Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 21 de diciembre de 2002
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Política

Andrés Aubry

Genocidio

Hace 10 años, el 21 de diciembre de 1992, Las Abejas tomaban vuelo; hace cinco años, el 22 del mismo mes pero en 1997, una masacre les abrió las puertas de la historia.

Nacieron de la sangre a raíz de un debate agrario en Tzajalchén. El cura de Chenalhó, Miguel Chanteau, corrió a San Cristóbal para dar la alarma, y el padre Pablo Romo, desde el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, que apenas cumplía tres años, logró un mes después la liberación de los catequistas presos. Como de costumbre, se había culpado a las víctimas. Eran tiempos en los que la represión de Patrocinio González Blanco se premió con la Secretaría de Gobernación, y también los del estreno de un nuevo centro penitenciario, aquel de Rancho Nuevo. En una multitudinaria caravana, Chenalhó marchó hasta el flamante penal, encerró a su personal en las oficinas hasta que abriera las puertas de la cárcel, regresó con sus presos en solemne marcha, con una escala en la catedral de San Cristóbal, donde lo recibió el obispo don Samuel Ruiz, y reinstaló a las víctimas en su tierra. El jurista que ayudó a formalizar la nueva situación se llamaba Pablo Salazar Mendiguchía. Desde entonces se les conoce como Las Abejas.

A partir de 1994, el colectivo era en el municipio sinónimo de sociedad civil. La masacre del 22 de diciembre de 1997 sucedió algunos días después de la alarma lanzada por Ricardo Rocha en su histórico reportaje intitulado Chiapas, testimonio de una infamia. Los paramilitares de Chenalhó no perdonaban su apoyo a las causas del EZLN pese a su alergia a las armas. Sufrió escarmientos trágicos: casas quemadas, tierras confiscadas, humillación a sus ancianos, prohibición de reuniones en el municipio, exilio. Algunos desplazados buscaron refugio en San Cristóbal; otros estaban encerrados en el campo de concentración paramilitar de Pechiquil, mientras sus esposas, los niños y los ancianos se habían reagrupado en torno de la ermita de Acteal; otros estaban en Naranjatic; otros más, itinerantes y de domicilio clandestino, sesionaban como testigos en la mesa de negociación de Las Limas, entre el ayuntamiento constitucional que resguardaba a los paramilitares y los zapatistas del consejo autónomo de Polhó que hospedaba a zapatizantes de muchos parajes.

Se había logrado un "pacto de no agresión" (11 de diciembre) y la conformación de una comisión multilateral de verificación del acuerdo (el martes 16), pero después de un hecho de sangre, el 17 en Quixtic, los representantes en ella del municipio constitucional no se presentaron (confesando así su responsabilidad en el homicidio), de tal forma que nadie llegó a la sesión prevista para el 19. El sábado 20 y el domingo 21 estaban reunidas las condiciones de sigilo, sin miradas indiscretas, para afinar los detalles del movimiento armado de pinza del 22, como último ensayo seguido de una larga preparación sicológica con trago, drogas, rezos y ceremonia "para darse valor" y "no fallar en el trabajo" entendido como una misión de purificación del pueblo, infestado por tanto pukuj o elemento perturbador de "la unidad" comunitaria, cuyos guardianes eran los paramilitares.

Un catequista de Las Abejas se había quedado en Acteal con los ancianos, mujeres y niños que no cabían en el encierro de Pechiquil. Recordó que en diciembre de 1994, cuando la espiral militar amenazaba con romper definitivamente el diálogo de paz, don Samuel había dicho, citando el Evangelio, que "esta clase de demonio (lo que, en tzotzil, es un pukuj) se echa a fuerza de oración y ayuno". Su huelga de hambre (como las de Gandhi), con meditación en la catedral, logró una reactivación inesperada del proceso de paz. Viendo el fracaso de la negociación de Las Limas, el catequista invitó a imitar a su obispo.

El 22 de diciembre era el tercer día del ayuno. Las balas de los AK-47 cruzaron las tablas de la ermita, alcanzaron la imagen de Guadalupe, arrasaron con 45 orantes, mutilaron a los niños sobrevivientes, y los machetes extirparon con saña hasta fetos de las muertas.

Acteal fue una masacre cualitativa: no se conformó con matar (perpetrar un homicidio) sino que apuntó al espectáculo, un show del exterminio. No eliminó a combatientes, puesto que todos estaban desarmados y en oración, ni a opositores, puesto que las víctimas fueron ancianos y niños de pecho con sus madres. No se pretendió matar gente (en este sentido el volumen de la masacre fue modesto en comparación con otros asesinatos masivos), sino, simbólicamente, a un pueblo (es decir, un genocidio). Al matar a ancianos se borraba la memoria de un pueblo y su pasado; al matar a niños se eliminaba su futuro; al matar a las mujeres, cuyos cadáveres fueron despojados de sus huipiles, símbolos de la tradición, se buscaba exterminar la resistencia de un pueblo, expresada por el dinamismo de una lengua y una cultura que se perpetúan gracias a la madre.

Con su estilo teatral, dramático, de la memoria, compartido en cada aniversario, Las Abejas hacen revivir la significación de estos símbolos en cada aniversario. Su obstinación es su resistencia, es decir, su proyección hacia el futuro para desafiar el exterminio. Recuerdan, el 22 de cada mes, que los arquitectos de esta masacre-espectáculo de tan fino diseño quedan impunes, que todavía están las armas escondidas en cafetales, y advierten que en territorio paramilitar, en Chenalhó o en Montes Azules, no manda gobernador mientras todavía está mandando general.

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