Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de febrero de 2003
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Cultura

Los hermanos Capuçon cumplieron como solistas y luego se sumaron a la OFUNAM

Inusitado palomazo con un violín Stradivarius en la sala Nezahualcóyotl

Dirigida por Zuohuang Chen, la filarmónica interpretará Los planetas, de Gustav Holst

El Trío de Piano de Viena continúa esta noche el ciclo de conciertos en la Carlos Chávez

PABLO ESPINOSA

Un Stradivarius entre la multitud, amplias caderas, muslos en trancos. Su sonido tiene andar de hamaca y se distingue entre las muchas voces en unísono perfecto de una orquesta que navega como trasatlántico en un mar de oleaje denso y creciente. El buque y su remolque, la lontananza y el estribor, todo suena a Brahms.

El pasado fin de semana culminó en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl un ciclo de programas dobles que el maestro chino Zuohuang Chen dedicó a las sinfonías de Brahms para cohesionar, afinar, robustecer, hacer más bella la voz de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, la OFUNAM, de la que es director titular desde septiembre pasado y con la cual ha construido, en este lapso, un navío poderosísimo colmado de placeres y satisfacciones.

El público que desde fechas recientes cada sábado por la noche y cada domingo al mediodía llena al tope la mejor sala de conciertos de América Latina, vitoreaba, aclamaba, estaba a punto de alzar en hombros a este hombre cuyo estilo e idea resultan apabullantes. Con Brahms y con todas las partituras que ha dirigido en siete programas desde septiembre, el maestro Chen despliega en el podio una danza elegante y precisa, una suerte de tai chi, de Chen (Ƒtai Chen?), cuyos efectos son demoledores: un sonido de belleza singular, una personalidad sonora que desde entonces distingue a esa orquesta en una nueva etapa áurea.

chen_ofunam3 La noche del sábado 22 estuvo, como en tres programas anteriores aunque no consecutivos, dedicada a la música de Johannes Brahms (el programa anterior, dirigido por Gabriel Chmura, fue una gesta sublime con música polaca, que culminó con la Sinfonía de los lamentos, de Gorecki, e incluyó un encore también histórico: el director de orquesta, Chmura, se sentó al piano junto al solista Daniel Blumenthal para regalar un encore hermoso -una versión para piano a cuatro manos de La Valse, de Maurice Ravel-) y ocurrió uno de esos milagros que confirman la nobleza de estirpe del ser músico en el mundo: los jóvenes maestros franceses Gautier y Renaud Capuçon fueron los solistas en el Doble Concierto, para violín, violonchelo y orquesta, del barbudo de Hamburgo: Brahms. Triunfaron en aplausos y en rendimiento artístico los solistas invitados. Ofrecieron una bella y sorprendente pieza de regalo (encore): un Dúo para violín y violonchelo del compositor de origen checo Erwin Schulhoff, con pasajes y paisajes de ensueño dadaísta. Pero el colmo de tanta altura musical consistió en que durante la segunda parte del programa, dedicada a una ejecución magistral de la Primera sinfonía de Brahms, los hermanos Capuçon ocuparon subrepticiamente los últimos lugares de las filas respectivas de los violines y los violonchelos, en un palomazo espectacular, un gesto espontáneo que prácticamente nunca ocurre (salvo en seres superiores como lo fueron Leonard Bernstein o Yehudi Menuhin, que por ser tan grandes eran capaces de tan insólitos gestos de humildad) entre la constelación de stars del firmamento de la música de concierto.

Gesto de estirpe musical

De manera tal que el violín Stradivarius, construido en 1721 y que entre sus anteriores poseedores figura el genial Fritz Kreisler y que ahora porta el joven maestro Renaud Capuçon, sonaba como un navío neptúnico junto al ejército de belleza del resto de los instrumentos de cuerda y los de aliento-madera y aliento-metal, desde lap-chen_ofunam1 última fila de la OFUNAM. Lo mismo hacía su hermano Gautier en el otro rincón de las cuerdas con su violonchelo construido por Matteo Gofriller (otro de los dioses venecianos de la laudería) en 1701. Y el efecto era devastador: como si el concertino y el primer chelo fueran sentados, por estrategia artística, en las últimas filas para levantar el sonido desde atrás.

Tal gesto de estirpe y nobleza puramente musical fue único e irrepetible, pues en la sesión del domingo, al ver las cámaras de Canal 22 que transmitían en vivo el concierto, los hermanos Capuçon optaron por no sentarse entre las filas de la orquesta nuevamente y se limitaron a su papel solista en la primera parte del programa, por temor a aparecer en un lance de protagonismo, que no era el caso. Por supuesto que el palomazo de los Capuçon (o, españolizado: Capuzón) no estaba ni en el contrato ni en el programa, pero sí en el corazón de los músicos. Era un placer verlos sonreír y exultantes de placer perdidos entre la multitud de músicos, haciendo música. Enaltecidos.

Gautier y Renaud Capuçon habían hecho brillar -Venus y Orión como en la noche del sábado- su violín Stradivarius y su violonchello Gofriller la noche del miércoles anterior en la Sala Carlos Chávez, que también registra llenos apabullantes merced al ciclo de conciertos internacionales de música de cámara que allí se realizan y que hoy y mañana viernes a las 20 horas, ambas noches, sonará, como parte de ese ciclo de excelencia y privilegio, música de Mozart, Fauré, Schumann, Beethoven y Schubert con el Wiener Klaviertrio (Trío de Piano de Viena), proveniente de la capital austriaca.

En tanto, el maestro chino Zuohuang Chen retornará, para beneplácito de público y orquesta, al podio de la OFUNAM el sábado primero y el domingo 2 de marzo con su estilo y eficacia para dirigir Los planetas, de Gustav Holst, y los Nocturnos, de Debussy, ambas obras con acompañamiento de masa coral en un programa que seguramente agotará también las localidades y hará retumbar una de las mejores salas de conciertos del planeta, que por fortuna se encuentra en México, la Sala Nezahualcóyotl y que es la casa de la OFUNAM con sus muchos violines universitarios y sus muchos alientos y sus muchas percusiones entre esa multitud de melómanos y su andar alucinado de belleza. Porque así luce su andar cuando en estrépito de júbilo salen de la sala, fascinados, al terminar cada concierto.

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