Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 5 de marzo de 2003
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Editorial
BLIX DESPEJA EL CAMINO A LA GUERRA

sol-2Parecía, hasta ayer, que George W. Bush y Tony Blair se habían topado con importantes obstáculos para emprender una nueva destrucción bélica de Irak: la disposición del gobierno de ese país a destruir sus misiles Al Samoud, objetados por la comisión de inspectores (Unmovic) que encabeza Hans Blix, así como la información que proporcionó sobre remanentes de armas químicas y biológicas; la negativa del parlamento de Ankara a permitir que Estados Unidos emplease el territorio turco como plataforma para lanzar un ataque desde el norte contra Bagdad, así como la firmeza de los tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que se oponen a la guerra --Rusia, Francia y China--, abrían la posibilidad de que Washington se viera obligado a aplazar su agresión militar por tiempo indefinido.

Sin embargo, ayer la Unmovic planteó a Bagdad una exigencia inadmisible, improcedente y perversa: que destruya sus principales medios de defensa antiaérea, los misiles Dvina, de fabricación rusa, conocidos en Occidente como SA-2 o Guideline.

Tales artefactos se hicieron legendarios como instrumentos de ataque a aviones enemigos desde la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, cuando uno de ellos derribó un avión espía U-2. Posteriormente, en Vietnam, los Dvina destruyeron abundantes aeronaves estadunidenses, y fueron empleados por los países árabes contra los aparatos israelíes en la guerra del Yom Kipur. Pero esos misiles antiaéreos, capaces, en principio, de alcanzar cualquier avión de combate estadunidense o inglés en el escenario iraquí, no pueden de ninguna manera ser considerados "armas de destrucción masiva" ni representan amenaza alguna contra ningún país, ni siquiera los contiguos a Irak. Por eso la demanda planteada por los inspectores constituye una extralimitación y una contravención de las funciones y el mandato de la Unmovic, que sólo puede entenderse como un súbito alineamiento de Hans Blix y su equipo con los intereses de Washington y Londres, como una maniobra orientada a facilitarles a esos gobiernos el empeño de derrocar por medios violentos a las autoridades iraquíes y como una forma perversa e inmoral de colocar a éstas ante un callejón sin salida.

No se necesita gran perspicacia para comprender que, en la posición de Irak, renunciar a tales artefactos significaría regalarle una victoria rápida, barata y sin bajas propias a las fuerzas agresoras que rodean a esa nación árabe y que, según cifras frescas del Pentágono, suman ya 230 mil efectivos, sin incluir los 10 mil destacados en Afganistán ni otros 60 mil que van en camino al golfo Pérsico. Si el régimen de Saddam Hussein accede a destruir sus principales defensas antiaéreas, estará invitando a los aviones enemigos a bombardear el país sin ningún obstáculo. Si, por el contrario, se rehúsa a deshacerse de los misiles Dvina o SA-2, Washington tendrá elementos para argumentar la falta de voluntad y de cooperación de Bagdad en el desarme, y le resultará mucho más fácil ganar la batalla diplomática en el Consejo de Seguridad de la ONU.

A lo anterior debe agregarse los datos ominosos de la intensificación, en los últimos días, de los ataques aéreos estadunidenses e ingleses contra radares iraquíes, así como la cada vez más evidente presencia de "fuerzas especiales" británicas y estadunidenses en territorio iraquí, las que, según lo consignó ayer The Daily Telegraph, están dedicadas a identificar blancos para los bombardeos, supervisar yacimientos petroleros, vigilar los movimientos de las tropas iraquíes y hasta localizar sitios en los que pueda concentrarse a los futuros prisioneros de guerra.

En tales circunstancias, la única posibilidad de preservar la paz reside en que todos los integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU que se oponen a la agresión injusta promovida por Bush y Blair ratifiquen el sentido de la misión de la Unmovic, y le recuerden a Hans Blix y a sus subordinados que la inspección internacional fue creada con el propósito de preservar la paz, no para facilitar la guerra.

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