Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 20 de febrero de 2003
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Política

Sergio Zermeño

El obrismo

No cabe duda que uno de los fenómenos más sorprendentes de la dinámica política del país, en el inicio de 2003, es la trayectoria contrastante entre el jefe de Gobierno del Distrito Federal y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) capitalino. López Obrador (obrista por su frenesí constructor), ha alcanzado elevadas calificaciones, inusitadas, en las encuestas de popularidad, mientras el PRD se asfixia en las luchas de lodo de las precandidaturas delegacionales. Uno diría que esto beneficia a los otros partidos y, sin embargo, las encuestas siguen favoreciendo, y con mucho, al partido del sol azteca para ocupar cada una de las delegaciones políticas. Seguramente el electorado considera que en el momento en que esos candidatos pasen a formar parte del equipo de gobierno de la ciudad, su proceder quedará enmarcado y supeditado a la maquinaria y a las orientaciones que López Obrador ha sabido imprimirle a la administración capitalina (al final de cuentas, las corrientes que ganaron las candidaturas delegacionales están orgánicamente ligadas al jefe de Gobierno).

Por lo demás, las tensiones con el panismo en la Miguel Hidalgo podrían empujar a muchos electores a preguntarse si vale la pena aumentarle, a los problemas ya existentes, divergencias en torno a programas de seguridad, vialidad, etcétera, entre los delegados y el gobierno central. Algo similar podría suceder con las diputaciones en la Asamblea Legislativa: si los programas y las acciones del Peje van bien, para qué llenarle de piedritas el camino al gobierno con una Legislatura opositora, como sucede hoy. Es más, el efecto obrista se está extendiendo al valle de México, o por lo menos eso sugieren las campañas electorales en las zonas conurbadas.

La proliferación de la pobreza, el aumento de la delincuencia y el desorden que se generalizan, convierten a los habitantes de nuestros países en buscadores frenéticos de líderes redentores, de šalguien! que desde arriba demuestre que las cosas pueden ser distintas. Cada vez que esa posibilidad se abre, los nuevos líderes reciben todos los reflectores mientras se opacan como en sordina las voces de sus partidos: así sucedió con Cuauhtémoc Cárdenas, que no contaba ni con partido cuando ganó en 1988; con Carlos Salinas, que en su mejor momento estuvo a punto de sustituir al PRI por su partido personal, el Pronasol; con Vicente Fox, que prefirió a sus amigos que al propio PAN, y así se comienza a perfilar con López Obrador, quien ha elevado a 75 por ciento su aceptación, y se habla de él en Estados Unidos como del próximo presidente de México, mientras el PRD no rebasa 20 por ciento de las preferencias.

En la medida en que son los partidos y no los líderes quienes van a competir en julio de este año, que no estará en disputa pues, el lugar del tlatoani, lo más probable es que el peso de las corrientes políticas no se modifique, pero eso es lo que menos le conviene a un gobierno federal que, sin proyecto de nación, no hace sino perder altura y rumbo en medio de un griterío de órdenes contradictorias, cuando todo el país demanda autoridad fuerte y justa.

Ahora bien, Ƒpodrá el resto de las corrientes progresistas, de centro-izquierda y de izquierda, entender el obrismo y sumarse a él? Y otra cosa, Ƒestará el obrismo dispuesto a abrir sus puertas a esas corrientes como las ha abierto a los capitales estratégicos tipo Slim? Será crucial la forma en que todo esto se procese con el liderazgo histórico de Cuauhtémoc y el más actual de Rosario Robles. Pero también importa la forma en que el obrismo se articule o se distancie de las corrientes del México intelectual e ilustrado: ƑMéxico Posible es una reedición del Grupo San Angel esperando el choque de trenes para llegar manejando las ambulancias? ƑEl obrismo es un impulso antintelectual de clases menesterosas, más cercano al Consejo General de Huelga y a Atenco? López Obrador sorprendió con los segundos pisos, con Giulliani y con el Centro Histórico. Pero ni con todo eso (o quizás por todo eso), le ha podido quitar a su movimiento la etiqueta del verticalismo personalista. Ahí radica la diferencia entre Chávez y Lula: el segundo no es un fenómeno de marchas callejeras y de plaza pública, es básicamente el producto de una sociedad que durante tres lustros se ha venido organizando, horizontalmente y no alrededor del Partido del Trabajo, en sus territorios, en sus espacios locales y barriales. López Obrador y sus equipos se desesperaron muy pronto con los comités vecinales y los sustituyeron por asambleas tipo huelga estudiantil, sin continuidad, y fue al extremo de apoyar el que esos comités, que por ley debieron haberse elegido nuevamente a mediados del 2002, no se eligieran. Le hace falta una mirada social a la propuesta obrista, romper la herencia con el tlatoani paranoico y con el Soviet Supremo. ƑEs posible que le tenga menos miedo al capital que a la sociedad empoderada?

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