Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 6 de diciembre de 2002
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Cultura
Marc Saint-Upéry

Rawls, o la libertad con justicia

El filósofo estadunidense John Rawls murió el pasado 24 de noviembre. Con el alemán Jürgen Habermas, quien mantuvo con él un diálogo sostenido, Rawls era el autor más comentado en el campo de la filosofía política desde la publicación en 1971 de su obra principal, Teoría de la justicia.

Aunque los ideólogos de todas las tendencias se llenan la boca con las nociones de libertad, igualdad y justicia social, la falta de definición de estos términos en la retórica política cotidiana es impresionante. Para el liberalismo económico, la mano invisible del mercado acabará por resolver todos los problemas de redistribución. Para el marxismo clásico, las leyes de la historia garantizan la victoria final de un orden social igualitario, así que no es necesario debatir las normas morales y políticas de una sociedad justa. Contra estas tendencias, Rawls trató de establecer criterios rigurosos. Su teoría es una variación sofisticada sobre el tema clásico del contrato social.

Rawls parte de una idea sencilla: unas reglas equitativas son aquellas a las que los contratantes pueden adherirse sin saber de antemano qué beneficio personal van a lograr de su aplicación. Por eso, elabora la ficción de una ''posición original" en la que cada individuo tiene que imaginar principios de justicia válidos bajo este ''velo de ignorancia". Rawls concluye que los participantes seleccionarían dos principios de justicia básicos: los derechos y libertades cívicos fundamentales deben ser incondicionalmente accesibles a todos; por razones de eficiencia en la cooperación social y la producción de riquezas, la desigualdad económica y social puede ser justificada, pero sólo si hay completa igualdad de oportunidades iniciales y si contribuye a mejorar sistemáticamente la posición de los menos aventajados.

John Rawls era un liberal radical posicionado a la izquierda del espectro político estadunidense. Sin embargo, su teoría no provee una receta para la implementación práctica de la justicia social. Sólo intenta establecer sus premisas profundas, que pueden desembocar en varios dispositivos sociales concretos, como una socialdemocracia avanzada o una democracia igualitaria de pequeños propietarios.

El contexto contractualista de la teoría rawlsiana es un ideal regulador, no una descripción de cómo las cosas ocurren en la realidad. Muchos le reprocharon su carácter etéreo: en el mundo social real, dicen, son las relaciones de fuerza y el uso estratégico de las ventajas acumuladas, no las reglas abstractas, las que definen los criterios de redistribución.

Esta crítica subestima el poder paradójico de las normas y de las formas sociales, que se refleja en el dicho de que ''la hipocresía es un homenaje del vicio a la virtud". La formalidad democrática es una ficción productiva. La construcción de espacios públicos de argumentación y negociación -con tal que sean siempre abiertos a nuevos actores y nuevos temas bajo la presión de la lucha social- tiene la ventaja de limitar y deslegitimar la prevalencia de los intereses egoístas y de las imposiciones autoritarias en la elaboración del interés general. La alternativa es la fuerza bruta de los dominantes o de los que saben mejor lo que el pueblo necesita, como las vanguardias revolucionarias autoproclamadas.

El historiador marxista Perry Anderson sugirió que a la teoría de la justicia rawlsiana le hacía falta una teoría de la injusticia, de las estructuras concretas de dominación que impiden o distorsionan la búsqueda de la justicia social. Una interpenetración más íntima de las ciencias sociales descriptivas y de la filosofía normativa podría fomentar la articulación de estos dos niveles. Con estilos y enfoques diferentes, economistas críticos lectores de Rawls, como el Nobel Amartya Sen o el neomarxista John Roemer, trabajan en este sentido.

Todavía poco presente en una academia latinoamericana que padece del legado de una caricatura de marxismo, de la recepción acrítica de las modas teóricas de París o Berkeley, del analfabetismo filosófico de la ciencias sociales y del carácter disperso de la misma reflexión filosófica, el debate sobre la obra de Rawls podría ser un remedio saludable al déficit normativo del pensamiento de izquierda y a los vicios oligárquicos del liberalismo criollo. Podría incluso enriquecer las discusiones concretas sobre política fiscal o focalización de los subsidios sociales.

En su país, las intervenciones públicas de Rawls eran escasas, lo que lamentaban sus adeptos más militantes. Sin embargo, es una triste coincidencia que esta gran conciencia de la democracia desaparezca en el momento en que se desata la furia imperial y clasista del gobierno más plutocrático que haya conocido Estados Unidos desde al menos tres generaciones.

 El autor de este artículo es editor, periodista y traductor francés

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