Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 8 de febrero de 2003
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Política

Luis González Souza /II y último

Irak y el fin de la hegemonía de EU

"El juego se acabó", nos dice Bush respecto a su obsesión belicista en Irak (La Jornada, 07/02/03). Ahora ya sabemos que el halconcito mayor tiene ganas de jugar (ojalá se lo hubiera hecho saber a sus electores antes de llegar a presidente, y entonces sí, ni siquiera toda la tecnología electoral priísta lo hubiese sacado del fraudulento torbellino acentuado en Florida bajo el cacicazgo de su pequeño hermano Jeb). Lástima que "el juego se acabó", porque apenas comenzábamos a comprenderlo. Lo bueno es que los juguetones guerreristas del macho Sam hace tiempo que sí comprenden el juego de Bush. Lo malo es que todavía creen que el mundo de hoy se divide en buenos y villanos, en policías y ladrones, en malosos y cowboys, pues.

Pero esta vez el jueguito de la guerra les puede salir muy caro, si bien muy lucrativo como siempre. Ya a la mitad de los años 70 del siglo pasado, el conocido plutócrata David Rockefeller tuvo el tino de prohijar el nacimiento de la Comisión Trilateral, conciliábulo de grandes políticos (o pequeños gobernantes), grandes empresarios (o grotescos abarroteros) y grandes intelectuales (o penosos seudopensadores), tanto de Estados Unidos y Canadá como de Europa y Japón. Fue la comisión que hizo muy popular a las "democracias viables o restringidas" como la panacea para dejar atrás las cada vez más costosas (económica, política y aun ideológicamente) dictaduras, como las que azotaron América Latina (por cierto y paradójicamente siempre con el padrinazgo del propio macho, más que Tío Sam). Fue la comisión que llevó al estrellato académico el concepto hoy tan en boga de la "gobernabilidad". Fue la comisión que tuvo la astucia de dividir al mundo en países ricos, pobres y también "potencias emergentes", donde naturalmente se incluía a México junto a países como Nigeria, en Africa, e India, en Asia, astutamente reclasificados así para que se olvidaran de la problemática del subdesarrollo y recobraran la paciencia que tarde o temprano los llevaría al "primer mundo". Fue, en fin, la comisión que llevó a la presidencia de Estados Unidos a personajes como Jimmy Carter, al que aun hoy, con su grisáceo centro de estudios del mismo nombre, le encanta hacerla de catador final del carácter democrático o no de cuanto proceso electoral se le ocurre ir a tutelar (por cierto a la "democracia restringida" también solía proponérsele como una "democracia tutelada").

Pues bien, tal inefable Comisión Trilateral, cuyo equivalente contemporáneo podríamos encontrarlo en el no menos elitista y cupular Foro de Davos, siempre tuvo, desde su nacimiento, una premisa fundamental y casi axiomática: que el macho Sam, también conocido como Estados Unidos, ya no podía llevar solo sobre sus espaldas el peso de la "hegemonía occidental". En adelante tendría que compartir dicho peso y dicha hegemonía con sus aliados de la mentada comisión: Canadá, Europa y Japón. Esa honesta y sabia convicción fue entre otras muchas cosas lo que le permitió a "Occidente" volver a cohesionarse y salir adelante en su implacable competencia con el satanás del comunismo.

Pero esos eran tiempos donde todavía reinaba un poco de sensatez y humildad en los cenáculos gubernamentales del entonces más tío que macho Sam. Luego, como los lectores recordarán, vino el arrollador triunfo de Ronald Reagan sobre el ex cacahuatero hombre de Georgia, con lo que se frustró su sueño relectoral. Dicho triunfo fue arrollador precisamente porque Reagan, el de la "guerra de las galaxias", el de la posibilidad de un primer golpe nuclear, supo apelar al sempiterno, ya idiosincrásico machismo-mesianismo del electorado estadunidense. Eran los tiempos, recordemos, en que la gran potencia se sentía indignada y un tanto deprimida por la invasión de la ex Unión Soviética en Afganistán, lo mismo que, y acaso sobre todo, por la toma de rehenes estadunidenses en el Irán recién conquistado por el ayatola Jomeini y por el llamado fundamentalismo islámico, no menos imbuido de fanatismo que el nefasto fundamentalismo neoliberal de nuestros días. Como sea, en los años 70, gracias a los cuestionables trabajos de la Comisión Trilateral, supimos por voz propia que Estados Unidos ya no era invencible (lo que Vietnam nos hizo favor de corroborar por esas fechas) y sobre todo supimos que ya no podía el Tío Sam llevar sobre sus hombros todo el peso de la "hegemonía occidental".

