Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 14 de noviembre de 2002
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Editorial
 
LA GUERRA, POSTERGADA

sol-2La aceptación del régimen iraquí a la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en la que se exige al país árabe acceder de inmediato y sin ninguna restricción a la inspección de un equipo encargado de verificar que no existan armas de destrucción masiva en territorio iraquí, constituye un severo revés para los planes estadunidenses de iniciar, cuanto antes, una nueva guerra mortífera contra Bagdad.

Desde esa perspectiva, la concesión iraquí y la inminente llegada de los inspectores internacionales a Irak --se espera que inicien su misión en Bagdad el lunes próximo-- no sólo darán un nuevo margen de tiempo a la paz y a la estabilidad mundiales, sino que permitirán demostrar si esa nación posee, o no, cualquier clase de arma química, biológica o nuclear y, por consiguiente, cuál de los dos bandos le ha estado mintiendo al mundo: si el régimen de Saddam Hussein o la mancuerna formada por el presidente estadunidense, George W. Bush, y su aliado menor, el primer ministro británico, Tony Blair.

Dada la urgencia de Estados Unidos por empezar la guerra, y habida cuenta de los tonos terminantes de la resolución 1441, resulta poco probable que en esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido en la primera etapa de la inspección internacional, el gobierno de Irak considere un margen para ocultar armamentos, restringir el acceso de los inspectores a ciertos sitios u obstaculizar, de una u otra forma, su trabajo. Es razonable suponer, en suma, que los enviados de la ONU no hallarán en suelo iraquí, armas químicas, biológicas o nucleares, y que Washington se verá obligado, en consecuencia, a fabricar desde cero un nuevo pretexto para iniciar la agresión militar.

De lo que no cabe la menor duda es que el grupo en el poder en Estados Unidos ha apostado todas sus cartas --la económica, la electoral, la geoestratégica-- a un nuevo conflicto armado en gran escala en Medio Oriente. Bush y sus colaboradores necesitan desesperadamente esa guerra no sólo para dar un impulso a la estancada economía de la superpotencia, sino también para justificar ante su opinión pública y ante su electorado la existencia misma de su gobierno, así como para hacerse con el control de una región de relevancia estratégica y abundante en hidrocarburos.

En sus primeras reacciones a la plena aceptación iraquí de la resolución 1441, el vocero presidencial estadunidense, Scott McClellan, intentó abrir algunas rendijas para construir coartadas belicistas; enfatizó que "cualquier información falsa u omisiones" de información por parte de Irak serán consideradas incumplimientos de las obligaciones impuestas a ese país, y agregó de su peculio una condición que no aparece por ningún lado en el documento del Consejo de Seguridad: que las fuerzas de Bagdad dejen de disparar a los aviones estadunidenses e ingleses que cotidianamente y sin ningún fundamento en la legalidad internacional, violan el espacio aéreo iraquí.

En estas circunstancias, cabe desear, por el bien de todos, que el compás de espera a la guerra abierto por la decisión de Bagdad dure tanto tiempo que, para cuando George W. Bush y los suyos hayan logrado fabricar y legitimar nuevos argumentos belicistas, la coyuntura internacional haya cambiado de manera sustancial y haga imposible la agresión estadunidense. Es en esa perspectiva donde reside la oportunidad real de la paz.
 

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