Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 22 de noviembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política

Jorge Camil

ƑLa hora de Europa?

La Europa de Maastricht no nació de la noche a la mañana. En el siglo xix Víctor Hugo pronosticó que en el siguiente siglo (šse equivocó por 100 años!) surgiría una nación extraordinaria que sería ilustre, rica, poderosa, pacífica y cordial con el resto de la humanidad. Se llamará "Europa" -anunció- y en los siglos venideros, más transformada aún, se llamará Humanidad. Napoleón, en cambio, la imaginó sometida y anticipó que su destino personal no estaría cumplido hasta que sus esfuerzos redundaran en la adopción de "un código europeo, una misma moneda, idénticos pesos y medidas y las mismas leyes; cuando todos los pueblos de Europa fuesen un mismo pueblo y París la capital del mundo".

Pero la Europa imaginada por Napoleón y Víctor Hugo no nació de delirios de grandeza ni frases literarias. Es hija del esfuerzo de estadistas visionarios como Konrad Adenauer, Robert Schuman, Jean Monnet, Paul-Henri Spaak y François Mitterrand, para quienes, sin unificación y encerradas en egoísmos nacionalistas de corto plazo, las naciones europeas serían presa fácil de las superpotencias y de sus propios odios ancestrales. "Vivimos entre el temor de los rusos y la caridad de los estadunidenses", declaró con realismo brutal el socialista belga Paul-Henri Spaak en 1967, y por eso, en unión de Jean Monnet y otros internacionalistas, se lanzó a crear la nación de reglas e instituciones comunes que hoy conocemos como la Europa de Maastricht. Y que no vengan a decirnos que la actual Unión Europea, nieta de la modesta Comunidad Económica del Carbón y del Acero de 1951, fue fruto exclusivo del acendrado humanismo que campea en el viejo continente: šque también se dieron hasta con la cubeta! š60 millones de muertos son suficientes!, exclamó el periodista francés François Siégel refiriéndose a las víctimas de los conflictos europeos, desde la Guerra de los Cien Años, en 1337, hasta la Segunda Guerra Mundial (sin contar las víctimas de la guerra de los Balcanes). Ahora, sin embargo, una Europa mayor de edad, que en 2004 pudiese incluir 25 naciones y 450 millones de personas, estudia un paso más: la moderna Constitución redactada por el abogado francés Robert Badinter, basada en el cuidadoso equilibrio de dos soberanías: la de los estados miembros y la de la nación europea, sin privilegiar una a expensas de la otra. "Para entender la doble soberanía es necesario comprender que Europa no es un Estado federal, como Estados Unidos, sino una federación de Estados soberanos que han transferido voluntariamente a la Unión Europea ciertos aspectos de su soberanía", explicó Badinter en la presentación de su extraordinario documento. Y a quienes esgrimiendo tecnicismos insisten en que una Constitución sólo puede ser adoptada por un Estado individual, libre y soberano, es necesario recordarles la frase de Diégel: "la Europa de Maastricht es sólo la siguiente etapa de la construcción europea: la cereza sobre la crema del pastel". Pero ahora viene la prueba de fuego: en ausencia de un político inteligente como Bill Clinton, que entendió como ninguno las ventajas de utilizar el poderío estadunidense para fomentar el mundo multipolar, es imperativo detener el imperialismo burdo y desenfrenado de George W. Bush y Condoleezza Rice. Yo francamente me entusiasmé cuando la aplanadora estadunidense, en pie de guerra, fue detenida algunas semanas tras las tibias protestas de Jacques Chirac y Gerhard Schröder y los millones de manifestantes italianos. O sea que puede funcionar, concluí.

Es posible que la superpotencia desbocada se estrelle algún día contra el muro de la Unión Europea. Es posible que en un futuro próximo los tradicionales aliados estadunidenses decidan pelear sus propias guerras, identificar a sus verdaderos enemigos y pagar el costo de sus propias fuerzas armadas. Este puede ser el fin del paternalismo y el inicio de la verdadera potencia que soñó Víctor Hugo: el día en que la guerra entre naciones europeas sea tan absurda e imposible como la guerra entre dos ciudades francesas; cuando Estados Unidos y Europa, como pronosticó el escritor francés, se enfrenten como iguales para intercambiar libremente "sus productos y sus ingenios".

En ese momento el fundamentalismo religioso que amenaza con apoderarse de Estados Unidos para convencernos (aunque sea por la fuerza de las armas) de las bondades del libre comercio y de la democracia bipartidista (la eterna obsesión por dividir al mundo entre buenos y malos, demócratas y republicanos), podría ser detenido de golpe por naciones milenarias que, despojadas del yugo de la OTAN y sin necesidad de la munificencia estadunidense mencionada por Spaak en 1967, estarían finalmente en posibilidad de imponer a escala internacional el estado de derecho. šEsta puede ser la hora de Europa!

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año