Pero ahora nos encontramos en la Casa Blanca (y acaso Casa Roja, dentro de muy poco) a un personaje que, no sabemos por qué, se siente con tamaños para revisar a filósofos como Hegel, a historiadores como Hobsbawm e incluso actores como Rambo y hasta Juan Camaney. A Bush Jr. no parecen importarle, y quizás ni conoce, los hallazgos de la Comisión Trilateral. Nunca se enteró o quiso enterarse de que el país que gobierna ya no tiene ni la salud ni la fuerza (económica, política, ideológica y aun militar) que alcanzó al cabo de la Segunda Guerra Mundial. Tampoco quiso enterarse de que las bravatas del cowboy Reagan eran sólo eso: simples bravatas, como las de cualquier borracho en cualquier cantina. Pese a los hallazgos de la Comisión Trilateral de hace más de 30 años, ahora resulta que Bush Jr. insiste en jugar a los vaqueros y a los superpolicías. Ya lo dijo claro para Irak: "el juego se acabó". No ha dicho claramente, sin embargo, de qué juego se trata. Pero ya casi todo el mundo lo sabe: parece tratarse del viejo y gastado juego de los reciclajes económicos, políticos, ideológicos y hasta idiosincrásicos de que nadie en el mundo debe osar enfrentarse al ahora más macho que nunca Tío Sam. Parece tratarse del juego en que el siempre ambicioso y casi omnipotente complejo militar-industrial-informático-etcétera decide cobrar facturas electorales con la exigencia de buenas aventuras bélicas y no sólo de bombardeos esporádicos como los que el macho Sam ha endilgado a Irak prácticamente todos los días desde que Bush anciano terminó su aventura punitiva, hipócritamente llamada Tormenta del desierto.

Lo que los dos Bush deben saber perfectamente ahora es que el mundo de hoy está cambiando aceleradamente. Así lo ilustra por sí solo el hecho de que la oposición a la guerra contra Irak, afuera e inclusive adentro de Estados Unidos, ya es mayor que la alcanzada en los mejores momentos de la guerra contra Vietnam. Todavía no regresan a Disneylandia y sus cercanías los sacos con cadáveres y ya el pueblo de Estados Unidos está oponiéndose fuertemente a la nueva aventura bélica de los cowboys de la Casa Blanca. Todavía no cae un mexicano muerto en la nueva aventura de los Bush y ya ayer mismo se registró una excelente reunión para revigorizar a la comunidad mexicana de creadores, artistas e intelectuales (CAI) en torno al "No a la guerra, ni a la sumisa política exterior de México", por cierto hoy una política tan ambigua como titubeante (si no que lo diga el representante de México en el Consejo de Seguridad de la ONU). Ni un barril de petróleo a la irresponsable y necia aventura del chamaco Bush. Ni un mexicano muerto en dicha aventura. Todo eso y más se dijo en la reunión del CAI. Ojalá pronto muchos otros digan lo que tengan que decir. Paz justa y digna, ya no sólo para Chiapas sino para todo el mundo, no sólo posible sino ya visible. Juntos los pueblos, estadunidense y latinoamericanos, seguramente podemos y sabremos derrotar la aventura de Bush. Y si no lo logramos, pues que se le aparezca el diablo islámico allá por las sierras de Irak. Dios lo agarre bien confesado. No vaya a ser que el macho Sam sólo resulte mach o menos bueno para los balazos.

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