Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 8 de diciembre de 2002
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Política

Rolando Cordera Campos

Nación y nacionales

La semana pasada, erróneamente atribuí a Carlos Monsiváis haber afirmado que nuestras elites políticas eran "posnacionales", en vez de "posnacionalistas" que fue lo que él escribió en Reforma, al comentar unos dichos del secretario de Relaciones Exteriores en la presentación de la nueva edición de México en la frontera del caos, de Andrés Openheimer. La precisión es pertinente para intentar un recuento de nuestra experiencia en la globalización.

Después de los primeros escarceos con el vuelco del mundo, debidos en buena parte a los movimientos más globalizados de la época, los antiglobalizadores o "globalifóbicos" según el humor del doctor Zedillo, pero también a la crisis asiática, el derrumbe argentino o a nuestro propio colapso en 1995, el mundo y nosotros con él tenemos que intentar un balance y ponerlo en perspectiva. Perspectiva global, pero a partir de una sensata contabilidad nacional.

Sin duda, nuestra circunstancia es posnacionalista y no se circunscribe a las elites políticas cuyo fervor nacionalista tanto preocupa al canciller. En realidad, este sentimiento se ha vuelto una forma mexicana de responder y actuar ante el mundo y sus vuelcos, cruza clases sociales y generaciones y, al volverse una cultura propiamente dicha, va a definir los modos colectivos de pensar a la nación y su pertenencia a ella y, desde luego, los modos de hacer y entender la política. Los que logren desplegar un discurso congruente con esto, serán los que más pronto se inscriban en el escenario político y de lucha por el poder que emerge gracias a las transformaciones de todo tipo que han producido ese sentimiento y esos reflejos que Monsiváis llama posnacionalistas.

Demos algunos ejemplos: la política social del futuro tendrá un enorme componente trasnacional, al menos trinacional, como fruto de las migraciones que irrumpieron en el pasado reciente y envolvieron a prácticamente todo el territorio nacional. El cuidado y la protección de los que migran trascienden la atención consular y se ubican en la salud y la educación, la protección de los viejos, la defensa de los derechos humanos y, en particular, de los del trabajo. Si algún mirador permite decir con seguridad que el nacionalismo quedó atrás, ese es el de la migración, que no por eso deja de ser un argumento demoledor contra la estrategia seguida por México para fomentar el crecimiento económico y dar seguridad social a sus nacionales.

En la agenda tenemos desde luego al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y su cúmulo de problemas y expectativas, las realizadas totalmente o a medias y las que no se pudieron realizar. No se necesita ser un globalifóbico para no coincidir con quienes afirman que el TLCAN es "ideal" para organizar el comercio internacional, y que gracias a ello se ha vuelto la fuente de todos nuestros bienes; pero tampoco hay que ser globalifílico para insistir en que el tratado, como pudo firmarse, significó para México un paso histórico muy importante y una plataforma formidable para buscar en serio avenidas promisorias para la sociedad y la economía nacionales, dentro de la globalización.

Hacer este tipo de cuentas y al mismo tiempo ir más allá de la partida doble de las pérdidas y ganancias estáticas, debe ser un cometido central de partidos y congresos, una vez que dejen de jugar a la matatena con los abogados y los contadores de Hacienda y se pongan a pensar con rigor en el presente angustioso y el futuro nublado que encara México. Nublado y no, el país tiene vida después del presupuesto.

En la cultura hay que hacer lo mismo. Ser posnacionalistas implica dejar de ser ingenua y tristemente "posnacionales" de viaje, seminario, o lectura ante empresarios gringos, y buscar auténticas y actuales formas cosmopolitas de pensar el país y la creatividad. Esto supone no renunciar a la potente acumulación cultural que el país ha hecho en su historia y, sobre todo, no hacer lo que en economía se intentó, lamentablemente con algún éxito: echar al niño junto con el agua sucia de la bañera.

Más que buscar xenófobos debajo de las piedras, habría que asumir con sencillez esta realidad posnacionalista y ampliar su horizonte, para concretarlo en nuevas maneras de hacer política y promover el desarrollo y el bienestar. Sólo desde este horizonte se puede evaluar productivamente lo logrado junto con lo puesto a salvo, porque valía la pena conservarlo.

Las ilusiones utópicas en un cambio instantáneo y bienaventurado fueron destructivas, como puede constatarse en el campo, el crecimiento raquítico o el empleo menguante. Pero la viabilidad de metas y esperanzas sensatas, de "utopías realistas" como alguna vez las llamó Fernando Henrique Cardoso, sigue con nosotros. Lo que hay que evitar es que el desaliento se vuelva resignación y melancolía, y que la ira, real o simulada, se vuelva agresión vandálica disfrazada de defensa justiciera, revolucionaria o nacionalista, como ocurrió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con la agresión inadmisible a los intelectuales y la mesa redonda de la revista Letras Libres. De nación y nacionales tenemos para hablar por un buen rato.

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