Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 8 de diciembre de 2002
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Cultura
Carlos Bonfil

El aro

Entre las películas orientales que no logran comprar los distribuidores, o que no despiertan su interés, o sólo de modo muy tardío, figura Ringu (1998), del japonés Hideo Nakata, un thriller fantástico convertido en filme de culto por quienes se lo procuran en video pirata o consiguen verlo en el extranjero. Figura también otra película, Pulse (Kairo, 2001), de un joven maestro del cine nipón, Kiyoshi Kurosawa, cercana a la cinta de Nakata. Ambas producciones fueron inspiración para El aro (The ring), de Gore Verbinski. La historia original procede de un ciclo de novelas de misterio del japonés Koji Suzuki. En ellas, una cinta de video posee el poder sobrenatural de provocar la muerte en un plazo de siete días a quien la haya visto. Luego de ver el video que contiene una mezcla de motivos surrealistas, la víctima recibe una llamada anónima que le fija el plazo fatal.

En la decisión de adaptar esta historia al gusto hollywoodense fue determinante su potencial de suspenso -evitar la sentencia de muerte con cronómetro en mano, como en Muerto al llegar (D.O.A., Rudolph Maté, 1949), y procurar al mismo tiempo los sobresaltos de terror, igualmente cronometrables, que dosifica el guión/adaptación de Ehren Kruger (Scream 3, para más señas). El resultado es eficaz, pero de modo alguno comparable al poder de sugerencia de los modelos asiáticos. Un ejemplo: en la cinta de Kurosawa, el motivo de terror es el Internet y sus adicciones. Ahí, varios jóvenes mueren misteriosamente y reaparecen, como fantasmas, en pantallas de computadoras. Quienes los descubren corren a su vez el riesgo de desaparecer, y la amenaza se disemina por toda una ciudad, que se convierte en pueblo fantasma. El cineasta trabaja ahí el suspenso y una sensación de terror puro a partir de lo apenas vislumbrado, y del malestar creciente que se apodera de los espectadores. Al mismo tiempo elabora una crítica incisiva al poder de penetración de los medios electrónicos y al modo en que diseñan y transforman el estilo de vida de comunidades enteras. Algo similar, igualmente angustiante, sucede en el Ringu, de Nakata. Y es justamente todo esto lo que se escamotea en la versión estadunidense en beneficio de la fórmula comercial y de la eficacia manipuladora. Pareciera que en este cine de la eficacia, sugerir algo, en lugar de mostrarlo y reiterarlo, equivale a perder un porcentaje de espectadores. Y por esa razón se conquista al público de El sexto sentido con un niño particularmente sensible que remite, de inmediato, al exitoso héroe infantil Haley Joel Osment, o con adolescentes que se precipitan, inconscientes, en la fatalidad, como en Halloween, o en algún Scream de temporada. Una pareja protagónica tendrá la oportunidad de reconsiderar su bienestar afectivo a raíz de la desgracia presenciada, y un niño ayuno de cariño podrá recobrar toda la confianza en la familia. Precisamente el tipo de preocupaciones morales en las que no desperdician su tiempo (ni el nuestro) las cintas japonesas aludidas.

En El aro, la protagonista Rachel, una Naomi Watts menos inquietante que en Mulholland drive, no consigue escapar a los convencionalismos del director y su guionista. El modelo inalcanzable sería aquí Los otros, de Amenábar, con una Nicole Kidman muy superior y el aporte de una realización más firme. No tendría sentido negar las cualidades de la cinta de Goran Verbinski (realizador de La mexicana), señalando las virtudes críticas y artísticas de otros cineastas en el mismo género. La película no tiene evidentemente pretensiones mayores a las estrictamente requeridas por sus productores. Lo que sí es una lástima es que su promoción haga el vacío en las carteleras e inhiba, como sucede aquí y en Estados Unidos, la salida comercial de películas similares, mucho más valiosas. Reza la publicidad: "Antes de morir, verás El aro", y sin duda sus secuelas. Mientras, el cálculo mercantil mantendrá alejada la obra de Kiyoshi Kurosawa (más de 10 cintas, todas inéditas aquí), al propio Ringu, y a toda cinta que no reúna los requisitos de una comercialización instantánea.

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