Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 12 de febrero de 2003
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Editorial
 
FRACTURA DE OCCIDENTE

sol-2El veto de Francia, Alemania y Bélgica en el seno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, a la pretensión de Estados Unidos para que ese organismo refuerce las defensas de Turquía ante un eventual ataque de Irak, constituye un nuevo indicador de la honda fractura que, tanto en intereses como en perspectivas, divide a las naciones de Occidente. A este dato hay que sumar el apoyo dado por Rusia, presumiblemente también por China, a la alternativa franco-alemana para resolver la crisis iraquí sin necesidad de desatar una guerra, y las amplias manifestaciones de repudio en contra de los aprestos bélicos de Washington que tienen lugar en numerosas naciones del mundo.

La obstinación de Bush y su clan político por deshacerse de Saddam Hussein y tomar el control de los recursos energéticos del golfo Pérsico ha conseguido ahondar el aislamiento diplomático de Estados Unidos, al que sólo apoyan en su aventura iraquí Gran Bretaña -su aliado tradicional, pese a la fuerte oposición que el primer ministro laborista Tony Blair enfrenta en su propio partido- y algunos gobernantes que comparten el delirio militarista y ultraconservador de la Casa Blanca, como el presidente español José María Aznar y el primer ministro italiano Silvio Berlusconi. En este sentido, no debe pasar inadvertido que tres de los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU rechazan rotundamente una intervención militar contra Irak, situación que se refuerza por la crisis desatada en la OTAN tras la oposición de Francia y Alemania, naciones clave en el concierto europeo.

Ciertamente, la declinación de la OTAN como organismo de cooperación militar hemisférica se ha ido agudizando tras la desaparición de la Unión Soviética -adversario fundamental de la Alianza Atlántica durante la guerra fría- y como consecuencia de la consolidación de una Unión Europea con pretensiones de independencia de Estados Unidos en materia de defensa regional. Washington mismo ha contribuido significativamente a la erosión de la OTAN con su política unilateral que antepone sus intereses y paranoias a la búsqueda de consensos entre sus eventuales aliados y con su determinación de intervenir en Irak así sea a contrapelo de las disposiciones de la ONU. La estremecedora pero muy ilustrativa frase de George W. Bush en el sentido que "no entiende" por qué Francia y Alemania se oponen a su frenesí contra Saddam Hussein comprueba una vez más que los actuales inquilinos de la Casa Blanca no son capaces de aquilatar los razonamientos de otras naciones y gobiernos y se encuentran encerrados en un peligroso marco de ideas excluyentes y autorreferentes.

Empero, en tanto la comunidad internacional no construya equilibrios que contengan o moderen las ansias bélicas del gobierno de Bush, la presente crisis en la OTAN -y su eventual prolongación en el seno del Consejo de Seguridad- traza un inquietante panorama para el futuro del mundo. Por lo pronto, junto con la amenaza de una guerra injusta que, de consumarse, se espera larga y cruel, la economía global registra continuas recaídas y se encuentra presa de la incertidumbre. El propio Alan Greenspan, presidente de la poderosa Reserva Federal de Estados Unidos, ha reconocido que la tensión por una eventual invasión de Irak genera "barreras formidables" para la inversión y la recuperación económica tanto de la Unión Americana como del resto del mundo globalizado. ¿Por qué las naciones han de pagar con hondos temores e incertidumbres, con crisis y rezagos económicos e incluso con la vida de sus habitantes el delirio intervencionista del clan político que gobierna en Washington? El rotundo no que la gran mayoría de las sociedades ha expresado ante la estrategia bélica de Estados Unidos es el indicador más claro de la fractura existente entre los millones de ciudadanos pacíficos del mundo y la camarilla que detenta el poder en la todavía mayor potencia del orbe.
 

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