Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 26 de enero de 2003
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Cultura

Bárbara Jacobs

Biblioteca universidad

En vista de que Lunas pensaba a largo plazo creía en la cultura, en contraposición con quienes, al pensar en términos de lo inmediato, se inclinan más hacia la ignorancia, con miras específicas a cómo satisfacerla. Es decir que Lunas, entonces, era una especie de sabio de la antigüedad, sólo que, al haber vivido en el siglo XX, tendría que calificarse de equivocado.

Cuando fui su alumna en mis épocas de preparatoriana, asistí a una conferencia que dio sobre el tema de la educación. Según he sabido, ahora que dedico buena parte de mi tiempo a reconstruir la trágica historia de mi viejo profesor, aquella charla que impartió -en una sala con veinte sillas, la cuarta parte de las cuales permaneció desocupada- fue la única vez en su vida que, a sus 40 años de entonces, llegó a presentarse en público, esto es, se sobrentiende, aparte de sus presentaciones diarias ante sus estudiantes adolescentes, actividad que desempeñó durante dos décadas y que sólo se interrumpió con su muerte, desenlace éste que tuvo lugar, precisamente poco después de que hubiera dictado aquella conferencia.

No sé si el espacio en el que se desarrolló la plática inspiró al conferenciante a centrarse en la creación de una "Biblioteca universidad", según la llamó, pues el pequeño auditorio en el que habló pertenecía a una biblioteca, privada, pero abierta esa tarde para la ocasión. No obstante lo cual, por cierto, pareció que hubiera permanecido cerrada. El ambiente que se creó, debido tanto al asunto del que se hablaba como a la congregación que lo atendía, me recordó el que habrá reflejado la etapa de catacumbas de la cristiandad, o la del obscurantismo de la Edad Media, cosas alrededor de las cuales giran palabras como conspiración, subversión, persecución, que apuntan a un hecho: el conocimiento -de la índole que sea- es peligroso para la sociedad; quien lo ambicione, será condenado; quien lo transmita, por tanto, será doblemente condenado.

Lunas sostenía lo contrario. "Educarse es el camino a la salvación", lo que, en breve, fue el contenido de su discurso. Lo amplió al equiparar las acepciones cultura y educación, por ejemplo; al dirigirlas a una meta, que no era otra que la de civilizarse; al ofrecerlas como atractivas pues, argumentaba, proporcionaban diversión, bienestar, enriquecimiento.

-Oiga -arrebatado por un extraño sacudimiento que podía confundirse con entusiasmo, increpó a Lunas uno de los asistentes-; oiga, según lo que usted pinta, Ƒen qué consiste la salvación, o en dónde radicaría el peligro al educarse?

-En que -contestó amablemente mi maestro de literatura-, quien se eduque se bastará a sí mismo.

Le fue necesario explicarse. "Una sociedad de individuos que se bastan a sí mismos puede resultar anárquica, Ƒy qué gobierno les haría falta?", arguyó, con una soltura que a mí me pareció conmovedora, sobre todo al advertir que, con ella, provocó que tres de los asistentes abandonaran el recinto casi al unísono.

A los restantes, nos resumió el proyecto de ''Biblioteca universidad'', que conformaba el meollo de su disertación. El acervo estaba conformado con los libros clásicos del saber; esto es, del humanismo, de la ciencia, de la técnica, del arte. Y en esta descripción, la suya era una buena biblioteca igual a cualquier otra buena biblioteca. Pero, lo que definía su carácter de universidad, y la hacía ideal y única, era lo que la convertía, además de en una idea admirable e instrumentable, apremiante. Pues, a cada libro se le asignaría un especialista, y éste se encargaría de dirigir y comentar la lectura de su especialidad a cada lector, aislado o en grupo, que buscara hacerse del conocimiento que ese libro contuviera.

"Lo ideal", finalizó el profesor; "lo ideal sería que toda la sociedad fuera usuaria permanente de todo el acervo de la Biblioteca universidad". Ya en la puerta, cuidando que las desbalagadas páginas con anotaciones que había consultado a lo largo de su exposición no acabaran de desordenársele, como recapacitando en alguna conclusión que inadvertidamente hubiera causado un malentendido, aclaró: "Sí habría gobierno; sería la Biblioteca universidad".

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