LA GUERRA, POSTERGADA
La
aceptación del régimen iraquí a la resolución
1441 del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas
(ONU), en la que se exige al país árabe acceder de inmediato
y sin ninguna restricción a la inspección de un equipo encargado
de verificar que no existan armas de destrucción masiva en territorio
iraquí, constituye un severo revés para los planes estadunidenses
de iniciar, cuanto antes, una nueva guerra mortífera contra Bagdad.
Desde esa perspectiva, la concesión iraquí
y la inminente llegada de los inspectores internacionales a Irak --se espera
que inicien su misión en Bagdad el lunes próximo-- no sólo
darán un nuevo margen de tiempo a la paz y a la estabilidad mundiales,
sino que permitirán demostrar si esa nación posee, o no,
cualquier clase de arma química, biológica o nuclear y, por
consiguiente, cuál de los dos bandos le ha estado mintiendo al mundo:
si el régimen de Saddam Hussein o la mancuerna formada por el presidente
estadunidense, George W. Bush, y su aliado menor, el primer ministro británico,
Tony Blair.
Dada la urgencia de Estados Unidos por empezar la guerra,
y habida cuenta de los tonos terminantes de la resolución 1441,
resulta poco probable que en esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido
en la primera etapa de la inspección internacional, el gobierno
de Irak considere un margen para ocultar armamentos, restringir el acceso
de los inspectores a ciertos sitios u obstaculizar, de una u otra forma,
su trabajo. Es razonable suponer, en suma, que los enviados de la ONU no
hallarán en suelo iraquí, armas químicas, biológicas
o nucleares, y que Washington se verá obligado, en consecuencia,
a fabricar desde cero un nuevo pretexto para iniciar la agresión
militar.
De lo que no cabe la menor duda es que el grupo en el
poder en Estados Unidos ha apostado todas sus cartas --la económica,
la electoral, la geoestratégica-- a un nuevo conflicto armado en
gran escala en Medio Oriente. Bush y sus colaboradores necesitan desesperadamente
esa guerra no sólo para dar un impulso a la estancada economía
de la superpotencia, sino también para justificar ante su opinión
pública y ante su electorado la existencia misma de su gobierno,
así como para hacerse con el control de una región de relevancia
estratégica y abundante en hidrocarburos.
En sus primeras reacciones a la plena aceptación
iraquí de la resolución 1441, el vocero presidencial estadunidense,
Scott McClellan, intentó abrir algunas rendijas para construir coartadas
belicistas; enfatizó que "cualquier información falsa u omisiones"
de información por parte de Irak serán consideradas incumplimientos
de las obligaciones impuestas a ese país, y agregó de su
peculio una condición que no aparece por ningún lado en el
documento del Consejo de Seguridad: que las fuerzas de Bagdad dejen de
disparar a los aviones estadunidenses e ingleses que cotidianamente y sin
ningún fundamento en la legalidad internacional, violan el espacio
aéreo iraquí.
En estas circunstancias, cabe desear, por el bien de todos,
que el compás de espera a la guerra abierto por la decisión
de Bagdad dure tanto tiempo que, para cuando George W. Bush y los suyos
hayan logrado fabricar y legitimar nuevos argumentos belicistas, la coyuntura
internacional haya cambiado de manera sustancial y haga imposible la agresión
estadunidense. Es en esa perspectiva donde reside la oportunidad real de
la paz.