Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 21 de diciembre de 2002
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Economía

Carlos Marichal

Bush y su gabinete corporativo

Los cambios recientes en el gabinete de George Bush obligan a preguntarnos sobre su significado a nivel de la coyuntura política actual de Estados Unidos y su posible significado para el resto del mundo. Dado el poder cuasi imperial que ejerce el gobierno de Estados Unidos, ciertamente conviene conocer las características sobresalientes de los individuos que manejan los principales resortes del poder político, económico y militar en esta época de globalización.

La administración de George Bush hijo se ha caracterizado por estar encabezada por un número inédito de altos ejecutivos de grandes corporaciones; en particular, ha congregado a figuras claves proveniente de la industria petrolera y del complejo militar/industrial. En la cúspide del gabinete se encuentran: el vicepresidente, Dick Cheney, ex dirigente de Halliburton, firma de servicios petroleros; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, ex directivo de General Instruments, empresa de contratos militares, y el secretario de Comercio, Don Evans, quien fue hasta hace poco presidente de la compañía petrolera Tom Brown Inc. Además, durante los recientes dos años ha ocupado el cargo de secretario del Tesoro Paul O'Neill, antiguo ejecutivo de la empresa multinacional Alcoa, gigante del alumnio, estrechamente vinculada a la industria aeroespacial. Hace apenas dos semanas O'Neill fue remplazado por John Snow, director de CTX, consorcio ferroviario con características monopólicas, que se encarga fundamentalmente del transporte de petróleo dentro de Estados Unidos.

Ningun presidente estadunidense anterior había contado en su gabinete con más de un ex ejecutivo de alguna gran corporación, desde la época de Eisenhower (1952-1960), quien nombró apenas dos. Como señala la prestigiosa revista The Economist, de Londres, el reforzamiento de la alianza de la Casa Blanca con los mayores empresarios refleja de manera transparente la historia personal de George Bush, quien ha alcanzado el poder político gracias al apoyo de numerosos multimillonarios a sus diversas campañas electorales. Pero también sugiere algo más acerca de la política en una época de hegemonía del Partido Republicano. Lo que se observa, en primer término, es el empuje de las mayores compañías petroleras y bélicas en tanto algunos de sus representantes y dueños han resuelto tomar control de los timones del poder gubernamental directamente. En segundo lugar, se manifiesta de manera cruda el creciente apetito que tienen por desarrollar estrategias militaristas que garanticen su disfrute de un complejo de negocios que sean garantizados por el gobierno durante largo tiempo.

Cabe señalar que existe un claro contraste con la administración de Bill Clinton (1992-2000), la cual contó -en el ámbito corporativo- con el apoyo fundamental de los financieros de Wall Street y de la industria de computación. Ambos sectores se beneficiaron del extraordinario auge bursátil de la década de los 90, pero hoy en día tanto la banca como las empresas de telecomunicaciones y de cómputo están a la defensiva, ya que han sufrido enormes pérdidas. En cambio, el tradicional complejo militar/industrial que apoya a Bush -con sus bases más firmes en Texas, diversos estados del sur de Estados Unidos y California- propone un proyecto político y económico que está fincado en reafirmar la superioridad militar estadunidense en el mundo, para superar la crisis financiera. Sin embargo, el problema es que este plan cuesta mucho dinero y la administración Bush no sabe a ciencia cierta cómo gastar más sin provocar un déficit gigante.

El relevo reciente del secretario del Tesoro, O'Neill, se debe en parte al dilema fiscal, ya que este veterano de la industria del alumnio no logró convencer a los mercados financieros de que sabía administrar las cuentas públicas. Bush tiene miedo de repetir la experiencia de su padre, que ganó la anterior guerra del Golfo para luego perder las elecciones debido a la mala evolución de la economía. Por ello ha decidido nombrar como su nuevo jefe del Consejo Económico Nacional a Stephen Friedman, ex director de la poderosísima firma financiera Goldman Sachs, conocido por ser favorable al equilibrio en las finanzas públicas. No obstante, dicho equilibrio parece cada día ser menos probable. Las razones son claras: si se lleva a cabo el proyecto de recorte de impuestos a las grandes empresas que ha prometido Bush, el Tesoro estadunidense se debilitará seriamente. Si, además, se lanza la guerra en Irak, el crecimiento del déficit estadunidense será exponencial. Hay allí un seguro talón de Aquiles en el nuevo proyecto imperial.

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