Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 11 de diciembre de 2002
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Política

Carlos Martínez García

Furia en Milpa Alta

Signo ominoso de la descomposición ético-social es el reciente linchamiento que terminó en el asesinato colectivo de dos presuntos asaltantes y que dejó gravemente herido a uno más. Apenas hace dos semanas nos referimos en este mismo espacio a la preocupante recurrencia de casos como el sucedido en Milpa Alta. Entonces nos ocupamos del tópico teniendo como base los más de 70 trabajos presentados en el primer concurso de ensayo Justicia por propia mano, al que convocó la Comisión Nacional de Derechos Humanos y en el que participé como integrante del jurado.

En la salvaje acción de Milpa Alta han vuelto a salir al paso las explicaciones que en la práctica diluyen la responsabilidad de la horda que perpetró el ataque. Es cierto que en la población existe hartazgo frente a la criminalidad desatada, igualmente es verdad que la gente tiene gran desconfianza en las instancias judiciales, también se constata que hay violencia contenida que explota en circunstancias en las que una colectividad se siente profundamente agraviada. Sí, todos estos elementos están presentes a la hora en que un grupo desata su furia contra quienes son molidos a golpes. Pero va siendo hora de analizar más detenidamente las justificaciones que dan los participantes en la feria bárbara hasta para alardear de sus acciones.

Pasados los días de la terrible ejecución sumaria en Milpa Alta y de acuerdo con las notas periodísticas, no son pocos los que dicen que el artero crimen tendrá un efecto disuasivo en potenciales delincuentes, que pensarán mejor antes de atreverse a realizar ilícitos en la zona.

Todos los condicionantes económicos y sociales que suelen citarse para enmarcar los linchamientos no son suficientes para dar cuenta cabal de los amarres que se sueltan en las conciencias de quienes gozosamente participan en hacer sufrir y terminar atrozmente con la vida de una o más personas. Porque los mismos condicionantes operan de distinta manera en diversos actores, no existe una relación mecánica entre unos y otros. Esto apunta, me parece, a que hay elementos en la formación de los ciudadanos que ayudan a resistir o no a la cautivación por ser parte de una acción degradante. Si a esto aunamos que la pedagogía de la legalidad es muy débil en nuestra sociedad, y que más bien el mensaje recibido por la ciudadanía es que hay múltiples vías alternas para evadir las leyes y reglamentos, tenemos entonces una suma que da por resultado una conducta transgresora en la que se pierde el terreno común social que da un cuerpo legal claro, eficiente, y que sanciona a quienes dañan la convivencia general. Queda entonces ese enorme cúmulo de pequeñas transgresiones cotidianas que se vuelven modus operandi para millones de ciudadanos, en detrimento de la otra parte que sí cumple y comprueba cómo la debilidad del estado de derecho es una brecha amplia en la que florece la gandallez de manera exponencial. Ejemplos los tenemos todos los días en los espacios privados y públicos. Tenemos democracia electoral, pero nos falta acelerar la construcción de la personalidad democrática entre los mexicanos.

El linchamiento sucedido en Milpa Alta apunta para un caso más de impunidad, tal como pasó con el que tuvo lugar en julio del año pasado en La Magdalena Petlacalco, delegación Tlalpan.

Acusado de intentar robarle algunos colguijos a la virgen patrona del pueblo, Carlos Pacheco Beltrán pereció a manos de una enfebrecida turba que desató una demencial violencia en su contra. Ante el acontecimiento, el jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, tuvo una de sus más desafortunadas declaraciones al decir que había que "verlo en lo que es la historia de los pueblos de México. Que viene de lejos, es la cultura, las creencias, la manera comunitaria en que actúan los pueblos originarios de México". Aunque el ataque de Milpa Alta también tuvo lugar en una parte de la ciudad considerada tradicional, López Obrador ya no hizo interpretaciones exculpatorias a partir de las costumbres ancestrales.

Quien esta vez se lleva el antihonor de haber dado la interpretación más desafortunada es la delegada de Milpa Alta, Guadalupe Chavira. La funcionaria doctamente se puso a elaborar teorías de la movilidad de la delincuencia en la ciudad de México. Aseguró que casos como el linchamiento en la demarcación son influidos por lo que llamó el efecto cucaracha, consistente en el traslado hacia Milpa Alta de ladrones provenientes de Iztapalapa y la Cuauhtémoc. Si la delegada tiene clara la etiología que explica lo acontecido, así como una idea de la procedencia de los agresores, que proporcione los datos en lugar de andar repartiendo explicaciones del tipo que creíamos exclusivas de Arturo Montiel, quien será recordado por aquello de las ratas y los derechos humanos.

Cuando se trata de asuntos tan graves como el del homicidio multitudinario de la semana pasada, los funcionarios deberían hacer una evaluación aguda sobre las inercias culturales que se resisten al juego democrático, porque en el nombre del pueblo también se cometen atrocidades.

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