Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 25 de noviembre de 2002
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Cultura

Hermann Bellinghasen

ƑAlgo más?

Carraspeó. ƑCuántos miles de miles de millones de cigarrillos, de lágrimas, de tragos después? Su dentadura, un vestigio, y sus lentes anticuados, pero la melena, aún canosa, dictaba la vanguardia. Con eso de que en México los sesentas sucedieron en los setentas. Venía de sú última temporada a la sombra, donde había escrito El apando, y todos volvieron a decir, mira, ahí está. Carraspeó otra vez.

-Es todo lo que tengo.

-Pero maestro -protestó Bernal-, mírese, ahora más que nunca. Le suplico. Si quiere, me pongo de rodillas aquí mismo.

Revueltas carraspeó. Quizás la revolución había resultado evasiva, más larga que el más largo de sus cuentos, y el proletariado estaba menos loco que él. Para desgracia del proletariado, como el futuro inmediatamente demostraría. Quién tenía cabeza para pensarlo. Atroz lucidez. La literatura, su verdadera casa, refugio y libertad incorregible, tenía tiempos distintos de los normales.

-Quien no se vuelve loco un poco no llega a nada -dijo Bernal para quedar bien.

Revueltas lo miró con ironía graciosa, casi paternal. Bernal se sintió un imbécil.

-ƑQuieres, o no? Es lo único que hay.

-Lo que diga, maestro. Pero usted debía darnos algo nuevo, algo más.

-ƑAlgo más? -exclamó, rasposamente, Revueltas, echando humo por la boca como un dragón chino.

Bernal, imperinente, se estaba ganando a pulso un coscorrón metafísico, pues todavía se atrevió a replicar.

-Sí señor, más. Que usted no está muerto.

Revueltas entornó las arrugas de los ojos. Su rostro manchado de viejo prematuro se pobló de una beatitud maliciosa. Tomó el libro. Lo abrió donde tenía decidido. Sus dedos amarillos, delicadamente duros, apretaron el arcoiris que ilustraba la portada. Carraspeó por última ocasión. Y leyó, como si estuviera solo:

''Pesado, con su lento y reptante cansancio bajo el denso calor de la mañana tropical, el río se arrastraba lleno de paz y monotonía en medio de las dos riberas cargadas de vegetación. Era un deslizarse como de aceite tibio, la superficie tersa, pulida, en una atmósfera sin movimiento, que sobre la piel se sentía igual que una sábana gigantesca a la que terminaran de pasar encima una plancha caliente".

No había nada especial en su voz, pero de súbito la algarabía de la cantina se extinguió. De las mesas, los parroquianos comenzaron a voltear, algunos se aproximaron. Escuchaban , hechizados, a José Revueltas que leía "Dormir en tierra". No sabían quién era.

Pudo ser en la Casa del Lago, o en casa de alguien, pudo ser en una guardia de la huelga. Pero esa noche fue allí, y Revueltas bebía sólo refresco, igual que en la cárcel.

-ƑAlgo más? -dijo al terminar, un buen rato después, sin cansancio en la voz ni proponerse sonar elocuente.

-No maestro, no -se reclinó al fin Bernal en el respaldo de la silla.

Por lo menos treinta bebedores aplaudían, de pie, al desconocido de la voz.

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