Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de marzo de 2003
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Mundo
VIENTOS DE GUERRA

"No tenemos armas para atacar, pero nos encerraremos en la casa"

En Bagdad los ciudadanos dicen estar listos para resistir la agresión de Estados Unidos

En cada casa del barrio Alif Dar hay un muerto a quien llorar, afirman los habitantes

BLANCHE PETRICH ENVIADA ESPECIAL

Bagdad, Irak, 8 de marzo. Um Jamal, abuela prolífica, sabe que cuando llegue la hora el único hijo que sigue a su lado, de los cinco que parió, tendrá que marchar al frente de combate. Es él, aún soltero, quien hoy mantiene a la gran prole de mujeres con un salario de obrero que no pasa de dos o tres dólares. La abuela, sus hijas, nueras y la ristra de nietos que habitan la casa tendrán que enfrentar solas la guerra y la escasez. "Estamos acostumbradas", dice.

Desde que llegó del interior del país, hace 40 años, vive en Bagdad. Siempre en este mismo barrrio, Alif Dar, que significa Mil Casas. Es una gran colonia popular de calles sin pavimento, donde el drenaje corre en la superficie, donde la basura no se recolecta con regularidad, pero donde, afirma, nunca falta en cada casa la harina para preparar pan.

Cada uno de los hogares en Alif Dar tiene un ausente a quien llorar. En el hogar de Um Jamal son dos hombres: sus hijos. Eran soldados cuando estalló la guerra Irán-Irak, a finales de los años 80. Uno murió y otro está desaparecido. Sus fotografías presiden la sala.

En la casa viven las viudas de los hijos con sus respectivas proles, además de las hijas solteras. El menor, que trabaja en una fábrica cercana, sostiene todos los gastos. Eso, mientras la factoría en la que labora se mantenga abierta. Porque muchas plantas industriales han cerrado en años recientes, como efecto de la paralización económica de una país que desde hace 12 años tiene bloqueada su economía.

En medios oficiales no es fácil obtener cifras y estadísticas sobre la situación económica que impera, pero la Central de Trabajadores admite que "varias miles" de plazas se han perdido por el freno a la producción. Muchas empresas del otrora poderoso Estado han quebrado por el déficit en la generación de electricidad y la falta de insumos consecuencia del embargo.

Sin embargo, no es una familia que se queje. Um Jamal nos conduce orgullosa a uno de los cuartos del fondo de la vivienda. Ahí almacena harina, lentejas, aceite y otros productos básicos que el Estado entrega a cada familia mediante una cartilla de abastecimiento mínimo.

Cuatro o cinco cuartos, un espacio central para cocinar y una terraza en la azotea componen esta casa. Aquí no hay grandes reservas de agua embotellada ni latas, y mucho menos máscaras antigás como las que algunas familias con más recursos han comprado en previsión de un ataque con armas químicas. No hay trincheras en la puerta ni sótano que pudiera servir de refugio. Y nadie tiene armas. "No tenemos nada con qué atacar, pero si viene una agresión resistiremos encerradas en la casa. Nietas de todas las edades -Sima, Haura, Safa, Esra y Yasemín- se apiñan alrededor de esta mujer de manos curtidas. Las abayas de las adultas -las túnicas negras que las tapan de la frente hasta los pies- son trapos empolvados. Los niños visten pobremente. A simple vista se carece de mucho en este hogar, pero en la estufa se está terminando de cocer el arroz y los visitantes son invitados al almuerzo. El comedor es un cuarto sin muebles, cubierto de tapices raídos. Sentados en círculo, sobre el tapete, comen todos. El tema de la guerra es inevitable. Um Jamal levanta su mirada al cielo: "¿Qué culpa tenemos, Dios mío?"

Mohammed, de nueve meses, otra víctima de la guerra

A cuatro puertas de ahí el vecino Nasser, un hombre curtido y entrado en años, también nos invita a pasar a su morada. Tiene algo que decir. Sienta a una de sus esposas frente a los visitantes y empieza un sentido discurso sobre la vida de su barrio donde "el estudiante estudia y el obrero trabaja", donde no es infrecuente encontrar universitarios en las familias a pesar de las estrecheces. Tiene dos hijas jóvenes que pronto esperan entrar a la preparatoria. Nasser trabaja en una tabaquería.

No tarda en llegar al punto que quiere exponer. Su hijo Mohammed murió a los nueve meses de nacido por una bronquitis, hace seis meses. Era un niño muy deseado. Cuando enfermó lo llevaron al hospital tres veces. No hubo medicina para curarlo. De pie, en el umbral, su otra mujer, que también viste abaya, está a punto de dar a luz.

"Casos como el de mi hijo vi muchos en el hospital. Nuestros niños mueren por enfermedades curables. Ellos también son víctimas de la guerra."

Según el reporte del Unicef de 2002, en 1990, antes de que se impusiera el embargo, Irak contaba con un sistema de salud pública aceptable y registraba una tasa de mortalidad infantil de 47 por cada mil niños. Esta cifra se triplicó en 10 años. Hoy es de 107 niños por cada mil. En el centro y sur del país uno de cada cinco niños sufre desnutrición. También registra una brutal caída en la cobertura escolar. De las niñas en edad de asistir a la primaria una de cada tres no va a la escuela. Entre los niños el porcentaje es de 17 por ciento.

Nasser, un trabajador que siempre se sintió orgulloso de poder mantener un nivel de vida decoroso para su numerosa prole, hoy siente que no sólo es el cerco de la pobreza el que se va cerrando a su alrededor. Y por supuesto que se declara listo para resistir una invasión militar.

Las tolvaneras, las moscas y el olor a aguas negras cubren el barrio de las Mil Casas. En un predio que nunca alcanzó a ser plaza, los chiquillos patean un balón entre las piedras, soñando ser un jugador estrella del Al Saura, el equipo más popular de este pueblo futbolero. En las esquinas los jóvenes matan las horas y las mujeres, dentro de sus casas, despiden el día en sus azoteas. En Alif Dar termina un día más en este "tiempo que -dice George W. Bush- se le está terminando a Saddam Hussein".

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