacífico
caprichoso dejó en babia a sus organizadores, quienes no
previeron un suceso probable, por mucho que "no fuera temporada": una tormenta
tropical impidió la presentación de tan extraordinario músico
al lado de los Flaming Lips, así como otras 50 actuaciones
electrónicas de la talla de Gilles Peterson, Julius Papp, Infected
Mushroom, Deep Dish, Kinky y Los amigos invisibles, entre otros.
Pero independientemente del suceso meteorológico, que por improbable
que fuera debió haber podido ser resuelto o prevenido (sobre todo
si detrás estaba una empresa con tanto dinero, experiencia e infraestructura
como Televisa), el desmadre de este año dejó mucho
que desear en cuanto a gozo y esencia electrónica. Organizar un
evento cultural/musical como éste implica no sólo poner dinero
y mamparas, sino estar involucrado en su espíritu, tendiente más
a la interiorización y la hermandad que a la euforia y el desfogue,
más típicos del rock. Pruebas sencillas son, de entrada,
el tipo de escenarios: gigantescos y con entramados de luces, demasiado
para un diyéi con sus tornamesas: lo propio de estos personajes
es su desacralización y gusto por estar ocultos, no ser "estrellas".
En el electrónico no vas a adorar a un ente, sino a voltear en todas
direcciones, ligar, socializar, abrazar, bailar, brincar. Todo esto contrastó
con la emisión de 2000, donde con menos recursos los tablados fueron
más discretos y hubo carpas plásticas para resguardar de
posibles lluvias, con ornatos muy distintos entre sí, para dar identidad
a cada área. En 2000, el escenario principal vino al caso, pues
grupos con instrumentos tocaron en él (como fue pertinente ahora
con Ozomatli y Sussie 4). Además, los medios por los
que fue promovido (Telehit / Televisa) se dirigieron a un público
acrítico, ajeno, que sólo iba a chupar sin comprender
bien de qué se trataba. No es que el movimiento sea elitista (la
vez pasada fue mucha banda), pero sí se requiere de cierta
camaradería, que entre otras cosas incluye el buen gusto de NO atiborrar
el área del nefasto Psycho. Una lástima que tan buen
elenco quedara varado no sólo entre la arena y la lluvia sino entre
las garras de una empresa que sólo busca el lucro. Acaso y en el
pecado cargaron con la penitencia.
PETER
GABRIEL Y Paul McCartney demostraron cosas muy distintas. 1. Gabriel
refrendó su refinamiento, su nobleza y profundidad de alma, y su
vigencia al seguir aportando sonoridades de vanguardia, salpicadas con
venas étnicas. Y es que a pesar de la calidad de sus conciertos,
mucho de su dolor se vio reflejado, y su cansancio físico en escena
brincó respecto de su anterior visita. Aun así, su alegría
reposada, sus juegos escénicos y coreográficos, hicieron
de sus conciertos una vibrante experiencia. 2. McCartney provocó
sentimientos encontrados. Es difícil cuestionar a uno de los Beatles
mayores; a Paul lo queremos. Y por más que varios quisimos verlo
escépticos, su interpretación austera de entrañables
y extraordinarios temas de los Beatles, sus contrastes rocanrolero/explosivos,
su simpatía y semblante juvenil, arrebataron corazones. Claro, tocar
80 por ciento de rolas compuestas con el cuarteto de Liverpool es tramposo;
es apelar a la pura nostalgia, con arreglos modernones que tampoco
eran la gran maravilla. Algunas rolas fueron tocadas al aventón
y, aunque se comprende que está harto de tocarlas, no justificaba
que las cantara a veces sin sentimiento. Y sí, hubo momentos magistrales,
pero en general su despliegue podría calificarse de regular. Dos
horas y media de beatlemanía en persona nos dan el chance de ser
cursis y de aceptar nuestra inexorable condición de fans.
Después de todo... ¡es Paul!
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