Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de febrero de 2003
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Cultura

Olga Harmony

Santos & Santos

La escenificación de esta obra del autor chicano Octavio Solís produce sentimientos encontrados. Por una parte, el empuje de dos hermanas enamoradas de un texto que luchan por llevarlo a escena y reúnen gran cantidad de apoyos, es digna de encomio. En lo personal, la situación me recuerda esas viejas películas hollywoodenses con el mismo tema que en mi adolescencia me gratificaban con un final feliz. Pero también llevan a la pregunta de la razón de que cualquier persona, sin conocimientos teatrales, decida dirigir teatro como quien cocina una sopa. Se me rebatirá, no sin razón, que en muchas ocasiones gente con tales conocimientos, muchas veces con estudios y que ha asistido a directores importantes, no logra una dirección decente o no se atreve a ello, ya sea por falta de arrojo, ya sea por falta de talento en este rubro. Pero la cuestión sigue en pie: Ƒtodo mundo tiene derecho, aun sin reunir los requisitos, a contar con apoyos, actores de primera y un escenario para darse un gran gusto?

En este caso Mafer Suárez, graduada por el Centro de Capacitación Cinematográfica, con un pequeño currículo de cortometrajes, sobre todo comerciales, buscó y obtuvo patrocinios privados y alguno, espero que muy pequeño y que se limite al Teatro Helénico, de los muy solicitados del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Hasta allí, santo y muy bueno. Su trabajo le costó, junto a su hermana la actriz Cecilia Suárez, pero ello no quita que su audacia no le rindiera buenos frutos teatrales.

Santos & Santos adolece de gran número de defectos dramáticos, así su autor Octavio Solís haya recibido varios premios, entre ellos el del Centro Kennedy, y pertenezca a prestigiadas asociaciones como la Sociedad de Dramaturgos y el Centro de Dramaturgos de San Francisco. Como la mayoría de las obras de autores chicanos, su progreso dramático se ve entorpecido por las tiradas intercaladas en que se habla de la asimilación o la falta de ella al país al que sus padres emigraron. Pero eso podría ser lo de menos. A pesar de su construcción no aristotélica y de los juegos con el tiempo y la presencia incluso de personajes ya muertos, el texto no logra parecer contemporáneo. Esto se debe, quizá, a que los personajes responden más a salidas ''de autor", es decir, a lo que el dramaturgo necesita que hagan, que a los lineamientos de los personajes, la mayoría de ellos unidimensionales.

La peripecia de Tomás Santos nos recuerda al Michael Corleone de El Padrino, pero, a diferencia de éste, no vemos el tránsito real del personaje de buen chico a criminal. El eje de esta transición debería ser la figura del juez Benton con su dualidad ante lo mexicano, pero aparte de la ridiculez del tatuaje de la enchilada, no advertimos en el personaje ninguna razón para su simpatía inicial por el joven Tomás. Tampoco entendemos en Miguel Santos esa inesperada ambición por todo lo anglo y mucho menos nos explicamos la traición final de Felicia Lee, que contradice todo lo que de ella sabemos. Y no insisto más para no ''vender" una trama que no va más allá de una mala película vista en la televisión.

No quisiera caer en el chovinismo de preguntar por qué se elige una obra tan deleznable en lugar de una de autor nacional. Los vacíos de la obra podrían haber sido resueltos quizá a base de dirección y actoralidad, aunque esta última es muy difícil que sea lograda sin una experta mano en la dirección de actores. Mafer Suárez muestra su impericia en ello y en el trazo escénico, que consiste en delinear con cenital áreas, casi siempre frontales, un poco como el campo y contracampo de una filmación. A pesar del apoyo de Alicia Martínez en cuanto a movimiento corporal y algunas escenas bien logradas, esa molesta frontalidad en que coloca a sus actores, aun cuando dialogan entre sí, da fe de su falta de capacidad en la dirección.

La escenografía de Teresa Uribe es funcional, aunque poco interesante, y el vestuario de Adriana Olivera por esta vez decepciona en algunos detalles. Si los hermanos Santos desean una fachada de abogados respetables para sus turbios negocios, deben vestir de manera respetable y no usar, como Fernando, zapatos de gánster de película y ridículas camisas. Un montaje que ni el talento de Claudio Obregón -y de algunos de los actores jóvenes- logra salvar.

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